miércoles, julio 19, 2006
El Bush
EL BUSH
En una arrugada y descolorida foto de familia, señaló a su padre- es profesor de secundaria - dijo con orgullo. A su lado, la madre con su mejor vestido, agarraba a Coni del brazo.
-Mi hermana mayor también es profesora- siguió explicándome - Ese que está a su lado, era su marido. Murió el año pasado. Su cuñado la heredó.-
Ante mi gesto de interrogación Coni, a modo de guía turística, aclaró: ahora vive con él y con su primera esposa.
Me alegré de no haber nacido allí.
En la esquina del retrato se veían tres niños vestidos de uniforme de colegio. Una niña sentada en el suelo, acunaba a un bebe envuelto en una kanga de colorines.
Toda la familia pretendía mostrar naturalidad, sólo los pequeños lo habían conseguido.
- Este es Ochien, mi marido.- continuó con otra foto. -Vive lejos de aquí. Estudiamos juntos en el Instituto Politécnico- Coni acariciaba con ternura la figura del hombre-. Viene a visitarme de vez en cuando. –musitó encogiéndose de hombros. Alzó la vista hacia el cielo.- Mungu- suspiró
Dios fue una de las primeras palabras que aprendí en suahili.
Los compañeros de trabajo de Concilia, incluida yo, bromeábamos acerca del negro color de su piel. Negro como el chocolate puro, sin leche. Coni, respondía con ingeniosos chistes sobre la “extraña palidez” de los colegas. Cuando llegaba mi turno, reíamos como locos.
Varios meses estuve pegada a las faldas de Concilia. En mi pikipiki recorrimos gran parte del distrito de Siaya. De su mano conocí al hombre-árbol, a los naked runners, a Caroline, pero sobre todo me fui adentrando, en su vida. En África.
Aguantó mi ignorancia con infinita paciencia y mucho humor.
Ochien apareció en casa de Coni una de las tardes en las que yo me hallaba allá bebiendo un chai. Al parecer, me había visto en alguna de las contadas ocasiones que se dejaba caer por el pueblo.- Esperaba la oportunidad de poder hablar contigo-dijo reteniendo mi mano en la suya. -Te mueves demasiado rápido-añadió riéndose. -Desapareces antes de que pueda cruzar la calle para saludarte.
- Tienes que venir a visitarme- insistió unas cuantas veces antes de que abandonara la casa. Afirmé con la cabeza, más por compromiso que por convicción.
Coni se marchó de Sega. Cambió el distrito de trabajo. Se mudó a otra residencia lejos del pueblo. Me quede sola -Va a ser difícil mzungu-dijo con sorna- necesitarás adaptarte a nosotros y nosotros a ti.- Al irse me dio una estampa de la virgen.¡ que bien!-pensé-tengo un valioso regalo para cualquiera de mis amigos.
Pasaron semanas antes de tener noticias de mi bienhechora. Pole pole, o sea despacio, me acostumbré a su ausencia. El sábado, en el mercado de ganado, me topé con Ochien -Concilia está embarazada- soltó entre carcajadas. El hombre presumía ante mi de su nueva paternidad En la despedida restregó el dedo índice en la palma de mi mano mientras me miraba con lascivia. Regresé a casa asqueada.
Un amanecer, con la esperanza de que Ochien no estuviera por los alrededores, decidí ir a ver a Coni. La imagen de la mujer tirada en el sofá agarrándose la enorme barriga me alarmó. -Mzungu-logró articular abriendo mucho la boca -me duele aquí-señaló la parte izquierda del pecho. ¡Coni, Coni, vámonos a Sega, rápido, levántate!-grité.
El viaje en moto fue un auténtico tormento. Entre bote y bote noté como el feto se aproximaba y se alejaba de mí. De la vida. Coni me daba cabezazos en los hombros que me desequilibraban. Tensé los brazos con tal fuerza que empecé a sentir calambres. Quería ir deprisa pero la palabra Mungu a mis espaldas me hacía desacelerar. Llegué al hospital con la sensación de haber arrastrado un carro por mitad de África.
