martes, febrero 20, 2007

 
quiero idearte
quiero crearme en ti,
sino viviré pasando de una enfermedad a otra...

Veo muros donde hay labios, hojas donde hay libertad de movimiento y miembro,
el camino en el obstáculo.
En realidad te echo de menos.
Extrañamente siento tu ausencia como algo molesto;

A veces reviento
Otras me sosiego
Busco significados, señales, verbos

Necesito curarme de ti
Necesito curarme de mi
Sino viviré soñando con el ideal
creado a consecuencia de mis carencias inventadas

No te quiero
Sospecho…
que no me quiero

lunes, febrero 19, 2007

 

Inundación

"Cuando los maestros de la antigüedad pintaban
un árbol o una roca, distinguían las partes frontal
o trasera, las posiciones derecha y oblicua, etc.
No descuidaban ninguna pincelada, pero
siempre tenían en cuenta la visión del conjunto.
Si se trataba de representar un profundo bosque o
un río serpenteante, recurrían a brumas y nubes
para acentuar la impresión de profundidad, y a las
piedras dispersas y a los bancos de arena
para marcar la distancia."
Li Rihua (1565-1635)



Ondina se preguntaba a menudo por la ley de la impenetrabilidad cuando era niña y se lo seguía preguntando ahora, que ya había crecido lo suficiente para que los hombres se pusieran razonablemente nerviosos ante una mirada sostenida de sus ojos violetas.

El hecho de chocarse con las personas o las cosas al andar, la maravillosa sensación de acariciar su peluche favorito, el frío tacto del cristal de la mesa, la cuchara entrando en su postre de gelatina roja, los fuertes abrazos de su abuela y los apretones de la mano sudorosa de su primer novio adolescente, todo eso le proporcionaba una sensación de extrañeza, casi psicodélica:
¿Por qué no puedo atravesar el cristal de la mesa con los dedos?
¿Por qué tengo que esquivar a las personas cuando ando por la calle?
Yo debería poder elegir cuando quiero tocar algo, agarrar algo, o simplemente pasar a través de ello, se decía, me ahorraría, nos ahorraría muchos problemas y un montón de energía, por no hablar de sensaciones desagradables.

Su raciocinio seguía cabalgando sobre la imaginación que nunca le faltaba y podía imaginar enormes ventajas y muchas aplicaciones para la medicina, la fontanería doméstica, las telecomunicaciones… e incluso, como descubrió más tarde, para el sexo, al poder convertir cualquier órgano en zona erógena sin necesidad de profundas meditaciones tántricas ni fatigosos ejercicios yógicos.

Ondina Perocópulas es arquitecta y, hoy, en los largos cálculos de resistencia de materiales que sus proyectos necesitan, sigue teniendo esa sensación extraña que la lógica de la matemática y la física aplicadas debería haberle desterrado.

Sentada en una silla de la terraza en el café de la plaza donde tiene su estudio compartido con Martín Bonasera, su compañero de facultad y actual socio, Ondina lee en las páginas dedicadas a moda y complementos del suplemento del periódico:

“Asistimos a una renovación urbana que se gesta en las ciudades. Y en el centro de esa multitud está un nuevo hombre. La ciudad es su lugar de diversión, de posibilidades ilimitadas donde materializar su potencial y lograr sus aspiraciones. Es un adicto a ese mundo de acero y cristal que besa en cada esquina un cielo infinito. Fragancias con energía, armonía de aldehídos metálicos que evocan el brillo del acero y de las transparencias del cristal.”
(EPS 16/03/2003)


- Buenos días. Oh, oh... ¿Un martini tan temprano? Espero que te acuerdes de que hoy tenemos que acabar la primera fase y ultimar detalles de los planos del auditorio.

Martín aparece de pronto tras la revista, silueta borrosa sobre el sol que ya supera la línea del cielo, del otro lado de la plaza.

- Martín: ¿tu puedes imaginar una renovación urbana que no se geste el las ciudades? ¿Eres adicto al acero que besa el cristal que a su vez besa el cielo?
- Oh, oh, divino martini mañanero, creo que ya has decidido dejarme solo con el trabajo de hoy, veamos, al primera pregunta: solo tienes que echar un vistazo a los barrios de aluvión de los 50/60´s e incluso a los de ahora…A la segunda pregunta solo podría contestarte cuando me ponga tan divino y metafísico como tu, y creo que actualmente es demasiado temprano, amiguita. Tráigame un café y una napolitana, por favor.
- Enseguida, señor.

Mientras el camarero ecuatoriano, vestido con una chaqueta blanca demasiado grande para él se aleja, Ondina reprime un mohín entre coqueto y enfadado.

- Pues yo creo que si, viejo escolástico, eres un buen adicto al acero que besa tanto el cielo como el suelo, lo que dudo es que te importe más el cielo infinito que los aldehídos metálicos. Buenos días.
- Pero bueno, ¿de donde viene toda esta pregunta y estos ataques a estas horas de la mañana?
- Vienen de que, por lo que aquí dice, eres el perfecto público objetivo de estas fragancias para el hombre ombligomaníaco de nuestro tiempo.

Del otro lado de la plaza sale una calle que va a desembocar en la pequeña avenida que hace de columna vertebral en este barrio céntrico. Allí, a dos portales de la esquina, una boca de incendios acaba de reventar de pronto, poniendo como una sopa a dos ancianas y a un grupo de escolares camino del colegio.

En la cabina de teléfonos de la esquina de enfrente, Mauricio golpea furioso el aparato que se ha tragado, por segunda vez, sus monedas.
Al cuarto golpe, la máquina decide reaccionar al castigo y refleja en la pantalla, aparentando expresión de sorpresa en sus ojos de cristal líquido, crédito de un euro para la próxima llamada. Mauricio lo ve y, asombrado, para de golpear y marca el número de teléfono de su camello.
Al otro lado del hilo suena una voz al rato como salida de una grabación ralentizada.
- ¿Si? ¿Quién es?
- Soy yo, Mauricio, perdona que te despierte, tío, pero necesito que me sirvas dos micras, me he escapado del curro y tengo que volver rápido.
- Mira, tío, estoy durmiendo, llama más tarde. ¿Vale?
- No, joder, Dedos, no me dejes colgado ahora, no me voy a poder escapar después y estoy todo engorilado, no puedo volver así a trabajar, ya sudo como un cerdo, tío.
- Que llames después, coño, que ahora no voy a abrirte ni a bajar ni hostias, si estás de mono es tu problema no el mío.
- Ostia, Dedos, no me dejes colgado, joder, es solo un momento, subo, me sirves y me voy, hazme el favor…Luego te llamo por la tarde y te pillo más.
- Joder, ostia, me cago en tu madre, tío, que pesado eres, ya me has despertado, sube, ostia, pero que no te vean los vecinos, te sirvo y te vas, ¿eh?
- Si, si , si, gracias, tío, subo rápido, gracias, joder, ya estoy ahí.

