lunes, febrero 19, 2007
Inundación
"Cuando los maestros de la antigüedad pintaban
un árbol o una roca, distinguían las partes frontal
o trasera, las posiciones derecha y oblicua, etc.
No descuidaban ninguna pincelada, pero
siempre tenían en cuenta la visión del conjunto.
Si se trataba de representar un profundo bosque o
un río serpenteante, recurrían a brumas y nubes
para acentuar la impresión de profundidad, y a las
piedras dispersas y a los bancos de arena
para marcar la distancia."
Li Rihua (1565-1635)
Ondina se preguntaba a menudo por la ley de la impenetrabilidad cuando era niña y se lo seguía preguntando ahora, que ya había crecido lo suficiente para que los hombres se pusieran razonablemente nerviosos ante una mirada sostenida de sus ojos violetas.
El hecho de chocarse con las personas o las cosas al andar, la maravillosa sensación de acariciar su peluche favorito, el frío tacto del cristal de la mesa, la cuchara entrando en su postre de gelatina roja, los fuertes abrazos de su abuela y los apretones de la mano sudorosa de su primer novio adolescente, todo eso le proporcionaba una sensación de extrañeza, casi psicodélica:
¿Por qué no puedo atravesar el cristal de la mesa con los dedos?
¿Por qué tengo que esquivar a las personas cuando ando por la calle?
Yo debería poder elegir cuando quiero tocar algo, agarrar algo, o simplemente pasar a través de ello, se decía, me ahorraría, nos ahorraría muchos problemas y un montón de energía, por no hablar de sensaciones desagradables.
Su raciocinio seguía cabalgando sobre la imaginación que nunca le faltaba y podía imaginar enormes ventajas y muchas aplicaciones para la medicina, la fontanería doméstica, las telecomunicaciones… e incluso, como descubrió más tarde, para el sexo, al poder convertir cualquier órgano en zona erógena sin necesidad de profundas meditaciones tántricas ni fatigosos ejercicios yógicos.
Ondina Perocópulas es arquitecta y, hoy, en los largos cálculos de resistencia de materiales que sus proyectos necesitan, sigue teniendo esa sensación extraña que la lógica de la matemática y la física aplicadas debería haberle desterrado.
Sentada en una silla de la terraza en el café de la plaza donde tiene su estudio compartido con Martín Bonasera, su compañero de facultad y actual socio, Ondina lee en las páginas dedicadas a moda y complementos del suplemento del periódico:
“Asistimos a una renovación urbana que se gesta en las ciudades. Y en el centro de esa multitud está un nuevo hombre. La ciudad es su lugar de diversión, de posibilidades ilimitadas donde materializar su potencial y lograr sus aspiraciones. Es un adicto a ese mundo de acero y cristal que besa en cada esquina un cielo infinito. Fragancias con energía, armonía de aldehídos metálicos que evocan el brillo del acero y de las transparencias del cristal.”
(EPS 16/03/2003)
- Buenos días. Oh, oh... ¿Un martini tan temprano? Espero que te acuerdes de que hoy tenemos que acabar la primera fase y ultimar detalles de los planos del auditorio.
Martín aparece de pronto tras la revista, silueta borrosa sobre el sol que ya supera la línea del cielo, del otro lado de la plaza.
- Martín: ¿tu puedes imaginar una renovación urbana que no se geste el las ciudades? ¿Eres adicto al acero que besa el cristal que a su vez besa el cielo?
- Oh, oh, divino martini mañanero, creo que ya has decidido dejarme solo con el trabajo de hoy, veamos, al primera pregunta: solo tienes que echar un vistazo a los barrios de aluvión de los 50/60´s e incluso a los de ahora…A la segunda pregunta solo podría contestarte cuando me ponga tan divino y metafísico como tu, y creo que actualmente es demasiado temprano, amiguita. Tráigame un café y una napolitana, por favor.
- Enseguida, señor.
Mientras el camarero ecuatoriano, vestido con una chaqueta blanca demasiado grande para él se aleja, Ondina reprime un mohín entre coqueto y enfadado.
- Pues yo creo que si, viejo escolástico, eres un buen adicto al acero que besa tanto el cielo como el suelo, lo que dudo es que te importe más el cielo infinito que los aldehídos metálicos. Buenos días.
- Pero bueno, ¿de donde viene toda esta pregunta y estos ataques a estas horas de la mañana?
- Vienen de que, por lo que aquí dice, eres el perfecto público objetivo de estas fragancias para el hombre ombligomaníaco de nuestro tiempo.
Del otro lado de la plaza sale una calle que va a desembocar en la pequeña avenida que hace de columna vertebral en este barrio céntrico. Allí, a dos portales de la esquina, una boca de incendios acaba de reventar de pronto, poniendo como una sopa a dos ancianas y a un grupo de escolares camino del colegio.
En la cabina de teléfonos de la esquina de enfrente, Mauricio golpea furioso el aparato que se ha tragado, por segunda vez, sus monedas.