La única enfermera, repantigada en una silla, remoloneó hasta indicarme una cama libre. Tuve que hacer grandes esfuerzos para no abofetearla. Ansiosa pregunté por el doctor.- hasta mañana no viene- contestó la imbécil. Mi cara se congestionó al pedirme el kitu kidogo- un poco de dinero -me dijo-que me ayude a mí y a tu amiga.
-Mzungu -susurró Concilia- estoy bien, vete, avisa a mi familia y a Ochien. Dejé el hospital. Cogí una azada y empecé a cavar como una demente. Horadé la dura tierra durante horas, sin sentido, sin descanso. Cuando no pude más me tiré a la zanja. Y Lloré.
Planté dos bananos.
El niño nació muerto. Ese mismo día, Coni se vio relegada a un papel secundario: se enteró que su marido, ya estaba casado con otra mujer en Siala. Tenía ocho hijos con ella.
-Quería agradecerte lo que has hecho por mi mujer- escuché su voz a través de la ventana.- ¿No me invitas a un chai, mzungu? No contesté. -Si no llega a ser por ti, Coni habría muerto. Me ha enviado para que te lo diga.-
Entró. Habló con amargura del niño que había sido enterrado. Nombró a Coni decenas de veces. En frente, yo, sudaba. Su enorme presencia me incomodaba. Él, cazador paciente, esperaba algún síntoma de flojera en la estúpida presa. Yo, bajé la guardia un segundo. Y ¡zas! Se abalanzó sobre mí. Me aplastó contra el sofá. Su dura polla taladraba mi estómago.- creí que eras más rápida.- me dijo al oído.
El terror, como una víbora, recorrió cada centímetro de mi cuerpo, mordió mis centros vitales, inyectó su veneno y mis sentidos se activaron. Comenzó una brutal lucha. Puñetazos. Patadas. Gritos. Insultos en su idioma, en el mío. Arrancó mi camiseta. Uno de los rodillazos en el estómago, hizo que se encogiera lo suficiente como para dejar un hueco por el que me pude escurrir y salí corriendo.
Ben escuchó la historia de Coni con pena pero sin asombro.
-¿Estás loca?, ¿Cómo le dejaste pasar de noche?- preguntó con incredulidad. -Eres blanca. -Wewe ni mzungu.- repetía.- No debes dejar pasar a ningún negro por la noche. Esto es el bush.-
- ¿Y tú?-le pregunté.
Pole pole vino hacía mí. Me rodeó con sus fuertes brazos y sin ofrecer resistencia me dejé conducir hasta la habitación. La noche se alargó varios días.
En una arrugada y descolorida foto de familia, señaló a su padre- es profesor de secundaria - dijo con orgullo. A su lado, la madre con su mejor vestido, agarraba a Coni del brazo.
-Mi hermana mayor también es profesora- siguió explicándome - Ese que está a su lado, era su marido. Murió el año pasado. Su cuñado la heredó.-
Ante mi gesto de interrogación Coni, a modo de guía turística, aclaró: ahora vive con él y con su primera esposa.
Me alegré de no haber nacido allí.
En la esquina del retrato se veían tres niños vestidos de uniforme de colegio. Una niña sentada en el suelo, acunaba a un bebe envuelto en una kanga de colorines.
Toda la familia pretendía mostrar naturalidad, sólo los pequeños lo habían conseguido.
- Este es Ochien, mi marido.- continuó con otra foto. -Vive lejos de aquí. Estudiamos juntos en el Instituto Politécnico- Coni acariciaba con ternura la figura del hombre-. Viene a visitarme de vez en cuando. –musitó encogiéndose de hombros. Alzó la vista hacia el cielo.- Mungu- suspiró
Dios fue una de las primeras palabras que aprendí en suahili.
Los compañeros de trabajo de Concilia, incluida yo, bromeábamos acerca del negro color de su piel. Negro como el chocolate puro, sin leche. Coni, respondía con ingeniosos chistes sobre la “extraña palidez” de los colegas. Cuando llegaba mi turno, reíamos como locos.
Varios meses estuve pegada a las faldas de Concilia. En mi pikipiki recorrimos gran parte del distrito de Siaya. De su mano conocí al hombre-árbol, a los naked runners, a Caroline, pero sobre todo me fui adentrando, en su vida. En África.