El camarero llega sosteniendo a duras penas la bandeja, donde lleva un café con leche y un cruasán.
- Aquí tiene, señor
- ¿Un cruasán? No, no, yo te he pedido una napolitana, una napolitana de crema, no un cruasán.
- Disculpe, señor, enseguida se lo cambio, disculpe, ¿si?
- ¿Ves lo que te digo? Si miraras más al cielo te importarían menos esas menudencias, cruasán o napolitana, napolitana o cruasán…
- ¿Ah, si? Entonces también importarán poco las insignificantes diferencias entre 4 metros de cielo raso o 2, o entre 7 pulgadas más o menos de hormigón de resistencia en los cimientos, o entre voladizos de aluminio o madera, o entre tu martini y un campari, y, ya puestos a minimizar, entre ganar o no el concurso para el auditorio.
Veo que me va a tocar a mi trabajar hoy y que tu te vas a quedar aquí, mirando al cielo infinito y tirándole besos.
- ………
- ¿Tienes algún problema o es que te has levantado soviética, simplemente?
- ………
- Mmmm…ya veo, este es uno de tus días místicos…
- Estaba pensando…¿Te has planteado alguna vez que es un jodido milagro el hecho de que las cosas sean como son, tengan la forma que tienen y no cambien al contacto con otras cosas? Quiero decir, yo te agarro con mi mano del hombro y tú sigues siendo tú, con tu forma, y mi mano sigue siendo mi mano, mi brazo no pasa a formar parte de tu forma ni tú de la forma de mi brazo…
- Ni un cruasán puede tener la forma de una napolitana, aunque coquetee con ella en la bandeja de la pastelería, no, mira, pues si que es curioso…
- No te pongas irónico, Martín, estoy hablando en serio
- Aquí tiene, señor, su napolitana…

Mauricio sale del primer piso letra C y la puerta se cierra tras él, su cara ha sufrido una transformación, ya no suda y una media sonrisa aparece y desaparece de su cara, a intervalos de décimas de segundo. Baja las escaleras atropellado y atraviesa el portal, su mano tira de la manija de la puerta y cuando ésta llega a la mitad del recorrido para abrirse, se para. Una idea ha atravesado de pronto su cabeza, suelta la puerta, da media vuelta y vuelve a subir las escaleras. Supera el primer piso, el descansillo del segundo, el tercero, el cuarto y sigue subiendo hasta llegar a una puerta de reja cerrada que da paso a los trasteros del edificio y al tejado, se para en los últimos escalones, desabrocha la hebilla de su cinturón, tira de él hasta que sale completamente de las trabillas y se sienta en ellos, abre con cuidado su chaqueta y saca del bolsillo interior una bolsa de plástico con cierre hermético, mientras se arremanga el brazo izquierdo y anuda el cinturón en él.

La luz de la mañana entra por la pequeña ventana de la escalera haciendo bailar millones de motas de polvo flotando en suspensión mientras Mauricio vierte el contenido de dos bolsitas de plástico diminutas en una cuchara sopera.

El agua de la boca de incendios reventada alcanza ya a cubrir la avenida hasta dos calles a un lado y a otro del chorro que sale y se eleva cinco metros desde el suelo, los coches que tienen que pasar a su lado lo hacen aumentando la velocidad en ese tramo y haciendo sonar sus motores a causa de una segunda o tercera marcha forzada, hasta que, completamente duchados, salen del radio de acción del poderoso chorro.
Algunos de los escolares han decidido que, ya que estaban empapados, no había más que perder que la primera hora de escuela, y se han que dado a jugar con el agua tirándosela unos a otros con las manos, riendo y gritando.
Las gotas de agua dispersadas saltan y rompen la luz en colores en el aire.

La pequeña gota de sangre se funde con el líquido castaño en el interior de la jeringa y el cuerpo entero de Mauricio se relaja mientras aprieta el émbolo que empuja la mezcla hacia el interior de su torrente sanguíneo.

Una señora de edad mediana cargada con un bebé intenta cruzar la calle inundada levantando exageradamente los pies, lo que no impide que, chapoteando y casi resbalando moje sus zapatos, sus medias y sus piernas hasta media pantorrilla antes de que alcance de nuevo la acera, a la que el agua está llegando.

Ondina pide otro martini, esta vez con soda, y el ecuatoriano, que está en su primera semana de trabajo en este bar, corre solícito a pedírselo en la barra, espoleado por la culpa de su confusión entre cruasanes y napolitanas, nomenclatura pastelera que aún no consigue memorizar con la perfección que requiere su servicio.
- Un “martín-con-soda” para la mesa sinco y otro café, solo.
- Enseguida…Oye, Parónimo, has cobrado a la mesa que se fue, la dos, creo que era…
- Si, hefe, aquí está, 4,35 y 10 séntimos de propina.
- Joder, con las propinas, impresionan, las propinas en este barrio, luego se quejan del redondeo…

El sonido de una sirena se hace más y más próximo en el aire hasta que ya se siente en la manzana de al lado.

- Oye, Ondina, en cuanto tome este café subo al estudio y tú, cocida o no de martinis, deberías subir conmigo, tenemos un plazo que cumplir y ya sabes que me gusta tenerlo todo acabado uno o dos días antes, para que no nos pille el toro con imprevistos.
- Si Martín, si, ahora subimos, pero no me has contestado y me gusta que me respondas cuando te pregunto algo, sobre todo a estas horas.
- Pues qué quieres que te diga, chica, si me he preguntado yo esas cosas, si me parece un milagro eso que a ti, a tu edad y con tu formación, te parece: Pues no, creo que no me lo he preguntado nunca, me parece muy habitual, lógico y coherente tener una forma con límites, que mi coche tenga una forma limitada, que esta mesa sea redonda y cinco dedos en cada mano.
Simplemente estoy acostumbrado a esto, si me apuras, no se como sería la realidad si todo cambiara o pudiera cambiar de forma continuamente, pero creo que sería mucho más difícil elegir qué coche te compras, con quién quieres casarte, los zapatos que te pones, por qué calle vas a tu casa…
Joder, y el coito se convertiría en una especie de amasijo de carnes y sensaciones completamente caótico, si es que comprendo tu idea.
- Pues, a medias, Martín, la estás comprendiendo a medias, lo que yo me pregunto, o mejor, lo que yo deseo, es poder mantener o no mantener los límites de mi cuerpo a voluntad, cuando yo quiera tocar o rozar y cuando no quiera, simplemente traspasar, la piel, la materia, o lo que sea que forma a las cosas que no soy yo.
- Si, eso, en todo caso tú, o los humanos, por que si esperas que un coche, un edificio, una taza de café, quieran cambiar de forma de vez en cuando…
- El agua cambia de forma ¿No?

Mauricio sale del portal y se encuentra con la acera ya completamente inundada de agua que corre en masa por la avenida sin cuestas en todas direcciones, introduciéndose en los portales, en las alcantarillas anegadas y en todos lo agujeros que encuentra en su camino. Los bomberos, enfrente, han acordonado la zona e intentan parar el escape, pero, por lo que se ve, aún no han dado con la llave de paso para poder cerrarla.
Algunos coches de policía llegan para apartar a los curiosos y desviar el tráfico, imposible ya el circular de coches.

