miércoles, julio 19, 2006
El Bush
EL BUSH
En una arrugada y descolorida foto de familia, señaló a su padre- es profesor de secundaria - dijo con orgullo. A su lado, la madre con su mejor vestido, agarraba a Coni del brazo.
-Mi hermana mayor también es profesora- siguió explicándome - Ese que está a su lado, era su marido. Murió el año pasado. Su cuñado la heredó.-
Ante mi gesto de interrogación Coni, a modo de guía turística, aclaró: ahora vive con él y con su primera esposa.
Me alegré de no haber nacido allí.
En la esquina del retrato se veían tres niños vestidos de uniforme de colegio. Una niña sentada en el suelo, acunaba a un bebe envuelto en una kanga de colorines.
Toda la familia pretendía mostrar naturalidad, sólo los pequeños lo habían conseguido.
- Este es Ochien, mi marido.- continuó con otra foto. -Vive lejos de aquí. Estudiamos juntos en el Instituto Politécnico- Coni acariciaba con ternura la figura del hombre-. Viene a visitarme de vez en cuando. –musitó encogiéndose de hombros. Alzó la vista hacia el cielo.- Mungu- suspiró
Dios fue una de las primeras palabras que aprendí en suahili.
Los compañeros de trabajo de Concilia, incluida yo, bromeábamos acerca del negro color de su piel. Negro como el chocolate puro, sin leche. Coni, respondía con ingeniosos chistes sobre la “extraña palidez” de los colegas. Cuando llegaba mi turno, reíamos como locos.
Varios meses estuve pegada a las faldas de Concilia. En mi pikipiki recorrimos gran parte del distrito de Siaya. De su mano conocí al hombre-árbol, a los naked runners, a Caroline, pero sobre todo me fui adentrando, en su vida. En África.
Aguantó mi ignorancia con infinita paciencia y mucho humor.
Ochien apareció en casa de Coni una de las tardes en las que yo me hallaba allá bebiendo un chai. Al parecer, me había visto en alguna de las contadas ocasiones que se dejaba caer por el pueblo.- Esperaba la oportunidad de poder hablar contigo-dijo reteniendo mi mano en la suya. -Te mueves demasiado rápido-añadió riéndose. -Desapareces antes de que pueda cruzar la calle para saludarte.
- Tienes que venir a visitarme- insistió unas cuantas veces antes de que abandonara la casa. Afirmé con la cabeza, más por compromiso que por convicción.
Coni se marchó de Sega. Cambió el distrito de trabajo. Se mudó a otra residencia lejos del pueblo. Me quede sola -Va a ser difícil mzungu-dijo con sorna- necesitarás adaptarte a nosotros y nosotros a ti.- Al irse me dio una estampa de la virgen.¡ que bien!-pensé-tengo un valioso regalo para cualquiera de mis amigos.
Pasaron semanas antes de tener noticias de mi bienhechora. Pole pole, o sea despacio, me acostumbré a su ausencia. El sábado, en el mercado de ganado, me topé con Ochien -Concilia está embarazada- soltó entre carcajadas. El hombre presumía ante mi de su nueva paternidad En la despedida restregó el dedo índice en la palma de mi mano mientras me miraba con lascivia. Regresé a casa asqueada.
Un amanecer, con la esperanza de que Ochien no estuviera por los alrededores, decidí ir a ver a Coni. La imagen de la mujer tirada en el sofá agarrándose la enorme barriga me alarmó. -Mzungu-logró articular abriendo mucho la boca -me duele aquí-señaló la parte izquierda del pecho. ¡Coni, Coni, vámonos a Sega, rápido, levántate!-grité.
El viaje en moto fue un auténtico tormento. Entre bote y bote noté como el feto se aproximaba y se alejaba de mí. De la vida. Coni me daba cabezazos en los hombros que me desequilibraban. Tensé los brazos con tal fuerza que empecé a sentir calambres. Quería ir deprisa pero la palabra Mungu a mis espaldas me hacía desacelerar. Llegué al hospital con la sensación de haber arrastrado un carro por mitad de África.
La única enfermera, repantigada en una silla, remoloneó hasta indicarme una cama libre. Tuve que hacer grandes esfuerzos para no abofetearla. Ansiosa pregunté por el doctor.- hasta mañana no viene- contestó la imbécil. Mi cara se congestionó al pedirme el kitu kidogo- un poco de dinero -me dijo-que me ayude a mí y a tu amiga.