Aguantó mi ignorancia con infinita paciencia y mucho humor.
Ochien apareció en casa de Coni una de las tardes en las que yo me hallaba allá bebiendo un chai. Al parecer, me había visto en alguna de las contadas ocasiones que se dejaba caer por el pueblo.- Esperaba la oportunidad de poder hablar contigo-dijo reteniendo mi mano en la suya. -Te mueves demasiado rápido-añadió riéndose. -Desapareces antes de que pueda cruzar la calle para saludarte.
- Tienes que venir a visitarme- insistió unas cuantas veces antes de que abandonara la casa. Afirmé con la cabeza, más por compromiso que por convicción.
Coni se marchó de Sega. Cambió el distrito de trabajo. Se mudó a otra residencia lejos del pueblo. Me quede sola -Va a ser difícil mzungu-dijo con sorna- necesitarás adaptarte a nosotros y nosotros a ti.- Al irse me dio una estampa de la virgen.¡ que bien!-pensé-tengo un valioso regalo para cualquiera de mis amigos.
Pasaron semanas antes de tener noticias de mi bienhechora. Pole pole, o sea despacio, me acostumbré a su ausencia. El sábado, en el mercado de ganado, me topé con Ochien -Concilia está embarazada- soltó entre carcajadas. El hombre presumía ante mi de su nueva paternidad En la despedida restregó el dedo índice en la palma de mi mano mientras me miraba con lascivia. Regresé a casa asqueada.
Un amanecer, con la esperanza de que Ochien no estuviera por los alrededores, decidí ir a ver a Coni. La imagen de la mujer tirada en el sofá agarrándose la enorme barriga me alarmó. -Mzungu-logró articular abriendo mucho la boca -me duele aquí-señaló la parte izquierda del pecho. ¡Coni, Coni, vámonos a Sega, rápido, levántate!-grité.
El viaje en moto fue un auténtico tormento. Entre bote y bote noté como el feto se aproximaba y se alejaba de mí. De la vida. Coni me daba cabezazos en los hombros que me desequilibraban. Tensé los brazos con tal fuerza que empecé a sentir calambres. Quería ir deprisa pero la palabra Mungu a mis espaldas me hacía desacelerar. Llegué al hospital con la sensación de haber arrastrado un carro por mitad de África.
La única enfermera, repantigada en una silla, remoloneó hasta indicarme una cama libre. Tuve que hacer grandes esfuerzos para no abofetearla. Ansiosa pregunté por el doctor.- hasta mañana no viene- contestó la imbécil. Mi cara se congestionó al pedirme el kitu kidogo- un poco de dinero -me dijo-que me ayude a mí y a tu amiga.
-Mzungu -susurró Concilia- estoy bien, vete, avisa a mi familia y a Ochien. Dejé el hospital. Cogí una azada y empecé a cavar como una demente. Horadé la dura tierra durante horas, sin sentido, sin descanso. Cuando no pude más me tiré a la zanja. Y Lloré.
Planté dos bananos.
El niño nació muerto. Ese mismo día, Coni se vio relegada a un papel secundario: se enteró que su marido, ya estaba casado con otra mujer en Siala. Tenía ocho hijos con ella.
-Quería agradecerte lo que has hecho por mi mujer- escuché su voz a través de la ventana.- ¿No me invitas a un chai, mzungu? No contesté. -Si no llega a ser por ti, Coni habría muerto. Me ha enviado para que te lo diga.-
Entró. Habló con amargura del niño que había sido enterrado. Nombró a Coni decenas de veces. En frente, yo, sudaba. Su enorme presencia me incomodaba. Él, cazador paciente, esperaba algún síntoma de flojera en la estúpida presa. Yo, bajé la guardia un segundo. Y ¡zas! Se abalanzó sobre mí. Me aplastó contra el sofá. Su dura polla taladraba mi estómago.- creí que eras más rápida.- me dijo al oído.