La cara de Mauricio refleja un relajamiento que la sorpresa no logra alterar demasiado, murmura algo para si mismo y cuando consigue acordarse de su moto, aparcada en una esquina próxima, echa a correr impulsivamente.
Sus piernas chapotean deprisa haciendo saltar el agua alrededor de su carrera y en un invisible bordillo resbala y cae hacia un lado en la parte de la calle que ya ha sido desalojada de coches por su dueños.
Cae de medio lado, sumergiéndose por un momento en el torrente, y salta apoyándose en las manos, impresionado por el frío del líquido que el sol no ha tenido tiempo de templar.

- ¡¡La ostia!! Joder, lo que me faltaba, ahora volver empapado al curro… ¿Dónde cojones está la moto? Tengo que salir de esta jodida sopa.

Se levanta, nervioso y busca con la mirada la moto entre el barullo de cintas amarillas policiales, las luces de sirena, los cascos y el camión de los bomberos, pero resbala y vuelve a caer, esta vez, de espaldas, y el agua le envuelve completamente.

El último trago de martini con soda entra en ese momento en la garganta de Ondina, su socio se está levantando para irse.
- Entonces, ¿vienes o te vas a quedar aquí todo el día?
- Voy, voy, no serán dos copitas las que me hagan desistir de acabar el proyecto con mi terrenal, bien formado y limitado socio, por lo menos, no hoy.
Oye ¿Qué es todo esa agua que viene corriendo por el suelo?
- Es verdad, que río, y yo con mis zapatos nuevos, vámonos antes de que llegue hasta aquí.
Mira, mira, quizá sea la nueva voluntad de las cosas por expandirse y transformar su forma, aburridas del viejo y trasnochado orden de cada cosa en su sitio y cada oveja con su pareja…
- Muy gracioso, Martín, muy gracioso…

Atraviesan la pequeña plaza mientras el agua que llega de la avenida va ocupando todo su suelo, algunos perros que corretean bajo la mirada de sus dueños se abalanzan hacia ella hundiendo el hocico, otros beben a lametones en cuanto avanza la corriente entre sus patas, los dueños empiezan a llamarlos, porque, como Martín, tampoco se quieren mojar los zapatos.

A esta hora los bomberos están a punto de descubrir cual es la llave que conseguirá cerrar el escape, después de encontrar una de ellas inutilizada y de partir ellos mismos la siguiente.
En el momento que cierran la espita y la boca de riego cesa de fluir con unos cuantos borbotones finales antes de parar del todo, los empleados de la compañía del agua aparecen, apresurados y nerviosos, bajándose de su camioneta casi en marcha y saltando directamente al enorme charco.

El camarero recoge de la mesa las tazas de café y el vaso vacío de martini, los coloca en la bandeja y la levanta con una mano, pasa el trapo húmedo por la superficie redonda con la otra y vuelve al bar, evitando al andar los charcos que se unen con arroyos en un lago bajo las mesas de la terraza.

El ascensor llega al portal donde esperan Ondina y Martín, éste abre la puerta y cede el paso a su socia soltando una carcajada.

- Desde luego, Ondina, no hay quien se aburra contigo, venía desganado esta mañana a trabajar, pensando en todo lo que nos falta por hacer del proyecto y se me hacía un mundo el día, y ahora, parece que la mañana comienza de nuevo.
- Todavía crees que bromeaba, ¿Eh?, pues esta cuestión es algo que me ha hecho pensar mucho, imaginar mucho y que todavía no encuentro lógica ni sentido común, ni ley física que me lo justifique.
Al fin y al cabo, todo se compone de átomos en su parte más quintaesencial, y esos átomos se mueven, las moléculas de absolutamente todo están en continuo movimiento todo el tiempo.
De lo que te hablo es de eso, de un posible trasvase molecular entre las cosas, de una voluntad que haría no sólo nuestra realidad más inmediata, si no todo el universo, más versátil, más dinámico, más comprensivo, mejor…
Tengo la certeza de que incluso nos haría más humanos, en el sentido humanístico de la palabra… No habría tanta diferencia entre el tú y el yo, entre tu idea del tú y mi idea del yo, ni entre mi idea del tú y tu idea del yo, y así sucesivamente…
- Claro, claro, y yo en este momento podría disfrutar del calor matutino de dos martinis en mi cabeza sin haberlos bebido ni pagado. ¿No? Por ejemplo, digo…
- Joder, Martín, siempre serás un frívolo impenetrable…

El ascensor sube dejando atrás piso tras piso hasta llegar al ático, donde se ubica el estudio de arquitectura Perocópulas & Bonasera y desde cuyas ventanas se puede observar como, en la plaza, una figura completamente empapada con la ropa pegada al cuerpo, empuja una moto.
El agua empieza, muy poco a poco, a desaparecer, absorbida por la tierra y por los agujeros de la calle o evaporada por un sol primaveral que calienta más según avanza la mañana.

John Merryck
comparte este cuento y agradece (mucho) vuestros comentarios

viernes, febrero 16, 2007

 

Una imagen no vale más que mil palabras: las apariencias engañan:


miércoles, febrero 14, 2007

 

DOMINGO

Geografía.

Se cuanto miden todos los huesos de tu cuerpo.
Tu espina , hundida , es el valle que recorro
para sumergirme en tus simas.
Con mi boca mido masas, alturas, volúmenes húmedos.
Nieve , color de nieve, en tus ojos.

Planimetrías .

Se como hacer feliz a tu sexo.
Estoy dispuesto a embalsar tu flujo en mi boca
y luego besarte
en labios y manos,
en frente, caderas, bajo tu pecho caido
(espacio siempre al abrigo de los vientos).

Con los ojos cerrados y abiertos,
espero la sorpresa de tu despertar.
Y vuelvo a ti
para rehacer los errores de tu mapa:
poner nombres, dibujar símbolos, habilitar marcas,
eliminar células muertas, grasas inncesarias,
contener ríos desbordados,
modelar siluetas,
topografiar sonrisas y miradas.

Geofísica.

Espacio es igual a luz y tiempo,
mutiplicado por ti.


____________________________

NOTA DEL AUTOR:

Sara, compañera, ¿te sigues aburriendo?

martes, febrero 13, 2007

 

true love, de Mimi Davies (Tate Modern)

 

al Sur del Sur


El horizonte de tu boca se extiende a cinco dedos de distancia.
El espacio que preciso para alejarme de ella, estudiarla, reconocerla, desearla. Una vez y otra.

Me lleva de viaje a dunas que no conoces del Cabo de Gata y al espejismo de agua que vierte el sol entre las palmeras.


sara fuentes

 
He procurado dejar poco rastro de mi vida.

De hecho, apenas si aparezco en alguna foto familiar y rara vez encontrareis por aquí alguien que recuerde mi nombre . Nadie me tomó nunca en serio, siempre imaginándome perdido en un pedregal del desierto, en el llano remoto del altiplano andino o en el corazón negro de los Alpes.

Mis padres solo tenían ojos para mis hermanas ; en la demás familia no arranqué una sola mirada , o una palabra, que se saliera del ámbito banal e irónico que rodeaban nuestros escasos encuentros . Mis hermanas, mis sobrinos, daban por hecho el sin futuro de mi existencia y se limitaban a sonreír y a perder constantemente mi número de teléfono.

Nunca fui nada para vosotros y nada conté en vuestras vidas. Vosotros en la mía tampoco.

