martes, julio 29, 2008

 

La cabeza bajo el brazo II

El hombre, desnudo, pegado a la silla de madera verde, que había rescatado del cuarto de calderas del colegio donde trabajaba, y con la espalda apoyada en la pared de azulejos blancos y grasientos de la cocina, despertó de su ensoñación con un graznido de loro que le taladró los tímpanos:
— ¡Sócrates, Sócrates! ¡Despierta, despierta! ¡A trabajar!

La jaula colgaba en el interior de la nevera vacía y sin puerta. El hombre lo miró de reojo, sin poder separarse de la pared. Pensó que debería haber comprado un delicado frigílido en lugar de ese pajarraco que aparentaba una normalidad odiosa, mientras él se sentía al borde del infarto.
Dejó que los párpados se le cerrasen. Deseó sentir el gélido viento que lo acompañaba el día que entró en la pajarería donde, nueve meses antes, lo había comprado. La tienda, con la fachada pintada de violeta y una gran cristalera con un rótulo que anunciaba “Animales exóticos”, estaba ubicada dos calles al oeste de la del colegio. Durante el último curso, todos los jueves por la tarde, había pasado por la acera de enfrente camino a la parada del autobús que le acercaba hasta la academia de inglés.
La primera vez que se paró ante el escaparate, observó al dependiente, un hombre calvo, con barba y gafas de pasta que, junto a las peceras y con la mano izquierda dentro de ellas, movía en el agua una pequeña red. La tercera ocasión en la que se detuvo y lo encontró ocupado en la misma faena, pensó que no le resultaría difícil enamorarse de ese hombre que rescataba, sin descanso, peces ahogados (continuará...).
bl

Comments:
Antes de una semana, efectivamente.

La "última mañana" me hizo pensar en Escher; la "cabeza...I", en Moebius. ¿La "...II"? Esperaré hasta que lo continuéis.

Víctor Sierra, lector dedicado
 
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