El terror, como una víbora, recorrió cada centímetro de mi cuerpo, mordió mis centros vitales, inyectó su veneno y mis sentidos se activaron. Comenzó una brutal lucha. Puñetazos. Patadas. Gritos. Insultos en su idioma, en el mío. Arrancó mi camiseta. Uno de los rodillazos en el estómago, hizo que se encogiera lo suficiente como para dejar un hueco por el que me pude escurrir y salí corriendo.
Ben escuchó la historia de Coni con pena pero sin asombro.
-¿Estás loca?, ¿Cómo le dejaste pasar de noche?- preguntó con incredulidad. -Eres blanca. -Wewe ni mzungu.- repetía.- No debes dejar pasar a ningún negro por la noche. Esto es el bush.-
- ¿Y tú?-le pregunté.
Pole pole vino hacía mí. Me rodeó con sus fuertes brazos y sin ofrecer resistencia me dejé conducir hasta la habitación. La noche se alargó varios días.
martes, julio 11, 2006
A LA ESPERA CON BENEDETTI.
Ahora sé que mis labios van a volver
para abrazar tu piel
y que despertará un nuevo día
contigo a mi lado.
Parece que todos los túneles
se abren al cielo
y que a pesar de la niebla
se ven bastantes estrellas.
Ahora sé que sentiré
tu abrazo de medianoche,
tu piel caliente en mis manos,
tus ojos dulces cerca de mi pecho;
que tus labios, tus mejillas
se moverán hacia mí .
Después de toda la miseria que me inunda,
una noche contigo parece el paraíso.
Ven pronto a mí, por favor.
Ahora sé que mis labios van a volver
para abrazar tu piel
y que despertará un nuevo día
contigo a mi lado.
Parece que todos los túneles
se abren al cielo
y que a pesar de la niebla
se ven bastantes estrellas.
Ahora sé que sentiré
tu abrazo de medianoche,
tu piel caliente en mis manos,
tus ojos dulces cerca de mi pecho;
que tus labios, tus mejillas
se moverán hacia mí .
Después de toda la miseria que me inunda,
una noche contigo parece el paraíso.
Ven pronto a mí, por favor.
domingo, julio 09, 2006
"Un ser creativo tampoco tiene límites emocionales. Esto quiere decir que tenemos que ser conscientes de que uno puede matar, traicionar, ser goloso, vanidoso, avaro, colérico... Emocionalmente puedo y debo imaginar todo en mí. Puedo ser un santo, el mayor benefactor de la humanidad, y, al mismo tiempo, puedo ser un tipo que envenena las aguas para eliminar la vida. En mi imaginario emocional debo romper todos los límites, vencerlos." (A. Jodorowski)
y para endulzar el trago, un haiku que se me ocurrió al ver al hijo pequeño de una amiga aprovechar un libro abierto, abandonado en el suelo por su madre, para hacer pis.
serpentea
entre las negras letras dormidas
un río de oro
viernes, julio 07, 2006
The daughters
Sangre que corre a chorros
igual que surcos de rabia
Por no poder controlar
Es pasión
Es dolor
Hijos... esos son
Se descoyunta la pelvis,
se rompen membranas.
Es un instante, ¡no tiene importancia!
Lo supe después
De mil veces repetida
la sensación de que te rompes
sangras y te descoyuntas.
Por ellos, por ellos
Su dolor desgarra tu alma
Duele crecer
Duele querer
No tiene remedio.
Ni se si tendrá paliativo.
¡Hijos, creced de una vez!
Eternamentealelada@hotmail.com
igual que surcos de rabia
Por no poder controlar
Es pasión
Es dolor
Hijos... esos son
Se descoyunta la pelvis,
se rompen membranas.
Es un instante, ¡no tiene importancia!
Lo supe después
De mil veces repetida
la sensación de que te rompes
sangras y te descoyuntas.
Por ellos, por ellos
Su dolor desgarra tu alma
Duele crecer
Duele querer
No tiene remedio.
Ni se si tendrá paliativo.
¡Hijos, creced de una vez!
Eternamentealelada@hotmail.com
jueves, julio 06, 2006
martes dementes
INFIERNILLO
A través de las acacias que rodeaban la iglesia, el convento y la maternidad, una mancha roja, se abría paso entre los cientos de lisiados y enfermos, que todos los martes, llegaban a rastras a la “misa de sanación”.