Me fui temprano, apenas aclaró el día. Sin preguntas, también sin respuestas. O , al menos, sin las que necesitaba. Quedé sin saber si hubiera tenido el hijo que ansiabas. Desprecié todas las oportunidades de redención que me dieron tus besos, tus abrazos, tus constantes atenciones. Y fui, como ahora, incapaz de ir más allá del mínimo necesario para seguir atado a este inexplicable malvivir, a esta casi inexistencia. Vacié en mis días el amor y el desamor, la ternura y la ira, esperando el amanecer de un tiempo diferente que nunca existió.
Os digo que salí temprano, sin hatillo que echarme al hombro y con los bolsillos de mi americana repletos. En el izquierdo, junto al botón que nunca cosiste, aparecieron unas hojas de melojo, recuerdo de una calurosa tarde de Octubre en el bosque más profundo del Lozoya y unas piedrecitas redondas del Jóbalo. En el derecho un trocito de papel emborronado con un pequeño poema de Pavese , tu anillo de plata , dos billetes del vaporetto de Zattere y una foto de Pierre en la Punta de Francia del Midi.

Encontraron mi cadáver en el Azud Alto, cerca de una gravera abandonada ,con sus galerías inundadas de agua.

lunes, febrero 12, 2007

 
aviso: he manipulado la plantilla para que pueda dejar comentario quien quiera. y firmarlo según su conciencia. resultaba un tanto endogámico esto de que sólo pudieran comentar los miembros de la secta.

sábado, febrero 10, 2007

 

CRISTAL 1

-Hola Duracell, cómeme la polla, anda, !pero no me muerdas!
El Mígue se sonríe,( sólo asoman algunas piezas bucales desordenadas); ya está acostumbrado al Sardina: díle a la puta de tu vieja que me devuelva la dentadura, no te jode.
-No te ralles Mígue, que cada día estás más guapo, eres igual que una calavera, con esos ojos saltones. El Mígue se queda de pie, añade el Sardina, dirigiendo su mirada hacia Cristal, -la cual era la primera vez que estaba en le reunión-, es que si se sienta con ese peaso bullaca...
-Si me siento se rompe la silla, le interrumpe el Mígue.
Mientras, el Sardina, que se había colocado detrás de la nueva, le espetó junto al oido: ¿Y a qué has venido mariquita?
Ésta, que estaba sentada en una de las sillas que formaba un pequeño círculo en medio de la sala, con un rápido movimiento apretó la cabeza del Sardina entre su brazo y el pecho- el cual lucía unas aparatosas tetas-de modo que el provocador quedó a merced de Cristal.
-Qué te pasa tiburón, te estás quedando sin aire, o es que no sabes respirar fuera del agua?
El Mígue, sorprendido, celebró, riendo con su desdentada boca, la llave que había inmovilizado al Sardina, el que a pesar de patalear desesperadamente no conseguía zafarse.
El intenso palmoteo con el que el Mígue jaleaba la angustia del Sardina aceleró la llegada de Cármen:-¿Qué pasa aquí?dijo, dirigiendose a Cristal. Por favor, harías el favor de soltar a Saúl.

-!A que no me vas a volver a tocar el chichi si te suelto, tiburón-dijo Cristal a Saúl mientras apretaba un poco más su cuello.
Éste, cuya cara tenía un color amoratado debido a la falta prolongada de oxígeno, levantó la mano implorando aire. Poco a poco el fornido brazo que le asfixiaba fue relajando la presión hasta que el Sardina cayó al suelo a cuatro patas.

-¿No te vas a sentar, Miguel?- pregunto Cármen, esperando que Saul dejará de toser.
-Si no puedo, se me clavan los huesos, ya no tengo culo;! putas pastillas azules¡.
-Puedes coger un cojín del armario
-¡Éso..., y coge otro para el nuevo, que fijo que también le duele el culo, al muy maricona!- soltó el Sardina, una vez recuperado el resuello necesario.
-Saúl deja de hacer el papel de desagradable y siéntate. ¡Vamos a ver si empezamos de una vez!-zanjó Cármen. Miró a Cristal-hablamos ayer por teléfono, sino recuerdo mal,-ésta asintió con la cabeza mientras retocaba su peinado, el cual había quedado un poco enmarañado en el forcejeo-, ya has conocido a Saúl y a Miguel, prosiguió Cármen, si te parece bien puedes presentarte. Nos gustaría conocer porque has decidido venir. Adelante Cristal

Compañeros, a alguna/o os apetece seguir el relato?

 

las uñas de mis pies

Me hice vieja hace unas pocas semanas.
Fue la mañana de hace tres sábados. Después de limpiar la casa, - alegre, acompañada por la música y el solecillo, - me pegué una de esas duchas de agua hirviendo, - que me dejan la piel rosa con manchas blancas y que son tan, tan perjudiciales para la circulación, para la suavidad de la piel, lo sé, del pelo – y decidí cortarme, una vez más, las uñas de los pies.
Es extraño, cortarse las uñas de los pies. Crecen despacio; no dan mucho trabajo las pobres, tan silenciosas, tan discretas en invierno.
Siempre me han gustado los dedos de los pies porque parecen un grupo de televisiones pequeñas, con sus pantallas minúsculas mirándome, ordenadas de menor a mayor. Los veo tímidos, dóciles, mucho más manejables que los de las manos. Los dedos de los pies se mueven poco, y, cuando lo hacen, es porque yo se lo ordeno, con plena conciencia de lo que quiero que hagan. Ellos, obedecen sin desbaratarse, casi en bloque, como soldados en un desfile. Los de las manos se me rebelan, se me despistan, incluso; a veces, desatienden mis exigencias, o se menean a su antojo, sin que yo me de cuenta de nada.

Aquel sábado descubrí que mis plácidas uñas estaban llenas de irregularidades. – Será de correr – pensé. Así que, empuñé las tijeras y fui repasándolas con cuidado, una tras otra. – están más duras – me dije.
Al terminar, me vestí y salí de casa deprisa; había quedado a comer y tanto esmero me había retrasado.

No he conseguido quitarme la imagen de mis uñas rugosas de la cabeza. En ningún momento del día disfruto del todo. Por las noches, al llegar a casa, lo primero que hago es desenfundarme los pies. Lanzo los zapatos por cualquier sitio y apresuradamente me deshago de los calcetines. Miro durante varios minutos mis uñas sin dar crédito, - ¿éstas son mis uñas?, ¿de verdad son éstas? – las toco con suavidad, advirtiendo su novedoso relieve, su color más opaco, marrón.
Mi madre me hacía tantas cosquillas al cortarme las uñas de los pies que yo me retorcía y le daba patadas para liberarme, pero ella me agarraba firme de los tobillos. No había quien se soltara. Mi madre (no recuerdo cada cuánto tiempo tenía que repetir, la pobre mujer, semejante tarea), quitaba de vez en cuando ese ribete blanco que tanto me gusta, - porque les da un carácter más serio, como de pantallas de televisión con flequillo - ; y las dejaba calvas de nuevo.

