jueves, junio 26, 2008
Manos de viola
Atiendo a la palabra de los cuerpos
cenizas, brillos, aletas y vínculos fugitivos
Mi piel está rota
minúsculo detalle sometido a la luz
Bocas de mi espalda
sois vida blanca y letras
Esa piel si está quebrada
-bromea-
y su sol ensucia todo
Pero ella desea sudar,
exhalar sin legar huellas
Calla cuerpo, calla
Calla y escucha
Atiende como hilo las ramas que subyacen dentro de la fotografía
Sus.
cenizas, brillos, aletas y vínculos fugitivos
Mi piel está rota
minúsculo detalle sometido a la luz
Bocas de mi espalda
sois vida blanca y letras
Esa piel si está quebrada
-bromea-
y su sol ensucia todo
Pero ella desea sudar,
exhalar sin legar huellas
Calla cuerpo, calla
Calla y escucha
Atiende como hilo las ramas que subyacen dentro de la fotografía
Sus.
"La montaña muerta"
Los buitres custodian el secreto de las rocas.
Los más jóvenes
introducen su cabeza de arco iris
y hurgan en su interior,
degustando, a ciegas,
la celosa textura de sus entrañas.
Bestias dóciles,
deslumbradas por el hallazgo.
J.
Los más jóvenes
introducen su cabeza de arco iris
y hurgan en su interior,
degustando, a ciegas,
la celosa textura de sus entrañas.
Bestias dóciles,
deslumbradas por el hallazgo.
J.
* * *
Pez, color ocre rojizo, se revela
contra la tonalidad de sus escamas.
Brillan, ásperas, mientras nada
río arriba,
arañando el agua.
J.
contra la tonalidad de sus escamas.
Brillan, ásperas, mientras nada
río arriba,
arañando el agua.
J.
"Sierra musical"
Yo sé la melodía del ángel.
Suena helicoidal cuando acaricio,
una y otra vez,
el bucle tatuado sobre su cráneo.
J.
Suena helicoidal cuando acaricio,
una y otra vez,
el bucle tatuado sobre su cráneo.
J.
lunes, junio 23, 2008
Presagio
El grillo anuncia tu llegada.
Deliciosa espera.
J.
Deliciosa espera.
J.
domingo, junio 22, 2008
Balas nuevas no matan ciervos
y la cabeza del árbol se agacha
y presta su oído de nieve
al ronco respirar del hombre
que acecha en la espesura
y de su amor no sabe nada.
Balas nuevas sobre el tendido del aire
y la frugal desidia de los páramos.
Balas nuevas no matan ciervos
ni las voces irritadas de los lobos
que siembran de dolor la tierra entera.
En esta tierra macilenta que es amor cansado
y vencimiento del plazo de la escarcha.
Balas nuevas para los juegos de los niños.
Balas de acero machacado
que anidan en tu cuerpo
y forman rosarios de oscuros besos olvidados.
Como el rítmico golpear de las botas del cazador solitario
en la madera del suelo de los vivos.
Aquí tú y ahí él; no lejos, sino en la distancia.
Como el eco de las flores,
como el sonido del tambor.
Aquí tú y tu corazón que pertenece a la tiniebla.
La rama verde tendrá cera
que servir en este entierro de los ciervos no nacidos.
¿Somos lobos para el lobo,
o invitados al banquete de los ciegos?
Donde tu voz irrumpe,
en el claro de los ciervos, crecen balas de algodón
y arroz para los ciervos.
L.
y la cabeza del árbol se agacha
y presta su oído de nieve
al ronco respirar del hombre
que acecha en la espesura
y de su amor no sabe nada.
Balas nuevas sobre el tendido del aire
y la frugal desidia de los páramos.
Balas nuevas no matan ciervos
ni las voces irritadas de los lobos
que siembran de dolor la tierra entera.
En esta tierra macilenta que es amor cansado
y vencimiento del plazo de la escarcha.
Balas nuevas para los juegos de los niños.
Balas de acero machacado
que anidan en tu cuerpo
y forman rosarios de oscuros besos olvidados.
