viernes, agosto 29, 2008

 

Amores estivales casi finiquitados

Amor necrófilo:
La miré a los ojos. Tenía esa mirada dulce de la mujer entregada por igual al amor y al chocolate en tabletas. Entonces, supe que estaba muerta.

Amor apasionado
¡Te amo con locura, tanto como me amo a mí mismo! Y eso es tanto, tanto...

Amor irresoluto
Creo que te amo. Sí, es muy posible que te ame, ahora mismo, mucho más que mañana. Quiero decir que ayer... Bueno, no lo sé, no estoy seguro. El caso es que creo que te amo.

Amor a ciegas
¿Dónde estás, amor? Déjame palparte...

Amor económico
El amor es como un plan de inversiones: hay quien lo prefiere a plazo fijo y quien en renta variable.

Amor suicida
Amar a tontas y a locas.

Amor pop
Rojo, verde y azul. Valerie odia-ama-odia a Andy, dispara sobre él. Con su sangre, ella estampa la firma de él al pie de un lienzo en blanco. Su amor-odio se vende muy caro.

Amor claustrofóbico-lírico (bequeriano)
Yo la amaba, sin esperanza alguna, cuerpo y alma atravesados por la misma flecha. Amaba su reflejo en el cristal, su boca de zafiro, su melena rubia, su incorporeidad flamígera. Yo la amaba, una y otra vez, cien mil veces cien, entre botellines de cerveza amarga y bolitas de miga de pan. Su recuerdo, lacerante, trazado por mi dedo sobre la ceniza. El beso que, por un momento, creí sentir junto a mis labios. Siempre otra, jamás la misma.

Amor voyeurístico
Amaos las unas a las otras, como yo os he amado, delante de mí, una y otra vez.

Amor envenenado
Vertió en mi boca su amor destilado; inoculó en mi sangre su amor fragmentado en delicadas partículas elementales y un profundo estremecimiento sacudió mi sistema nervioso. Me temblaron las piernas, se me nubló la vista, perdí el pulso. Me sentí morir.

Amor divino
“¡Dios! ¡Dios! ¡DIOOOOOS!”, gritó, en el momento del orgasmo, con un ojo cerrado y el otro abierto, por temor a que el aludido pudiera ejercer su derecho al castigo, por incumplimiento del segundo mandamiento.

Amor atravesado
Flecha.

Amor egocéntrico heterosexual (AEH). Perspectiva masculina
Amadme a mí, tanto las unas como las otras, más incluso de lo que yo haya podido amaros jamás.

Amor sin consecuencias
El amor a Dios.

Amor con graves consecuencias
El amor a Dios.
Amor operístico
Tosca ama a Mario y no se le ocurre nada mejor que decírselo a gritos.

Amor digital
Meamanomeamameamanomeamameamanomeamameamanomeama, etc.

Amor analgésico
Rodeó su grácil y delicado cuello con sus anchas manos. Y apretó, hasta acabar, de una vez por todas, con sus migrañas.

Amor extinto
Le dijo, con lágrimas en los ojos, que la amaba, que siempre la había amado y siempre la amaría. Y ella, feliz, se entregó a él. A la mañana siguiente, temprano, él le confesó, con gran dolor de su corazón maltrecho, que se marchaba a la guerra y ella, enamorada, llorosa, se despidió de su amante con ternura, prometiendo esperar su regreso. Al cabo de nueve meses, da a luz a una niña. Algunos años más tarde, por pura casualidad, se entera de que él no se llama José, sino Ricardo, que está casado y tiene dos hijos. Y que por no haber, ni guerra siquiera ha habido.

Amor apocalíptico
La Bella enciende la pasión de la Bestia. Y el mundo arde por los cuatro costados.

Amor apologético
El amor es lo mejor. Y ya está dicho todo.
Amor perro
-¡Guau!
-Arfff...