-Mzungu -susurró Concilia- estoy bien, vete, avisa a mi familia y a Ochien. Dejé el hospital. Cogí una azada y empecé a cavar como una demente. Horadé la dura tierra durante horas, sin sentido, sin descanso. Cuando no pude más me tiré a la zanja. Y Lloré.
Planté dos bananos.
El niño nació muerto. Ese mismo día, Coni se vio relegada a un papel secundario: se enteró que su marido, ya estaba casado con otra mujer en Siala. Tenía ocho hijos con ella.
-Quería agradecerte lo que has hecho por mi mujer- escuché su voz a través de la ventana.- ¿No me invitas a un chai, mzungu? No contesté. -Si no llega a ser por ti, Coni habría muerto. Me ha enviado para que te lo diga.-
Entró. Habló con amargura del niño que había sido enterrado. Nombró a Coni decenas de veces. En frente, yo, sudaba. Su enorme presencia me incomodaba. Él, cazador paciente, esperaba algún síntoma de flojera en la estúpida presa. Yo, bajé la guardia un segundo. Y ¡zas! Se abalanzó sobre mí. Me aplastó contra el sofá. Su dura polla taladraba mi estómago.- creí que eras más rápida.- me dijo al oído.
El terror, como una víbora, recorrió cada centímetro de mi cuerpo, mordió mis centros vitales, inyectó su veneno y mis sentidos se activaron. Comenzó una brutal lucha. Puñetazos. Patadas. Gritos. Insultos en su idioma, en el mío. Arrancó mi camiseta. Uno de los rodillazos en el estómago, hizo que se encogiera lo suficiente como para dejar un hueco por el que me pude escurrir y salí corriendo.
Ben escuchó la historia de Coni con pena pero sin asombro.
-¿Estás loca?, ¿Cómo le dejaste pasar de noche?- preguntó con incredulidad. -Eres blanca. -Wewe ni mzungu.- repetía.- No debes dejar pasar a ningún negro por la noche. Esto es el bush.-
- ¿Y tú?-le pregunté.
Pole pole vino hacía mí. Me rodeó con sus fuertes brazos y sin ofrecer resistencia me dejé conducir hasta la habitación. La noche se alargó varios días.
En una arrugada y descolorida foto de familia, señaló a su padre- es profesor de secundaria - dijo con orgullo. A su lado, la madre con su mejor vestido, agarraba a Coni del brazo.
-Mi hermana mayor también es profesora- siguió explicándome - Ese que está a su lado, era su marido. Murió el año pasado. Su cuñado la heredó.-
Ante mi gesto de interrogación Coni, a modo de guía turística, aclaró: ahora vive con él y con su primera esposa.
Me alegré de no haber nacido allí.
En la esquina del retrato se veían tres niños vestidos de uniforme de colegio. Una niña sentada en el suelo, acunaba a un bebe envuelto en una kanga de colorines.
Toda la familia pretendía mostrar naturalidad, sólo los pequeños lo habían conseguido.
- Este es Ochien, mi marido.- continuó con otra foto. -Vive lejos de aquí. Estudiamos juntos en el Instituto Politécnico- Coni acariciaba con ternura la figura del hombre-. Viene a visitarme de vez en cuando. –musitó encogiéndose de hombros. Alzó la vista hacia el cielo.- Mungu- suspiró
Dios fue una de las primeras palabras que aprendí en suahili.
Los compañeros de trabajo de Concilia, incluida yo, bromeábamos acerca del negro color de su piel. Negro como el chocolate puro, sin leche. Coni, respondía con ingeniosos chistes sobre la “extraña palidez” de los colegas. Cuando llegaba mi turno, reíamos como locos.
Varios meses estuve pegada a las faldas de Concilia. En mi pikipiki recorrimos gran parte del distrito de Siaya. De su mano conocí al hombre-árbol, a los naked runners, a Caroline, pero sobre todo me fui adentrando, en su vida. En África.
Aguantó mi ignorancia con infinita paciencia y mucho humor.
Ochien apareció en casa de Coni una de las tardes en las que yo me hallaba allá bebiendo un chai. Al parecer, me había visto en alguna de las contadas ocasiones que se dejaba caer por el pueblo.- Esperaba la oportunidad de poder hablar contigo-dijo reteniendo mi mano en la suya. -Te mueves demasiado rápido-añadió riéndose. -Desapareces antes de que pueda cruzar la calle para saludarte.