Al fin me decidí a ir al médico, a preguntar qué le estaba pasando a mi cuerpo; por qué mis uñas ya no eran las mías; por qué ahora eran feúchas, marrones y duras.
- Son hongos – me dijo; y al cabo me tendió una receta – Aplícate esto tres veces a la semana durante seis meses.
- ¿Hongos? ¿Y dónde?, – exclamé nerviosa - ¿cómo he podido yo pillar estos hongos?
- Tranquila, no te tortures, son cosas que pasan, no le des más vueltas. – explicó mientras me sonreía al ver mi cara de desesperación – No es que tú hayas hecho algo mal, nos puede pasar a cualquiera.

Quizá las he desatendido, he dejado de acariciarlas y mirarlas durante demasiados meses. O es el invierno, que les ha sentado mal, como a mí. Han enfermado de pena, encerradas dentro de mis botas de montaña, añoran el buen tiempo y las sandalias. Quizá les tocaba ya cogerse algo, que siempre han estado tan sanas.


Corro a la farmacia, abro la caja con ilusión, encima del mostrador: el ungüento salvador. Es un frasquito chico, transparente, de cristal. Desenrosco el tapón y saco, adosado a él, un pincel de fibras flácidas.
- ¿Y si me echo esto en una uña, y luego meto el cepillo otra vez en el bote, no hará que todo el líquido se contagie? – pregunto, angustiada, a la farmacéutica.
- No, no te preocupes. Tú extiéndetelo en las uñas todos los días durante un mes, y luego dos veces por semana, durante cuatro meses.

Resoplo. La doctora me dio instrucciones diferentes. Ya empezamos… ¿a quién hago caso? Tras unos instantes de duda decido guardar el bote, leer el prospecto en casa, y seguirlo a pies juntillas.


Desde entonces laco mis uñas con el remedio. Pero sé que no hay salida posible.
Mi cuerpo ha cambiado mucho, claro, menos mal, en los últimos años. Tengo una tripa gorda que hace pliegues, más hinchada durante los días de antes de la regla. Las manos retorcidas, con la piel seca, - cuarteada, microscópicos surcos negros que intento limpiar restregando con agua caliente, jabón y un cepillo de cerdas - de tanto aguarrás, serrín, yeso, pinturas y pocos cuidados. La celulitis me pobló en la adolescencia toda la superficie del cuerpo y ya nunca me ha abandonado. Tengo las tetas pequeñas, y sin embargo, ya puedo sujetar un boli bic con su desplome; – con el rebosar de las nalgas llego a sostener un edding de los gruesos -. He perdido tanto pelo que mis coletas abultan un cuarto que antaño; mis rodillas almacenan toda la grasa que pueden, las muy cabritas, cada vez más; y apareció una arruga vertical entre mis dos cejas – cuando me fijo en ella me sorprendo de lo enfadada que debo parecer siempre -. Me apasiona ir descalza y en verano, mis pies se agrietan porque han acumulado más piel de la cuenta; evitarlo, supondría atenderse con una pulcritud de la que carezco.

Mucho, ha cambiado mi cuerpo.

Pero mis uñas,
Mis uñas de los pies son las que han marcado el límite.
En su silencio, me han gritado.
Mis uñas de los pies, antes dulces, pequeñas, calladas,
me han hecho vieja en unas pocas semanas.


lore

viernes, febrero 09, 2007

 
ANTES DE DESPERTAR




La duchesse Sanseverina fut présentée à la triste princesse de Parme Clara Paolina, qui, parce que son mari avait une maîtressse (...) se croyait la plus malheureuse personne de l’univers, ce qui l’en avait rendue peut-être la plus ennuyeuse.



Me llama después de cenar. Tiene la voz cansada y se nota que hace esfuerzos por parecer normal, por aparentar un optimismo, una soltura, que no siente en absoluto; que, en realidad, nunca ha sentido. Me interroga acerca de mis actividades de los últimos días, acerca de cotilleos que implican a amigos comunes. Me limito a contestar a sus preguntas de manera prolija, haciendo caso omiso del tono de su voz, que refleja su verdadero estado de ánimo bajo el aspecto frívolo de nuestra conversación. Hace tiempo que no me atengo, por principio, a los signos que ocultan algo; sólo a aquéllos evidentes: tengo frío, hace calor, me encuentro mal por esto o por aquello. Nada de jugar al escondite con el sentido profundo de las cosas. Eso, hace tiempo que se acabó porque no es más que una fuente de problemas y de malentendidos. Si estás mal, pienso, haz el esfuerzo de explicarme el porqué; si no eres capaz, mejor cállate. Y si se trata únicamente de una llamada de atención, un S.O.S. existencial, comprende de una vez que, aquí, todos hemos tenido que aprender a nadar por nuestra cuenta, que ya no quedan guapos y fornidos socorristas en la playa para acudir en auxilio de nadie; que tenemos la oportunidad, tal vez la última, de nadar todos juntos, al unísono, en busca de un islote o de un nuevo continente -quién sabe-, proporcionando algún tipo de ayuda a los más cansados -eso que consiste en echar una mano-, pero que si sigues tratando de agarrarte a mis piernas porque sientes que te ahogas; o simplemente, porque has decidido que es más cómodo dejarse arrastrar hasta la orilla; o, peor aún, deseas llevarte compañía en tu viaje hasta el fondo, te pisaré, sin dudarlo, tu dulce cabecita de chorlito hasta conseguir que me liberes de tu abrazo mortal y te hundas tú sola por los siglos de los siglos. Y no pongas esa cara de extrañeza. No hay traición que valga: son, simplemente, las reglas que rigen aquí y ahora. Atente a ellas o desaparece.