Amor desesperanzado
Es el que suman los nuevos amores de los antiguos novios, amantes y esposos de Esperanza.

Amor inconcluso
Am...

L.

jueves, agosto 21, 2008

 

Manuel P. y su quimera de amor

Hoy he despertado junto a un joven desconocido.
Dicen que borracho uno no se da cuenta de lo que hace, que "se puede todo" y después, olvida; pero yo no me lo creo, y no me lo creo porque recuerdo con exactitud los detalles de este sueño de verano, un sueño de caricias, temblores y picos de excitación; una quimera de amor.
Me acosté borracho y solo, pero hoy he despertado acompañado de un joven de unos veinte años.
Desconocido

martes, agosto 12, 2008

 

OTRO INTENTO CON BENEDETTI

No te salves ahora que el mundo es pequeño. Espera, agárrate al techo, déjate llevar. La tinta del único bolígrafo tendrá que durarte mil páginas de la isla desierta. Pero no temas, cabrá todo lo que tengas que decir; el alto de la letra cada vez más pequeño. Comprobarás que te sobran las palabras y podrás incluir la traducción que ya nadie necesite por las reducidas dimensiones del mundo. “¿Sobre qué escribes?”, preguntó mi amiga. No sé decirlo en tu idioma, los conceptos varían en mi mundo consecutivo, no sé expresar simultáneamente lo que siento. Mi diccionario es reducido y tan sólo acepta sinónimos, los matices se pierden y los contrarios viven su propia vida.

No te salves, digo, ya nadie pondrá en relieve los adjetivos tallados sobre tu lápida.

J.


sábado, agosto 09, 2008

 

La pruna


Esta mañana me encontré el hueso de la ciruela en medio de la tostada con mantequilla. La mermelada me la había traído mi primo desde mi país, hacía ya tres o cuatro semanas y desde entonces yo empezaba cada día con un ritual que variaba tan sólo por la hora del desayuno. Primero las medicinas, a los diez minutos ponía a hervir el agua para el Nescafé con leche y dos de sacarina y al mismo tiempo introducía el pan en la tostadora. No soy del mismo tipo de pan para los desayunos, suelo variar bastante; no soy tan exigente como algunos. Siempre dispongo de una variedad, partida en raciones, congelada en el cajón de arriba de la nevera. Herméticamente cerrado en bolsas de plástico.

Así que, en medio de la segunda tostada yacía el hueso de la ciruela negra. Es una variedad poco común aquí, tan sólo la encontré una vez en el supermercado de en una gran superficie. Se trata de una de mis frutas preferidas. Alargada, de color morado, recubierta por un vaho blanco, parecido al de las uvas negras; da la sensación de estar recién sacada del frío. Se parte fácilmente en dos, a diferencia de otras variedades de ciruelas cuya piel es demasiado fina y la carne mórbida, fuertemente adherida al hueso. Mi ciruela negra, la húngara como la llamamos en mi pueblo, es todo lo contrario. Con una presión calculada de los dedos de ambas manos, la separas fácilmente dejando el pipo aparte sin necesidad de extraerlo con unos complicados movimientos de la lengua y dientes, como ocurre en caso de las ciruelas amarillas. Las probé una vez, pero el tacto meloso de la fruta pegada al hueso, me daba arcadas y dejé de comerlas. En general las ciruelas son demasiado grandes para deshuesarlas dentro de la boca, al contrario que las cerezas.

Fingí no darme cuenta del descuido del fabricante de la mermelada de ciruelas húngaras. Di un mordisco a la tostada y me sorprendió reconocer bajo la lengua la superficie rugosa, parecida a la madera o más bien a la cáscara de una almendra. Estaba convencida de no haberla comido nunca, sin embargo su tacto me resultaba familiar.