Como el rítmico golpear de las botas del cazador solitario
en la madera del suelo de los vivos.
Aquí tú y ahí él; no lejos, sino en la distancia.
Como el eco de las flores,
como el sonido del tambor.
Aquí tú y tu corazón que pertenece a la tiniebla.
La rama verde tendrá cera
que servir en este entierro de los ciervos no nacidos.
¿Somos lobos para el lobo,
o invitados al banquete de los ciegos?
Donde tu voz irrumpe,
en el claro de los ciervos, crecen balas de algodón
y arroz para los ciervos.
L.
viernes, junio 20, 2008
“Segunda versión”
Tu lengua lame, indecisa,
el jugo derramado sobre el triángulo de los primeros rayos.
Trepida, contra luz,
el hemisferio naranja:
no tengas prisa
por acabar
el poema.
J.
el jugo derramado sobre el triángulo de los primeros rayos.
Trepida, contra luz,
el hemisferio naranja:
no tengas prisa
por acabar
el poema.
J.
jueves, junio 19, 2008
Vanessa
Dolor frío; me emborracho de aliento.
Tu aura es amarilla y naranja,
un hilo de voz salpica mis piernas.
Negra, pañuelo de avena y mármol abrazado al cuello.
No te ronda la muerte,
eres vida roja, de falda morada.
La punta de tu lengua folla con mis ojos.
Sonrisa, de alas amarillas...
Tu aura es amarilla y naranja,
un hilo de voz salpica mis piernas.
Negra, pañuelo de avena y mármol abrazado al cuello.
No te ronda la muerte,
eres vida roja, de falda morada.
La punta de tu lengua folla con mis ojos.
Sonrisa, de alas amarillas...
bl
miércoles, junio 18, 2008
* * *
Enano del jardín, genio feliz de las gardenias,
vigilante de raíces aprisionadas:
las paredes de plástico
obstruyen tu crecimiento
de yeso pintado.
Guardián hortera,
portador de ánimas al estanque helado,
donde las horas
transcurren al azar,
impulsadas por catorce rayos de sol.
Solsticio de invierno:
el parterre de flores artificiales
resplandece.
2.
“Depresión barométrica”
La brújula apuntó al sur.
Tramontana,
enemigo eterno del levante,
rugió,
dejándome sin aliento.
J.
Enano del jardín, genio feliz de las gardenias,
vigilante de raíces aprisionadas:
las paredes de plástico
obstruyen tu crecimiento
de yeso pintado.
Guardián hortera,
portador de ánimas al estanque helado,
donde las horas
transcurren al azar,
impulsadas por catorce rayos de sol.
Solsticio de invierno:
el parterre de flores artificiales
resplandece.
2.
“Depresión barométrica”
La brújula apuntó al sur.
Tramontana,
enemigo eterno del levante,
rugió,
dejándome sin aliento.
J.
lunes, junio 16, 2008
LLUEVE SOBRE ERNESTO
He vuelto a pintar después de no sé cuántos años. Para ello, he necesitado una caja, un viaje y un muerto.
Todo empezó el día del entierro de Ernesto. Llovía y el brillo del mármol mojado mojado me trajo el recuerdo de veladuras de óleo y de otras obsesiones que creía superadas.
Regresaba a casa con lo pies empapados. En el buzón encontré un aviso de Correos: era un paquete que Ernesto me envió desde Marruecos, cuando estaba preparándolo todo. Corrí a la oficina de Correos y recibí la caja, y su nota adjunta. Estaba escrita con la letra temblorosa de sus últimos días: “No abras el paquete hasta que no vengas al Sáhara”. Me sorprendió que la firmara con su nombre y apellido, como si hiciera falta.
Miré la caja. Medía unos veinte centímetros por diez. Era de un cartón ajado con manchas de pintura. Mis ojos se perdieron por un momento en los colores. Agité la caja, la miré al trasluz, incluso pasé mi lengua para comprobar su sabor. No más pistas.
