viernes, diciembre 25, 2009

 

De banquero economista a vendedor de pladur.

Feliz cumpleaños. Has tenido que esperar a tu vigésimo sexto año de vida para sentir algo nuevo, algo distinto. Como cada día, a primera hora de la mañana te diriges al trabajo en un medio de transporte tan concurrido que te hace pensar si no te habrás equivocado de país, -¿estaré en Japón? El resbaladizo suelo del andén lanza con fuerza tus pies hacía la piedra negra y rugosa que, con forma de cuña brillante, te frena en seco. Los números y letras marcados por los nuevos leds, indican que en un minuto parará el próximo convoy. Bajas la cabeza del cartel y tu vista se fija ahora en un hombre tan atractivo que te hace retirar urgentemente tus ojos de él. -¿Atractivo?,¿ hombre?, ¿qué hago? Son tus primeras preguntas ante semejante situación. Nunca tu mente te había jugado esa mala pasada. Ahora, lo que sentías era otra cosa, tu estómago da un giro de ciento ochenta grados que te obliga a afianzar tu peso sobre tus largas y fuertes piernas para no caer.
Notas unos ojos posados en tu nuca que te obligan a darte la vuelta, ahora miran a tu culo. Su cabeza te atrae como lo hizo El jardín de las delicias del Bosco, la última vez que visitaste el museo. Tienes que analizarla, examinarla, escudriñarla. Su recortado pelo cae a unos centímetros de sus bien formadas orejas. Es una abundante mata negra que clarea por las puntas. Sientes un deseo irrefrenable de meter la mano entre su cabellera y acariciarla como si fueran las barbas del león de peluche de tu sobrino. Es el primer impulso que tienes que controlar.
El silbido del metro, que va a efectuar su entrada desde el túnel, te distrajo, tan sólo una décima de segundo porque sigues el recorrido visual, casi al instante. Su frente, con más de cuatro dedos, dibuja unas tenues líneas que lejos de restarle atractivo, se lo potenciaban. Sus ojos no necesitaban a esas pobladas y bien delimitadas cejas, a esas abundantes y largas pestañas para que los tuyos bailaran asombrados ante el descubrimiento de dos ventanas llenas de sol que te invitaban a asomarte.
Poco a poco la larga oruga que aparece desde lo oscuro, va perdiendo velocidad, a su paso por la vía. Necesitas volver a mirarle. Te sitúas justo al lado y sin el más mínimo pudor sigues el escrutinio. Su recta nariz y sus labios marrones te dirigen, sin remisión, a ese hoyuelo que su barbilla aloja. Pero algo te hace retroceder, su boca se ha abierto en una mueca que simula un intento de sonrisa, deja al descubierto sus dientes blancos, que bien posicionados en la encía, tienen el tamaño adecuado, ni grandes, que podrían repeler por su tamaño, ni pequeños de los que invitan a alejarse de ellos. Pero algo más te llama la atención, entre ellos vislumbras una jugosa lengua que te incita, de nuevo, al deseo. Quieres chuparla, morderla, meterla en tu boca, pero otra vez te retraes.
El ruido ensordecedor de la frenada y las puertas al abrirse te vuelcan a la realidad. Sólo piensas en quedarte el último para poder elegir sitio. La gente va tomando posiciones, todos han desaparecido de tu lado, es el momento. Te introduces en el vagón. El está justo en el centro, bien apretujado. Tu quieres avanzar, aunque te cueste, aunque tengas que usar tus codos de palanca; lo consigues. Ahora le tienes justo a la espalda, era lo que perseguías. Huele de maravilla, vuestros altos cuerpos coinciden en un punto al que no llegan los más bajitos, esto te permite caracterizar ese olor a hombre, a macho perfumado con Givenchi, con el perfume que tanto te gusta, “irresistible”. La intensidad del deseo se va reflejando en tu bragueta, menos mal que te pusiste los vaqueros más holgados que tenías y, aún y así, parece que fueran a estallar. De nuevo tu mente vuelve al razonamiento, tan arraigado en tí, y se pregunta -¿qué me está pasando, nunca había sentido algo parecido?-
Raudo y veloz te pones a rebuscar en tu cartera, localizas una de tus tarjetas y sin disimulo se la introduces en el bolsillo de su pantalón. Tu mano siente su enorme pene en erección y el tuyo, en ese preciso instante, como si un dedo se introdujera en el soufflé recién hecho, se desinfla mojándote hasta la rodilla. Va a ser el mejor regalo que recibas este martes del cálido mes de junio.

LM.


martes, diciembre 15, 2009

 

Salve

Salve, silente diosa asuncionada
por los más sólidos designios.
De los pies a la cabeza sazonado, te saludo.

Déjanos saber hacia dónde suspirar las ausencias.
No sé si sabemos dónde soplamos
ni si saldremos de según qué sitio.

Apenas sabemos qué somos,
ilumínanos.
Nos soportamos y seguimos como la sal
a través de la saliva,
salvando soledades,
aspirando a saber y
resistiendo ansiedades, y aún
saboreando asuetos en sábados soleados.

Silbamos bajo las ramas
mientras, Señora,
nuestros ojos nos sirven de soportes
y nuestros olfatos se avisan de presagios
que encontramos, suculentos e invisibles,
a través de las sendas.

Saltamos precipicios al son del susurro
que conseguimos escuchar en nuestros sueños.

Y el viaje continúa.
Y sin saber ni casi sentir, cuando no logramos ser,
estamos, ya
sin sangre santa pero también
sin sucedáneos.

J.M.

foto de Terry Richardson
fuente: VICE

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