- ¿Cómo estás?-, pregunta, cuando, en realidad, lo que ella quiere es que conteste lo más brevemente posible -bien, estoy bien- y me dé prisa en hacerle yo, a mi vez, la misma pregunta. Porque, no lo olvidemos, ella SÍ tiene algo que contestar; incluso mucho que contestar. Aunque se obstine, al principio, en jugar, recurriendo a expresiones mínimas del tipo: sée, yo también estoy bien. Pero es sólo un espejismo: está tanteando el terreno, no quiere precipitarse tampoco; vamos, no está tan desesperada. Quiere encontrar la forma de que todo resulte natural, llevado y traído por las circunstancias. Seguro que mi apostilla lacónica: pues que bien, o: perfecto, en un tono de profunda y estudiada indiferencia, que no invita precisamente a las confidencias, ha logrado sorprenderla. Duda unos segundos, mientras aspira el humo de su cigarrillo del otro lado del hilo telefónico, pero termina por lanzarse. Primero, rectifica: en realidad, no me encuentro tan bien, pero ya sabes, hay que seguir aparentando que vivimos en el mejor de los mundos posibles. Se acabaron la prudencia y el tacto. Ahora viene la invasión en toda la regla de la desdicha ajena, semejante a la del vecino pelma que se obstina en instalarse en tu salón para hablarte de algún problemilla relacionado con el sistema de calefacción central, o con los ruidos del vecino de enfrente, pero con la presión y la masa de una ola arrolladora. Ahora viene la exposición, a través de penosos vericuetos -no debemos dar la imagen de estar al límite y esto parece demostrar que, efectivamente, todavía no estamos en el límite, un lugar que no suele dejar demasiado espacio ni tiempo para preocuparse por cuestiones de imagen; quiero decir que, o estás en él o estás fuera-; la exposición, digo, de todo el malestar acumulado, de la percepción distorsionada de los hechos de la vida, de la miseria propia escalando puestos para salir adelante, para encontrar sus cartas de naturaleza, y justificarse a los ojos del mundo. Bien. Sólo me queda encontrar la posición más cómoda, coger un lápiz o un bolígrafo y emprender una fructífera carrera de dibujante de monigotes y variados garabatos mientras presto mi oído semicerrado a la vacuidad del dolor autoinfligido. Nada es realmente importante, nada es realmente cierto, de todo cuanto voy a escuchar, porque es lo mismo que he estado escuchando a lo largo de los últimos once años y no hay nada nuevo, algo que pruebe la evolución de la dolencia, aunque sea hacia abajo, hacia el abismo -creo que yo sería el primer sorprendido si lograse captar algo distinto, un dato, un simple matiz, una nueva forma de exponer las cosas. De modo que puedo dedicarme a pensar en mis asuntos mientras finjo un interés que no siento; porque, de ocurrir la novedad, mi piloto automático sería perfectamente capaz de detectarla. No digo nada; simplemente hago como que escucho: del otro lado, no necesitan mi aprobación. La aprobación es, después de todo, un derecho, previo y sin condiciones, del doliente: ahí va mi historia, cien mil veces repetida, la historia de mi desamor conmigo misma, la historia de mi ceguera, la historia de mi ombligo abandonado a un movimiento centrípeto, enaltecido a mis ojos por la evidente mediocridad -eso pienso yo- de todo lo demás, de todo cuanto me rodea.
Supongo que nos enfrentamos a algo terrible cuando ya no encontramos nada que decir –cuando, tal vez, no hemos tenido, nunca, nada que decir-, y nos transformamos, de forma automática, en nuestro principal tema de conversación. Yo y mi yo para mí, pero también para ti, que me escuchas. Primero hablaré yo y tú finjiras que te interesas. Luego cambiaremos los papeles. Y así mantendremos la ficción del intercambio y la comunicación. Peor que aburrido: decepcionante y demoledor. Peor que patético: estragante. Ni siquiera cabe ya, ahí dentro, la grandeza pálida de la literatura porque, en semejante discurso reiterado, no queda lugar para la épica, ni para la lírica ni siquiera para el drama. Sólo queda sitio para la serialización del yo, ad nauseam. Como una colección de cromos representando todos el mismo icono, el retrato de mi ombligo. Algo que ni siquiera puede ser objeto de intercambio ni de donación. Un asco.

Ella dice:
- No sé qué me pasa. Sé que no debería decir esto (no, no lo sabe y, caso de saberlo, el impulso exhibicionista ha terminado por desfigurar toda forma real de conocimiento) pero me encuentro mal, fatal incluso. Siento (y este es el leit-motiv de todas sus preocupaciones respecto de su yo maltratado) que nada tiene sentido, que todo es una MIERDA. Que NO CONSIGO encontrar la forma de eludir la maldita angustia (y su cortejo de sombras). Todo me hiere ( peor aún: todo busca hacerme daño, a MI en particular). Nada tiene sentido, todo es absurdo. A veces pienso que no sé si podré resistirlo (este es el morceau de choix, la pieza escogida para mostrar hasta qué punto resulta su sufrimiento insoportable: leve y velada referencia al tema clásico del salto al vacío, a la autosupresión; ¿deseo de incitar la compasión en su interlocutor o de provocarle, mejor aún, el sentimiento de culpa por adelantado? Empujarlo, cuando menos, hacia su abismo particular, para que, movido por su propia cepa de ansiedad y el miedo, logre, de un ademán, enderezar el timón de ambas barcas, la suya y la de ella). Pero yo sé que nadie se ofrece voluntario para morir por culpa de un exceso de yo interponiéndose entre sí y el resto de la vida; a no ser que uno sea particularmente estúpido. Sé también que ella no es capaz de hacer una cosa semejante porque vive de su idea de las cosas y siempre cabe la esperanza de que mañana todo vaya mejor ¿o no?. Si es no, siempre le quedará la posibilidad de seguir quejándose. Mientras que, si estás muerta, no hay lugar, ni tiempo, para nada más.

Y yo pienso, entretanto, que lo que busca no es, en absoluto, el secreto de las cosas que ocurren, que han ocurrido o que ocurrirán, porque, para eso, bastaría con abrir los ojos y mirarlo de frente, ahí, justo delante de nuestras narices, dispuesto para que sepamos de una vez por todas de qué va todo esto. Lo que busca es el modo de instalarse en esa vida que no comprende, dándole la espalda a todo esfuerzo de comprensión. Lo que busca es a alguien, y ésa es la clave de su secreto; de preferencia un hombre -guapo, culto, con quien se puedan mantener conversaciones de alto nivel y disfrutar de las bondades del arte y de la literatura-; alguien que no dude en abrirle la puerta para que pase delante, y en bajar a buscar cruasanes y el periódico los domingos por la mañana, y corra a buscar una farmacia de guardia a las tres de la mañana, sin dejar de sonreír, sólo porque a ella le duele un poco la cabeza; alguien en quien ella pueda despositar toda su capacidad de amar; aún cuando no tenga ni repajolera idea de lo que significa, de verdad, ese verbo tan recurrente. Alguien a cuyo lado, y quizás a pesar suyo, ella pueda entregarse, sin temor, a la imagen de la felicidad que habrá construído laboriosamente, durante años, en el fondo de su atormentada y onanista imaginación. Alguien que, sin duda, terminará por defraudarla, porque no existe nadie así en el mundo, a no ser alguien como ella, y, en ese caso, un yo terminaría por esclavizar al otro yo, en una espiral de violencia contenida y de desasosiego insoportable. Por eso, desconfío de todo aquél que disponga de una idea precisa de lo que es o no es el amor. Por eso, desconfío de todo aquél que crea saber qué es el Amor con mayúscula. Por eso desconfío, entre otras cosas, de ella.

Ella dice:
- El mes que viene vence el contrato de alquiler de mi casa. Mis compañeros de piso han encontrado acomodo por su lado y yo no quiero renovarlo, así que no me queda más remedio que buscar otro sitio.
- El movimiento es bueno –contesto-; impide que te anquiloses.
- Sée, claro; pero ¡hay tantos problemas! Primero, tengo que buscar un nuevo lugar donde instalarme; un sitio bonito y no demasiado caro. Y no tengo tiempo para andar por ahí callejeando, a ver si lo encuentro. Me queda sólo un mes. Luego, está el asunto de la mudanza; la anterior fue una paliza y yo tengo mal la espalda.
- Para buscar casa, ¿por qué no le encargas la tarea a alguna de las agencias especializadas en esos asuntos? Tengo un par de direcciones.
- Pero eso cuesta dinero...
- Tú ganas un sueldazo al mes.
- Sí, pero suelo gastármelo todo.
- Pide entonces un crédito para hacer frente a este gasto. Sólo será una vez...
- ¿Y qué me dices de la mudanza?
- En cuanto a eso, tienes amigos; entre todos podremos hacerlo. De hecho, siempre lo hemos hecho así entre nosotros...
- Por no hablar del armario que compré hace dos semanas. Un armario de tres cuerpos. Necesito una casa en la que quepa mi armario. NECESITO una casa que nos acoja a MI ARMARIO y a MÍ.

