lunes, agosto 04, 2008

 

Reflexiones póstumas de un pequeño aristócrata o No pierdan la cabeza, señores.

Chop, chop, ha hecho mi cabeza al desprenderse de mi largo cuello, imprevisiblemente predispuesto a verse desprendido de su apéndice superior. ¡Ah, cabeza mía! Borbotea mi sangre azul y dibuja graciosas figurillas, graciosas de verdad, dignas de un agónico test de Roscharch, sobre mi nívea camisa. Gráciles cisnes incólumes, mariposillas artísticamente aplastadas, conejitos de pascua deliciosamente depilados, el souvenir de un tomate caído del cesto con un plof que da lugar a un chiste, la sombra volátil del niño de Hiroshima... Ay, dibujos enternecedores que mis ojos se deleitan en contemplar, en un autorreflejo inusitado. ¡Me veo a mí mismo sin necesidad de espejo! ¡Qué momento, señores, qué momento! Canturrea mi alma transida, tránsfuga y transfusiva, el aleluya que inaugura el fin de cefaleas, cefalalgias, cefalopatías, jaquecas, migrañas, neuralgias, hemicráneas y vulgares dolores de cabeza. ¡Chop, chop! ¡Adiós, adiós! Lágrimas azules, tornasoladas, en vuestra despedida. Y recordadlo: el filo del hacha es el mejor amigo del hombre.
L.

Comments:
"Borbotea mi sangre azul", no conocía tu color interior, como si de Borbón se tratara.

Me encanta el tinte surrealista que toma el relato, voy a ver si lo continuo.

LOLA (aunque no creo que hiciera falta la identificación)
 
Yo que sufro tanto sudando por cada pelo de mi admirable cabellera una gota, no haber pensado en esto...

Gracias por tamaño consejo cosmético, Laura, mi querida amiga martedemente, nunca más tendrás que pintarme la línea de las cejas, cuando salimos a bailar las noches de unilunio.

¿Cómo me quedará mi nuevo Stephen Jones color caramelo sobre los hombros desnudos, tan bronceados?
 
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