-Me gustaría hablar contigo-dijo cuando estuvo a mi altura -Me llamo Jane- extendió su brazo y sus largas uñas carmesíes rozaron mi muñeca.
-Yo, Ana-respondí con sorpresa.
-Ya lo se. No es la primera vez que te veo por aquí-señaló mi hogar - Te estaba esperando-añadió con una sonrisa.
- ¡Karibu nyumbani!, ¡vamos a casa a beber un chai!.
Jane, era una de esas descomunales Mamas africanas de anchas caderas y pechos exuberantes. Mamas capaces de amamantar a dos niños mientras otro cuelga de la fuerte espalda. Mamas del Mundo. Mullidas. Tibias.
Jane con turbante, vestido y zapatos de un rojo salvaje flotaba sobre la hierba.
A su lado, yo. Ínfima. Cruda.
En la cocina herví agua para el té con los restos de frutos de vainilla ugandesa que me quedaban. Jane arrugó la nariz al ver el infiernillo chino- demasiado sucio, siempre oliendo a queroseno-dijo.
Al enterarse de mi nacionalidad, Jane, torció la roja boca con una mueca de tristeza- sólo hablo francés, inglés y algo de alemán-dijo. A medida que destripaba parte de su vida, reconocí mi soledad en la suya.
Jane hablaba despacio. Se exforzaba en buscar las palabras precisas en inglés. Rechazaba expresiones en suahili que yo, hacía tiempo, no podía excluir de mi vocabulario. Nuestras vidas eran opuestamente iguales. Había vivido varios años en Europa. Su marido y sus hijos seguían allí. Ella, no se por qué extraña razón, decidió regresar a su pueblo, donde, ahora, era propietaria de un bar-hotel. Se interesó por mi trabajo y por mi estancia en África. Me hizo prometer que visitaría el grupo de sus amigas alfareras.
Jane preguntó si conocía al magnifico padre Joseph.-es muy seguro para ti, vivir cerca del padre-dijo. Asentí sin hacer comentario alguno. Un concepto muy distinto del director espiritual de la misión católica rondaba por mi cabeza.
La imponente mujer intentaba acudir cada martes a la iglesia. Yo le aclaré, que los martes, trabajaba hasta tarde. Los cánticos de las eucaristías que se alargaban hasta bien entrada la noche, me sacaban de quicio. La peregrinación de moribundos me hacia vomitar.
-Bueno, aún así, el próximo martes pasaré a verte- dijo al despedirse.
-Karibuni tena- respondí. Le acompañé hasta la puerta del compaound siguiendo la tradición africana.
La cara de Philip, mi mejor amigo, mostraba preocupación. No entró sonriendo en casa como era su costumbre. Su mirada, aunque seguía abierta, rehuía la mía.
-Ana, el padre Joseph me manda decirte-explicó con nervios- que la mujer esa de rojo, no puede volver a entrar aquí.
-¿Qué dices?- pregunté con extrañeza.-¿El padre no quiere que hable con mujeres que trabajan en los bares?, ¡vaya actitud cristiana!-añadí con ironía.
Philip juntó las palmas como si estuviera rezando.-Ana, esa mujer, es muy peligrosa-sus ingenuos ojos se agrandaron-créeme, no hables mas con ella.
-Philip, Philip, tranquilo- noté que tenía miedo-Jane viene todos los martes a misa . Adora al padre Joseph-expliqué acariciándole la cabeza.
-Ana, esa mujer pertenece a una secta que invoca al demonio-dijo con voz temblorosa-te ha elegido a tí porque eres débil, no pisas la iglesia, estas indefensa, no conoces los caminos del mal...
” Soy el blanco perfecto pensé”. Me empecé a reír estrepitosamente.
-Ana-continuaba mi querido amigo a trompicones- esas gentes son horribles. Todos ellos se reúnen desnudos, ¡hombres y mujeres mezclados!-mis carcajadas se escucharon en todo el compaound-hacen sacrificios de sangre al diablo. No te rías-dijo con una sequedad que me avergonzó.
-Philip-dije secándome las lágrimas- perdóname, no te ofendas, pero yo no creo en Dios, Satán no me puede atacar. No te preocupes, estoy libre del bien y del mal.