Silencio. Noto cómo aspira el humo del cigarrillo, del otro lado del hilo.
- Hay soluciones para todo -profetizo, en mi acostumbrado papel de Pepito el Grillo.
- Lo siento pero... ESTOY AGOBIADA. No sé qué me ocurre, me encuentro fatal. No consigo parar la máquina...
- Recuerda que la máquina nunca para hasta que te dan plaza para el descanso eterno.
- ... y ahora todo este asunto de la mudanza. Hala, ponte a buscar otro sitio, cambia tus costumbres, empieza de cero. ¿Y qué ocurrirá si no hay sitio para mi armario en mi futuro piso? ¿QUÉ HARÉ CON MI ARMARIO?
- ¿Por qué no lo vendes?
- No pienso deshacerme de él. Es mi armario. Lo acabo de comprar. Me costó mucho decidirme, ¿sabes?
- ¿Has pensado en la posibilidad de irte a vivir al interior de tu armario? Imagínatelo en mitad de una colina verde, o en la calle que más te guste...
- Todo esto me crea una ANGUSTIA insoportable. Y estoy sola, SOLA, para enfrentarme con todos los problemas. No puedo contar con NADIE. Todos estáis ocupados con vuestros propios asuntos. El mundo es terriblemente EGOÍSTA.
- (...)
- Hay veces en las que pienso que nada de todo esto tiene sentido, que nada vale realmente la pena.
Silencio y garabatos por mi parte. El mundo gira en una espiral que acaba disparándose al alcanzar el centro, transformándose en una miríada de luces, como de fuegos artificiales, hasta rebosar los bordes de la página. De cada palo de luz nace un animal: una gallina, un poni, un conejo azul.

- Estoy cansada -dice.

Hubo un tiempo en que fuimos amigos. Ahora ya no lo somos. No ha ocurrido nada entretanto, nada definitivo quiero decir, el tipo de gestos o de actos que ponen punto final a una relación. Ha sido cosa, más bien, del desplazamiento vital. Hoy estás aquí, al lado de alguien, y al cabo de un tiempo -un mes, un año-, ya no estás en el mismo sitio. Te has desplazado, y tus afectos contigo. Algo te empujó, algo que vino de dentro o de fuera, qué más da, y sientes que, entretanto, has ido creciendo, como la mata de habas del cuento. Eso fue, más o menos, lo que ocurrió. Aunque, en realidad, siempre ha parecido como si nada hubiese cambiado entre nosotros: mantenemos las formas de la amistad -incluso podemos hablar y reírnos durante horas al teléfono-, pero basta que cuelgue para que ella desaparezca automáticamente del espectro de mis preocupaciones, para que salga de mi vida como si toda su existencia, respecto de mí, se circunscribiera a su voz a través del teléfono. En ese sentido, ya hemos dejado de ser amigos y, si mañana muriese, sentiría, al serme comunicada la noticia, una rara sensación, una MOLESTA sensación de pérdida, como cuando se rompe un objeto al que no solemos prestar atención pero que, de vez en cuando, atrae nuestra mirada y nos distrae. Incluso, puede que me preguntara por el destino final de su armario de tres cuerpos (¿habrá dejado dispuesto, por ejemplo, que lo entierren con ella?). De hecho, cuando a veces se me ocurre que debería poner, de algún modo, punto final a esta farsa - la farsa que consiste en seguir tratando a los demás como amigos cuando han dejado de serlo-, proponiendo, por ejemplo, una cita en un sitio concurrido, nada de jardines solitarios ni otros espacios íntimos, para explicarle lo que siento, o remitiéndole una carta sin acuse de recibo, termino siempre por darme cuenta de que ambos gestos conllevan una carga melodrámatica que ya no corresponde al estado de las cosas. En el fondo, las situaciones desgarradoras, por muy patéticas que sean, responden a un sentimiento violento, a un punto de inflexión en que uno siente que pierde algo; algo que tal vez no necesite en realidad, pero cuya pérdida se traduce en una imagen de dolor y sufrimiento. En nuestro caso, una situación de ese tipo resultaría excesiva, agotadora. Inútil. Sé, también, que ella acabaría llorando por mucho que se esforzara por el tipo, frunciendo los labios y fumando compulsivamente, sin saber (y eso es lo fundamental, porque cualquier otra reacción correspondería a una actitud vital, y en su caso, no hay nada que se le parezca) si levantarse y dejarme allí plantado, o si arrastrarse por el suelo implorando misericordia; pero, también sé que no sentiría ningún deseo de correr a su lado, de tratar de protegerla de su nube oscura y que sus lágrimas me dejarían indiferente, allí sentado, en mi espacio imaginario, con un aire cínico que no me corresponde. Como mucho, sentiría un deseo helado de abofetearla; la clase de deseo que me suelen inspirar las víctimas por vocación. Ella llora porque no quiere reconocer la evidencia, y yo estoy lejos, calculando que ocurrirá mañana, o cuántas probabilidades tengo de coger el autobús para llegar a tiempo al trabajo.
Por todo eso, no voy hacer nada, no voy a actuar en ningún sentido. Resulta más sencillo ir cortando tranquilamente las amarras del puente con una navajita de campo, sin precipitarse, y seguir manteniendo esas conversaciones, a veces divertidas, que parecen querer preservar el calor de nuestra antigua amistad allí donde sólo quedan vagos recuerdos. De ese modo, la cosa resulta más llevadera. Un día, la vida nos alejara del todo; tal vez ella consiga un trabajo en otra ciudad, incluso en otro continente, o tal vez reúna el coraje suficiente para abrir una noche el gas y adentrarse sola, más sola de lo que ahora piensa que está, en las profundidades de todo lo que por hoy desconoce de sí misma y de los demás y lo descubra de golpe, cuando ya sea demasiado tarde. Porque despertar, lo que se dice despertar, no creo ya que despierte.

En realidad, basta con levantarse un día y constatar el hecho. Ya no quiero a fulanita o a menganito; o, por lo menos, ya no siento nada especial por ellos, nada que no tenga que ver con la costumbre; y, entonces, todo aquello que vivimos juntos corresponde, en realidad, a otra persona que conocimos y perdimos, como las fotos o los recuerdos. Y el cariño y el amor no serán ya sino un reflejo, como la luz de una estrella lejana que llega hasta nosotros, miles de años después de la explosión de su punto de origen. Es así, y nada de lo que hagamos conseguirá evitarlo.

Ella dice:
- Sé que no tengo derecho a estar así, que las cosas son mucho más fáciles de lo que yo imagino, que mi vida no es tan dura; pero, ¿qué puedo hacer si SIENTO QUE NADA VALE LA PENA? ¿Por qué tengo que estar SOLA? ¿Por qué NADIE ME COMPRENDE?
No digo nada porque no caben respuestas. La adolescencia es, para mí, un sueño duro, con ribetes de pesadilla, que se aleja, y para el que no cabe la nostalgia. Recuerdo una imagen de mí mismo despertándome de golpe en mitad de la noche, dominado por la oprimente sensación de estar volviéndome completamente loco. Entonces, pensaba que éste no era mi sitio, que yo sólo era una pieza que sobraba en el puzle. Ahora sé que siempre he estado aquí, antes de la primera molécula de hidrógeno, antes del Big Bang; y que aquí seguiré, eterno, millones de años-luz después de la extinción del sol. Es mucho más que un sueño, estoy seguro: es una certeza.