El frío en los pies rompió el embrujo. Me quité las medias húmedas. Dejé la caja encima de una silla del comedor para servirme un té moro de los que a él le gustaban. Desde el sofá contemplé la caja en la cabecera de la mesa, como si fuera una escena de un lienzo de Magritte. Como decía Ernesto, las casualidades no existen.
Pareció una casualidad que él y yo nos conociéramos, y que empezáramos a pintar juntos. Y a compartir estudio, a exponer, y a buscar marchante. No lo fue, porque yo por entonces no sabía que madurar es saber que no eres especial. Y la pintura era mi fórmula para diferenciarme. Pintaba para crecer, como si cubrir un lienzo de líneas y colores fuera el Colacao del espíritu. Crecí, y la pintura y el mundillo del arte empezaron a provocarme arañazos en el alma.
Dejar de pintar fue como amputarme la mano. Pero lo logré. Ernesto se marchó y buscó su hueco junto al Atlántico. En Agadir le resultó sencillo encontrar un estudio y empezar a vender cuadros a parisinos bohemios que querían gastar su pensión francesa a precios marroquíes. También encontró el desierto, el de arena, el de piedras, el de la soledad, el azul y el amarillo. Halló por fin el estilo que tanto había perseguido. Y también encontró esa puta enfermedad, gorrona y cruel, que lo llevó al suicidio antes de verse postrado en una silla de ruedas.
La caja seguía en la cabecera de la mesa de mi comedor de Madrid, y yo me abrasaba con el té y los recuerdos. Tenía que ir al Sáhara. Lo contrario hubiera sido traicionar a mi amigo.
Me despedí del trabajo, puse una mala excusa a mi pareja, y compré un billete de avión a Agadir. Llegué temprano. En el aeropuerto alquilé un coche y eché el bolso con la caja al asiento de atrás. Me perdí en los arrabales de la ciudad con un mapa en el regazo. Por fin, dejé atrás el bullicio, y la única carretera transitable de la zona me llevó al desierto. Deslumbrada por la luz del Sáhara, rasgué el cartón del paquete. Sí, eran tus pinceles, Ernesto, viejo bobo, y la llave de tu estudio.
Regresé a Agadir, subí al estudio, preparé un lienzo y empecé por el amarillo.
E.M.guitián
He vuelto a pintar después de no sé cuántos años. Para ello, he necesitado una caja, un viaje y un muerto.
Todo empezó el día del entierro de Ernesto. Llovía y el brillo del mármol mojado mojado me trajo el recuerdo de veladuras de óleo y de otras obsesiones que creía superadas.
Regresaba a casa con lo pies empapados. En el buzón encontré un aviso de Correos: era un paquete que Ernesto me envió desde Marruecos, cuando estaba preparándolo todo. Corrí a la oficina de Correos y recibí la caja, y su nota adjunta. Estaba escrita con la letra temblorosa de sus últimos días: “No abras el paquete hasta que no vengas al Sáhara”. Me sorprendió que la firmara con su nombre y apellido, como si hiciera falta.
Miré la caja. Medía unos veinte centímetros por diez. Era de un cartón ajado con manchas de pintura. Mis ojos se perdieron por un momento en los colores. Agité la caja, la miré al trasluz, incluso pasé mi lengua para comprobar su sabor. No más pistas.
El frío en los pies rompió el embrujo. Me quité las medias húmedas. Dejé la caja encima de una silla del comedor para servirme un té moro de los que a él le gustaban. Desde el sofá contemplé la caja en la cabecera de la mesa, como si fuera una escena de un lienzo de Magritte. Como decía Ernesto, las casualidades no existen.
Pareció una casualidad que él y yo nos conociéramos, y que empezáramos a pintar juntos. Y a compartir estudio, a exponer, y a buscar marchante. No lo fue, porque yo por entonces no sabía que madurar es saber que no eres especial. Y la pintura era mi fórmula para diferenciarme. Pintaba para crecer, como si cubrir un lienzo de líneas y colores fuera el Colacao del espíritu. Crecí, y la pintura y el mundillo del arte empezaron a provocarme arañazos en el alma.