Philip movió la cabeza de un lado a otro chasqueando la lengua. -Ana, por favor, no la vuelvas a ver. Nos dimos un achuchón fraternal. Desapareció en el mismo momento en el que mis demonios irrumpieron. Se cruzaron.
Aquella noche soñé con el padre Joseph. Paró su pikipiki delante de mi casa y me invitó a subir. El sillín me resultó tan cómodo como el mío. Nos detuvimos una vez para recoger a Ruth, hermosa joven que se alojaba en el convento. El padre Joseph no quiso decirnos a donde nos dirigíamos. Cuando llegamos al Bar-Hotel de Jane nos hizo bajar de la moto.
Allí estaban todos juntos. Desnudos como había preconizado mi Philip. Los cuernos les asomaban por entre los pliegues de los turbantes. Jane se paseaba por encima de la barra dando coletazos a diestro y siniestro. El Hombre Lobo y el Violador la tiraban del rabo. Los diablos y diablesas saltaban, reían, bebían cerveza “Safari” hasta caerse de bruces. Fornicaban los unos con los otros sin parar. Vi al padre Joseph encular a Ruth mientras uno de ellos le sodomizaba. No recuerdo haber follado en sueños con Jane pero sí con Ben.
El martes siguiente encontré, en la puerta de mi casa, una cocina de gas, un ramo de flores y una cesta con frutas y verduras, que sin duda, no procedían de los alrededores. A Philip aquello le pareció la prueba irrefutable de que venían a por mí.- Hay que tirar todo esto. No te comas nada- me dijo severamente.- te dejaran embarazada y luego se comerán a tu hijo- aseguró.
En un par de días di buena cuenta del contenido de la cesta. La cocina de gas me pareció un regalo divino. Philip tardó meses en probar cualquiera de mis platos.
El bar-hotel de Jane existía en el pueblo que me dijo. Llevaba cerrado desde que murió su dueña.
A través de las acacias que rodeaban la iglesia, el convento y la maternidad, una mancha roja, se abría paso entre los cientos de lisiados y enfermos, que todos los martes, llegaban a rastras a la “misa de sanación”.
-Me gustaría hablar contigo-dijo cuando estuvo a mi altura -Me llamo Jane- extendió su brazo y sus largas uñas carmesíes rozaron mi muñeca.
-Yo, Ana-respondí con sorpresa.
-Ya lo se. No es la primera vez que te veo por aquí-señaló mi hogar - Te estaba esperando-añadió con una sonrisa.
- ¡Karibu nyumbani!, ¡vamos a casa a beber un chai!.
Jane, era una de esas descomunales Mamas africanas de anchas caderas y pechos exuberantes. Mamas capaces de amamantar a dos niños mientras otro cuelga de la fuerte espalda. Mamas del Mundo. Mullidas. Tibias.
Jane con turbante, vestido y zapatos de un rojo salvaje flotaba sobre la hierba.
A su lado, yo. Ínfima. Cruda.
En la cocina herví agua para el té con los restos de frutos de vainilla ugandesa que me quedaban. Jane arrugó la nariz al ver el infiernillo chino- demasiado sucio, siempre oliendo a queroseno-dijo.
Al enterarse de mi nacionalidad, Jane, torció la roja boca con una mueca de tristeza- sólo hablo francés, inglés y algo de alemán-dijo. A medida que destripaba parte de su vida, reconocí mi soledad en la suya.
Jane hablaba despacio. Se exforzaba en buscar las palabras precisas en inglés. Rechazaba expresiones en suahili que yo, hacía tiempo, no podía excluir de mi vocabulario. Nuestras vidas eran opuestamente iguales. Había vivido varios años en Europa. Su marido y sus hijos seguían allí. Ella, no se por qué extraña razón, decidió regresar a su pueblo, donde, ahora, era propietaria de un bar-hotel. Se interesó por mi trabajo y por mi estancia en África. Me hizo prometer que visitaría el grupo de sus amigas alfareras.