- Tienes que venir a visitarme- insistió unas cuantas veces antes de que abandonara la casa. Afirmé con la cabeza, más por compromiso que por convicción.
Coni se marchó de Sega. Cambió el distrito de trabajo. Se mudó a otra residencia lejos del pueblo. Me quede sola -Va a ser difícil mzungu-dijo con sorna- necesitarás adaptarte a nosotros y nosotros a ti.- Al irse me dio una estampa de la virgen.¡ que bien!-pensé-tengo un valioso regalo para cualquiera de mis amigos.
Pasaron semanas antes de tener noticias de mi bienhechora. Pole pole, o sea despacio, me acostumbré a su ausencia. El sábado, en el mercado de ganado, me topé con Ochien -Concilia está embarazada- soltó entre carcajadas. El hombre presumía ante mi de su nueva paternidad En la despedida restregó el dedo índice en la palma de mi mano mientras me miraba con lascivia. Regresé a casa asqueada.
Un amanecer, con la esperanza de que Ochien no estuviera por los alrededores, decidí ir a ver a Coni. La imagen de la mujer tirada en el sofá agarrándose la enorme barriga me alarmó. -Mzungu-logró articular abriendo mucho la boca -me duele aquí-señaló la parte izquierda del pecho. ¡Coni, Coni, vámonos a Sega, rápido, levántate!-grité.
El viaje en moto fue un auténtico tormento. Entre bote y bote noté como el feto se aproximaba y se alejaba de mí. De la vida. Coni me daba cabezazos en los hombros que me desequilibraban. Tensé los brazos con tal fuerza que empecé a sentir calambres. Quería ir deprisa pero la palabra Mungu a mis espaldas me hacía desacelerar. Llegué al hospital con la sensación de haber arrastrado un carro por mitad de África.
La única enfermera, repantigada en una silla, remoloneó hasta indicarme una cama libre. Tuve que hacer grandes esfuerzos para no abofetearla. Ansiosa pregunté por el doctor.- hasta mañana no viene- contestó la imbécil. Mi cara se congestionó al pedirme el kitu kidogo- un poco de dinero -me dijo-que me ayude a mí y a tu amiga.
-Mzungu -susurró Concilia- estoy bien, vete, avisa a mi familia y a Ochien. Dejé el hospital. Cogí una azada y empecé a cavar como una demente. Horadé la dura tierra durante horas, sin sentido, sin descanso. Cuando no pude más me tiré a la zanja. Y Lloré.
Planté dos bananos.
El niño nació muerto. Ese mismo día, Coni se vio relegada a un papel secundario: se enteró que su marido, ya estaba casado con otra mujer en Siala. Tenía ocho hijos con ella.
-Quería agradecerte lo que has hecho por mi mujer- escuché su voz a través de la ventana.- ¿No me invitas a un chai, mzungu? No contesté. -Si no llega a ser por ti, Coni habría muerto. Me ha enviado para que te lo diga.-
Entró. Habló con amargura del niño que había sido enterrado. Nombró a Coni decenas de veces. En frente, yo, sudaba. Su enorme presencia me incomodaba. Él, cazador paciente, esperaba algún síntoma de flojera en la estúpida presa. Yo, bajé la guardia un segundo. Y ¡zas! Se abalanzó sobre mí. Me aplastó contra el sofá. Su dura polla taladraba mi estómago.- creí que eras más rápida.- me dijo al oído.
El terror, como una víbora, recorrió cada centímetro de mi cuerpo, mordió mis centros vitales, inyectó su veneno y mis sentidos se activaron. Comenzó una brutal lucha. Puñetazos. Patadas. Gritos. Insultos en su idioma, en el mío. Arrancó mi camiseta. Uno de los rodillazos en el estómago, hizo que se encogiera lo suficiente como para dejar un hueco por el que me pude escurrir y salí corriendo.
Ben escuchó la historia de Coni con pena pero sin asombro.
-¿Estás loca?, ¿Cómo le dejaste pasar de noche?- preguntó con incredulidad. -Eres blanca. -Wewe ni mzungu.- repetía.- No debes dejar pasar a ningún negro por la noche. Esto es el bush.-
- ¿Y tú?-le pregunté.
Pole pole vino hacía mí. Me rodeó con sus fuertes brazos y sin ofrecer resistencia me dejé conducir hasta la habitación. La noche se alargó varios días.