Dejar de pintar fue como amputarme la mano. Pero lo logré. Ernesto se marchó y buscó su hueco junto al Atlántico. En Agadir le resultó sencillo encontrar un estudio y empezar a vender cuadros a parisinos bohemios que querían gastar su pensión francesa a precios marroquíes. También encontró el desierto, el de arena, el de piedras, el de la soledad, el azul y el amarillo. Halló por fin el estilo que tanto había perseguido. Y también encontró esa puta enfermedad, gorrona y cruel, que lo llevó al suicidio antes de verse postrado en una silla de ruedas.
La caja seguía en la cabecera de la mesa de mi comedor de Madrid, y yo me abrasaba con el té y los recuerdos. Tenía que ir al Sáhara. Lo contrario hubiera sido traicionar a mi amigo.
Me despedí del trabajo, puse una mala excusa a mi pareja, y compré un billete de avión a Agadir. Llegué temprano. En el aeropuerto alquilé un coche y eché el bolso con la caja al asiento de atrás. Me perdí en los arrabales de la ciudad con un mapa en el regazo. Por fin, dejé atrás el bullicio, y la única carretera transitable de la zona me llevó al desierto. Deslumbrada por la luz del Sáhara, rasgué el cartón del paquete. Sí, eran tus pinceles, Ernesto, viejo bobo, y la llave de tu estudio.
Regresé a Agadir, subí al estudio, preparé un lienzo y empecé por el amarillo.
E.M.guitián
AMOR LÉSBICO
Resplandeces…
Me desgarras…
Me necesitas…
Siempre acabo en tus brazos.
Hagamos el amor. Quiero lamer tus pechos rebosantes.
Hazme tuya. Erízame la piel con tus llagas frías.
Te quiero, Vida.
Yo también te quiero, Muerte.
Guitián
Resplandeces…
Me desgarras…
Me necesitas…
Siempre acabo en tus brazos.
Hagamos el amor. Quiero lamer tus pechos rebosantes.
Hazme tuya. Erízame la piel con tus llagas frías.
Te quiero, Vida.
Yo también te quiero, Muerte.
Guitián
miércoles, junio 11, 2008
Ahora sí te daría cobijo junto a mí;
cielo, casa abierta junto al agua;
te diría: ¡ven!
acércate, deja que tu cuerpo de espuma
encuentre la forma de acogerse a esta luz
bañada de esporas cristalinas y ceniza,
entre flores de cosecha.
Acogido
a la sombra de tu propia sombra,
huida tempranera, refugiado en el atrio acogedor
de un arbusto solitario que se ensancha.
Mi jardín es tuyo, dispón de él.
Decide tú cuál ha de ser en él tu próxima morada,
hijo predilecto de tu propia ausencia y de mi risa.
Acercándome y tendiendo el abrazo
de mi propia semejanza;
a ti hierro y a mi piedra,
y doy las gracias si logro así
arrancarte al cenagoso lago
y a un idioma de escarcha y de vinagre
prendidos ambos, ya lo sabes,
como un saco de hierro
a tus espaldas de ángel
que no inventa pero espera, escarba,
encierra en sí la salud de su quehacer y su defensa.
Te diría: ¡Ven!
tú lo sabes.
Acude y respira
sin tratar de decidir tu suerte
en un último temblor de tu muñeca.
El miedo es la forma menguante del ser
que se adormece, su límite estrecho,
la base misma de su disposición humana y de tu prisa.
En cuanto a ti, ¿qué pretendes
escondiendo de nuevo tu cabeza
tras la palma abierta de esa mano
que apela a la clemencia de un juez desconocido?
Yo soy la misericordia y tu sonrisa me es grata
y tus dientes relucen para mi alegría
entre los finos pretiles de tus labios
y tus ojos son rescoldo de hoguera de verano.
Y así queda mi boca prendida de la tuya
alimentando el aire que discurre encabritado;
mi sollozo y tu sollozo;
fuego dentro del recuerdo de la llama.