Jane preguntó si conocía al magnifico padre Joseph.-es muy seguro para ti, vivir cerca del padre-dijo. Asentí sin hacer comentario alguno. Un concepto muy distinto del director espiritual de la misión católica rondaba por mi cabeza.
La imponente mujer intentaba acudir cada martes a la iglesia. Yo le aclaré, que los martes, trabajaba hasta tarde. Los cánticos de las eucaristías que se alargaban hasta bien entrada la noche, me sacaban de quicio. La peregrinación de moribundos me hacia vomitar.
-Bueno, aún así, el próximo martes pasaré a verte- dijo al despedirse.
-Karibuni tena- respondí. Le acompañé hasta la puerta del compaound siguiendo la tradición africana.
La cara de Philip, mi mejor amigo, mostraba preocupación. No entró sonriendo en casa como era su costumbre. Su mirada, aunque seguía abierta, rehuía la mía.
-Ana, el padre Joseph me manda decirte-explicó con nervios- que la mujer esa de rojo, no puede volver a entrar aquí.
-¿Qué dices?- pregunté con extrañeza.-¿El padre no quiere que hable con mujeres que trabajan en los bares?, ¡vaya actitud cristiana!-añadí con ironía.
Philip juntó las palmas como si estuviera rezando.-Ana, esa mujer, es muy peligrosa-sus ingenuos ojos se agrandaron-créeme, no hables mas con ella.
-Philip, Philip, tranquilo- noté que tenía miedo-Jane viene todos los martes a misa . Adora al padre Joseph-expliqué acariciándole la cabeza.
-Ana, esa mujer pertenece a una secta que invoca al demonio-dijo con voz temblorosa-te ha elegido a tí porque eres débil, no pisas la iglesia, estas indefensa, no conoces los caminos del mal...
” Soy el blanco perfecto pensé”. Me empecé a reír estrepitosamente.
-Ana-continuaba mi querido amigo a trompicones- esas gentes son horribles. Todos ellos se reúnen desnudos, ¡hombres y mujeres mezclados!-mis carcajadas se escucharon en todo el compaound-hacen sacrificios de sangre al diablo. No te rías-dijo con una sequedad que me avergonzó.
-Philip-dije secándome las lágrimas- perdóname, no te ofendas, pero yo no creo en Dios, Satán no me puede atacar. No te preocupes, estoy libre del bien y del mal.
Philip movió la cabeza de un lado a otro chasqueando la lengua. -Ana, por favor, no la vuelvas a ver. Nos dimos un achuchón fraternal. Desapareció en el mismo momento en el que mis demonios irrumpieron. Se cruzaron.
Aquella noche soñé con el padre Joseph. Paró su pikipiki delante de mi casa y me invitó a subir. El sillín me resultó tan cómodo como el mío. Nos detuvimos una vez para recoger a Ruth, hermosa joven que se alojaba en el convento. El padre Joseph no quiso decirnos a donde nos dirigíamos. Cuando llegamos al Bar-Hotel de Jane nos hizo bajar de la moto.
Allí estaban todos juntos. Desnudos como había preconizado mi Philip. Los cuernos les asomaban por entre los pliegues de los turbantes. Jane se paseaba por encima de la barra dando coletazos a diestro y siniestro. El Hombre Lobo y el Violador la tiraban del rabo. Los diablos y diablesas saltaban, reían, bebían cerveza “Safari” hasta caerse de bruces. Fornicaban los unos con los otros sin parar. Vi al padre Joseph encular a Ruth mientras uno de ellos le sodomizaba. No recuerdo haber follado en sueños con Jane pero sí con Ben.
El martes siguiente encontré, en la puerta de mi casa, una cocina de gas, un ramo de flores y una cesta con frutas y verduras, que sin duda, no procedían de los alrededores. A Philip aquello le pareció la prueba irrefutable de que venían a por mí.- Hay que tirar todo esto. No te comas nada- me dijo severamente.- te dejaran embarazada y luego se comerán a tu hijo- aseguró.
En un par de días di buena cuenta del contenido de la cesta. La cocina de gas me pareció un regalo divino. Philip tardó meses en probar cualquiera de mis platos.
El bar-hotel de Jane existía en el pueblo que me dijo. Llevaba cerrado desde que murió su dueña.