Por la tarde me senté frente al piano. Con cuidado eliminé los restos de celo con los que alguien, un principiante, había pegado los nombres de las notas sobre las teclas. Sequé con papel de cocina el agua que se había colado entre la parte blanca y empecé a tocar. Tras un par de tactos, me di cuenta de que no me acordaba de cómo seguir la pieza de Bach que hacía veinte años me sabía de memoria a la perfección y que podía tocar con los ojos cerrados. Saqué las partituras, todavía me acordaba de que era la invención a tres voces número trece. Me puse a tocar a dos manos, pero mis dedos tropezaban entre ellos y contra las teclas negras. Las distancias que intuía con mis dedos de adolescente no eran las mismas que las de ahora. Mis dedos de mujer, con las uñas sin morder, pintadas con un ligero brillo transparente, no las reconocían. Se confundían. Recurrí a la partitura, pero descubrí que la mano derecha iba un par de compases por delante de la izquierda. Interrumpí el ejercicio y ensayé durante una hora ambas manos por separado y con diferentes velocidades. Creía estar recuperando algo mientras tocaba a dos manos. Aún no sé qué es, pero la capacidad de leer dos claves simultáneamente, interpretar las corcheas, las negras sobre el pentagrama me provoca un inmenso placer.

Mientras escribo estas líneas, en pijama aún, pese a ser las seis y media de la tarde, el tirante de la camiseta se ha deslizado por mi hombro bronceado. Es bonito el contraste del rosa y el moreno. Observo que la parte exterior de mi teta sigue siendo lisa y prieta: la acoplo a la palma de mi mano, deslizo los dedos hacia el escote, a la izquierda del pezón las yemas tan sólo palpan piel rugosa, estrías y un pequeño lunar.
J.

 

Ando sin cabeza

Ella y yo soñamos al unísono.

Cuál era el ojo de la risa, ¿el izquierdo? Guiño el derecho en busca del sollozo, una carcajada me sorprende. La dislexia me impide recordar estos detalles tan útiles.

Me sitúo ante el espejo, salpicado de pasta de dientes y gotas de sangre. ¡Cuanto me gusta mi cara llena de pecas blancas y rojas! Y ahora ¿Qué ojo vas a cerrar?

bl

martes, agosto 05, 2008

 
CABEZA EN UNA NOCHE DE FIESTA

La joven se apeó del buho rojo, en la parada más cercana a su casa, y comenzó a bordear el parque. La noche era negra y fría. Andaba despacio, nadie se había bajado con ella. Al momento se adentró en la ocuridad, en su retina titilaban las luces de las ventanas de los edificios del fondo. El estampado de la cadena, con sus eslabones teniños en sangre marcó su cuello y su cabeza.

LO.

lunes, agosto 04, 2008

 

Reflexiones póstumas de un pequeño aristócrata o No pierdan la cabeza, señores.

Chop, chop, ha hecho mi cabeza al desprenderse de mi largo cuello, imprevisiblemente predispuesto a verse desprendido de su apéndice superior. ¡Ah, cabeza mía! Borbotea mi sangre azul y dibuja graciosas figurillas, graciosas de verdad, dignas de un agónico test de Roscharch, sobre mi nívea camisa. Gráciles cisnes incólumes, mariposillas artísticamente aplastadas, conejitos de pascua deliciosamente depilados, el souvenir de un tomate caído del cesto con un plof que da lugar a un chiste, la sombra volátil del niño de Hiroshima... Ay, dibujos enternecedores que mis ojos se deleitan en contemplar, en un autorreflejo inusitado. ¡Me veo a mí mismo sin necesidad de espejo! ¡Qué momento, señores, qué momento! Canturrea mi alma transida, tránsfuga y transfusiva, el aleluya que inaugura el fin de cefaleas, cefalalgias, cefalopatías, jaquecas, migrañas, neuralgias, hemicráneas y vulgares dolores de cabeza. ¡Chop, chop! ¡Adiós, adiós! Lágrimas azules, tornasoladas, en vuestra despedida. Y recordadlo: el filo del hacha es el mejor amigo del hombre.
L.

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