Beso enamorado que el eco no devuelve.
L.
cielo, casa abierta junto al agua;
te diría: ¡ven!
acércate, deja que tu cuerpo de espuma
encuentre la forma de acogerse a esta luz
bañada de esporas cristalinas y ceniza,
entre flores de cosecha.
Acogido
a la sombra de tu propia sombra,
huida tempranera, refugiado en el atrio acogedor
de un arbusto solitario que se ensancha.
Mi jardín es tuyo, dispón de él.
Decide tú cuál ha de ser en él tu próxima morada,
hijo predilecto de tu propia ausencia y de mi risa.
Acercándome y tendiendo el abrazo
de mi propia semejanza;
a ti hierro y a mi piedra,
y doy las gracias si logro así
arrancarte al cenagoso lago
y a un idioma de escarcha y de vinagre
prendidos ambos, ya lo sabes,
como un saco de hierro
a tus espaldas de ángel
que no inventa pero espera, escarba,
encierra en sí la salud de su quehacer y su defensa.
Te diría: ¡Ven!
tú lo sabes.
Acude y respira
sin tratar de decidir tu suerte
en un último temblor de tu muñeca.
El miedo es la forma menguante del ser
que se adormece, su límite estrecho,
la base misma de su disposición humana y de tu prisa.
En cuanto a ti, ¿qué pretendes
escondiendo de nuevo tu cabeza
tras la palma abierta de esa mano
que apela a la clemencia de un juez desconocido?
Yo soy la misericordia y tu sonrisa me es grata
y tus dientes relucen para mi alegría
entre los finos pretiles de tus labios
y tus ojos son rescoldo de hoguera de verano.
Y así queda mi boca prendida de la tuya
alimentando el aire que discurre encabritado;
mi sollozo y tu sollozo;
fuego dentro del recuerdo de la llama.
Beso enamorado que el eco no devuelve.
L.
viernes, junio 06, 2008
Taller de escritura
jueves, junio 05, 2008
Enano de jardín
Entro en la sed de los semidioses
entre la hidromiel de los días
con la nariz apretada contra el cristal convexo
sobre la luna abierta, supurando vino.
Son margaritas de pétalo violáceo
que roncan en el mugido
de este niño imitando a la vaca del cuento.
Escucho susurro de trece noches
de insomnio en resplandor de concursos,
palabra incompleta la lírica del meñique
en mi oído taponado.
No muevas ficha antes de la una de las dos, de las tres
verdeazuladas.
Incorrecto, blancas sus nalgas:
caminamos hasta la próxima caja.
Prometeo delirio de fuego fatuo,
abrazado a bombona apagada,
tuya es la voz tuyo el ser, el verbo y la palabra:
costa desesperada de mar y de montaña.
Qué fácil es respirar,
brisa ardilla que nace ahora para morir ahora:
nata montada sobre las crestas de los árboles…
Llego así a mi propia primavera.
La, la, lara, la.
Imitando a la vaca del cuento:
palabra incompleta hasta la próxima caja.
J.M.
entre la hidromiel de los días
con la nariz apretada contra el cristal convexo
sobre la luna abierta, supurando vino.
Son margaritas de pétalo violáceo
que roncan en el mugido
de este niño imitando a la vaca del cuento.
Escucho susurro de trece noches
de insomnio en resplandor de concursos,
palabra incompleta la lírica del meñique
en mi oído taponado.
No muevas ficha antes de la una de las dos, de las tres
verdeazuladas.
Incorrecto, blancas sus nalgas:
caminamos hasta la próxima caja.
Prometeo delirio de fuego fatuo,
abrazado a bombona apagada,
tuya es la voz tuyo el ser, el verbo y la palabra:
costa desesperada de mar y de montaña.
Qué fácil es respirar,
brisa ardilla que nace ahora para morir ahora:
nata montada sobre las crestas de los árboles…
Llego así a mi propia primavera.
La, la, lara, la.
Imitando a la vaca del cuento:
palabra incompleta hasta la próxima caja.
J.M.