Nos despedimos, adiós, adiós, alejados como estamos el uno del otro por el velo intangible de la eternidad de las cosas. Al colgar se me ocurre que, quizá, todos sus problemas no sean sino de origen químico, causados por una carencia de vitaminas o de magnesio. La fruta y las patatas, ¿no son acaso el alimento del alma? La noche es suave, con tintes primaverales. Hay gente que habla animadamente en la calle y, desde mi azotea, veo cómo los coches, que corren por la avenida con los semáforos abiertos, dejan tras de sí un reguero de luz como una señal en la oscuridad del mundo.
L.

viernes, febrero 02, 2007

 

SALVAD LAS TORTUGAS DE LOS BACALAS *

-Chicos, hoy haremos una expedición.....Habrá grandes subidas, así es que...¿preparados para sufrir?.

Las grúas se retorcían sobre los cimientos de hormigón. Una larga fila de camiones, coches y pequeñas furgonetas se perdía entre la niebla. Imaginaba los rostros serios y somnolientos, dedicando minutos de silencio a contemplar el amanecer de un Martes, siguiendo el mismo rito que el ejecutado , milimétricamente, el día anterior. Los mismos pensamientos, las mismas miseria cotidianas, la misma emisora de radio, o la misma discusión diaria. A lo largo de toda la autovía, la fila se hundía en las mismísimas tripas de la ciudad .

-¡Chicos!....-respiró, cogió aliento-...la subida comienza en un camino muy estrecho. Hay un bosque....Un bosque profundo...con árboles grandes, enormes. Al final de ese camino, encontraremos un dragón. Si, si – asintió con la cabeza- ...encontraremos un dragón gigante, que escupe fuego. ...Le despertaremos y saldremos huyendo por el mismo camino, bajando rápido, tan rápido como podamos....

Paró de gritar y la música abandonó la complacencia . La armonía de la Nueva Era mudó a prolegómenos de rave sessión . Estrella recobró aliento y sonrisa, esa sonrisa sin alta en la Seguridad Social que me hacía temblar de puro equilibrio, de incontestable y llamativa belleza.

- El camino es muy, muy estrecho, solo podremos subir en fila india....de uno en uno...Venga, chicos, ¡arriba!.

Miré hacia el ventanal y la niebla me condujo a las últimas luces, desdibujadas y sin fuerza, bajo los puentes del final de la autopista. La mañana se desperezaba en blanco y negro, aunque - pensé para mis adentros- aquello era todo un lujo en esta maldita ciudad incolora, repleta de matices de gris ,casi blancos...Mientras sudaba y el calor acudía puntual a la cita con mis músculos, hundía mi vista en el suelo y la mente en mi memoria. Hoy hace tres años. Curiosamente , este amanecer frío, inmenso y solo, me llevó a las tórridas tardes de Junio que pasaba a tu lado. Tu también sudabas y las gotas recorrían lentas tus sienes, se burlaban en tus mejillas y se desprendían de ti cayendo a la base del cuello. Me gustaba, entonces, recorrerlo con mi aliento, buscando la gota rebelde que olía a tu sexo. Y te daba besos.

-¡Comienza la subida...! – dijo ,apretando el gesto. El esfuerzo acompañaba desde hace rato a la música, en una suerte de juego matemático de compases, movimientos, pausas, ritmos, subir y bajar, acelerar, exprimir. El progressive hacía que me parecieran más ridículas las enormes gotas de sudor que se estampaban contra el suelo. Me quemo de puro esfuerzo.

No se qué excusas balbuceabas, no se que engaño me regalaste hace hoy tres años.

Me quedé , esperándote, en esta ciudad sin futuros, aguardando en todas y cada una de sus esquinas tu visita diaria, tus historias de imposibles casi ciertos, coleccionando en mis entrañas las tardes de sexo y calor, almacenando tu olor y tu sabor en las almohadas de mi cama, siempre tan estrecha, siempre tan mojada. Me entretenía, cuando ya no estabas, contando las piezas de tu ropa interior que atesoraba pacientemente , rotas, en esa enorme caja azul encima del armario.

Me quedé, digo, perdido en ese tiempo incontable, sin saber si fueron horas, días o años. Más bien me abandoné en un lugar cómodo, cercano a la desesperanza. Se vive bien sin tener expectativas, sin hacer trabajar las maquinarias del deseo. Solo se trata, al fin y al cabo, de ganar el dinero suficiente para observar sin ser observado, para pasar desapercibido en el mar de incógnitos que me acompaña, sin dar demasiada cancha al Telediario. Tan solo la justa y necesaria para devorar la hora de comida diaria, virtualmente acompañado. Comencé en aque tiempo a convivir con los animales del VHF , aquellas enormes manadas de tortugas extraviadas en mares fríos, atacadas por los peces más insospechados ,que se aprovechaban de su desvarío en dirección contraria a la playa salvadora. Huían, yendo directamente hacia su perdición, hacia su fin. Los ojos enrojecidos de los atunes y las caras de pavor de las débiles tortugas me enseñaron que aquí solo se trata de encontrar la playa, de no errar en la búsqueda de lo cierto, de lo seguro . Por más que el mar sea más azul allá lejos, de lo que se trata es de vivir. Sin reparar en las calidades. Se trata de hacerte un presente de provecho, de saltarte los capítulos con mucha letra para una rápida lectura del final de este libro.

Transportes Azkar. ¿Podría llevar ese camión todos mis Junios perdidos?

-Mas deprisa, chicos, ¡el dragón nos alcanza! ...Estrella es incansable. No para de sonreir . De sudar.

Más acid, más progressive, más bacalao. Voy tan rápido que adelanto a todos : mientras los demás sufren , yo me he puesto a llorar. No tengo muslos, están fuera de mis piernas. Empujo con fuerza, me doblo hacia delante, me estrujo, me retuerzo sin aliento.

-¡Atrás!....¡Arriba!.....venga , chicos, ¡doblad! ...

Me he hecho daño. El calapies se ha roto y he volado por encima de la bicicleta, cayendo sobre el charco de sudor que yo mismo había formado en el suelo. Las caras me miran , entre alarmadas y confundidas. La música suena cada vez más alto y el calapies roto a mi lado me hace entender que por hoy mi clase de spinning se ha acabado.

Alguien debería hacer algo.

Alguien debería salvar a las tortugas de los bacalas.

__________________

* Nota, con cierto esfuerzo: "Salvad las tortugas de los bacalas" (6a) es una vía de escalada ,abierta en el Sector Abajo de las Placas Musgogénesis, La Pedriza, Sistema Central.

jueves, febrero 01, 2007

 
Es
como mis guantes
cortados:
el calor que proporcionan a parte de mis manos
tan solo
acrecienta el frío que siento en los dedos.

Verte y no verte

sm.

 
¿alguien puede decirme donde van a parar los borradores guardados? ¡Gracias!. Sara M.

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