Al cuarto golpe, la máquina decide reaccionar al castigo y refleja en la pantalla, aparentando expresión de sorpresa en sus ojos de cristal líquido, crédito de un euro para la próxima llamada. Mauricio lo ve y, asombrado, para de golpear y marca el número de teléfono de su camello.
Al otro lado del hilo suena una voz al rato como salida de una grabación ralentizada.
- ¿Si? ¿Quién es?
- Soy yo, Mauricio, perdona que te despierte, tío, pero necesito que me sirvas dos micras, me he escapado del curro y tengo que volver rápido.
- Mira, tío, estoy durmiendo, llama más tarde. ¿Vale?
- No, joder, Dedos, no me dejes colgado ahora, no me voy a poder escapar después y estoy todo engorilado, no puedo volver así a trabajar, ya sudo como un cerdo, tío.
- Que llames después, coño, que ahora no voy a abrirte ni a bajar ni hostias, si estás de mono es tu problema no el mío.
- Ostia, Dedos, no me dejes colgado, joder, es solo un momento, subo, me sirves y me voy, hazme el favor…Luego te llamo por la tarde y te pillo más.
- Joder, ostia, me cago en tu madre, tío, que pesado eres, ya me has despertado, sube, ostia, pero que no te vean los vecinos, te sirvo y te vas, ¿eh?
- Si, si , si, gracias, tío, subo rápido, gracias, joder, ya estoy ahí.
El camarero llega sosteniendo a duras penas la bandeja, donde lleva un café con leche y un cruasán.
- Aquí tiene, señor
- ¿Un cruasán? No, no, yo te he pedido una napolitana, una napolitana de crema, no un cruasán.
- Disculpe, señor, enseguida se lo cambio, disculpe, ¿si?
- ¿Ves lo que te digo? Si miraras más al cielo te importarían menos esas menudencias, cruasán o napolitana, napolitana o cruasán…
- ¿Ah, si? Entonces también importarán poco las insignificantes diferencias entre 4 metros de cielo raso o 2, o entre 7 pulgadas más o menos de hormigón de resistencia en los cimientos, o entre voladizos de aluminio o madera, o entre tu martini y un campari, y, ya puestos a minimizar, entre ganar o no el concurso para el auditorio.
Veo que me va a tocar a mi trabajar hoy y que tu te vas a quedar aquí, mirando al cielo infinito y tirándole besos.
- ………
- ¿Tienes algún problema o es que te has levantado soviética, simplemente?
- ………
- Mmmm…ya veo, este es uno de tus días místicos…
- Estaba pensando…¿Te has planteado alguna vez que es un jodido milagro el hecho de que las cosas sean como son, tengan la forma que tienen y no cambien al contacto con otras cosas? Quiero decir, yo te agarro con mi mano del hombro y tú sigues siendo tú, con tu forma, y mi mano sigue siendo mi mano, mi brazo no pasa a formar parte de tu forma ni tú de la forma de mi brazo…
- Ni un cruasán puede tener la forma de una napolitana, aunque coquetee con ella en la bandeja de la pastelería, no, mira, pues si que es curioso…
- No te pongas irónico, Martín, estoy hablando en serio
- Aquí tiene, señor, su napolitana…
Mauricio sale del primer piso letra C y la puerta se cierra tras él, su cara ha sufrido una transformación, ya no suda y una media sonrisa aparece y desaparece de su cara, a intervalos de décimas de segundo. Baja las escaleras atropellado y atraviesa el portal, su mano tira de la manija de la puerta y cuando ésta llega a la mitad del recorrido para abrirse, se para. Una idea ha atravesado de pronto su cabeza, suelta la puerta, da media vuelta y vuelve a subir las escaleras. Supera el primer piso, el descansillo del segundo, el tercero, el cuarto y sigue subiendo hasta llegar a una puerta de reja cerrada que da paso a los trasteros del edificio y al tejado, se para en los últimos escalones, desabrocha la hebilla de su cinturón, tira de él hasta que sale completamente de las trabillas y se sienta en ellos, abre con cuidado su chaqueta y saca del bolsillo interior una bolsa de plástico con cierre hermético, mientras se arremanga el brazo izquierdo y anuda el cinturón en él.
La luz de la mañana entra por la pequeña ventana de la escalera haciendo bailar millones de motas de polvo flotando en suspensión mientras Mauricio vierte el contenido de dos bolsitas de plástico diminutas en una cuchara sopera.
El agua de la boca de incendios reventada alcanza ya a cubrir la avenida hasta dos calles a un lado y a otro del chorro que sale y se eleva cinco metros desde el suelo, los coches que tienen que pasar a su lado lo hacen aumentando la velocidad en ese tramo y haciendo sonar sus motores a causa de una segunda o tercera marcha forzada, hasta que, completamente duchados, salen del radio de acción del poderoso chorro.
Algunos de los escolares han decidido que, ya que estaban empapados, no había más que perder que la primera hora de escuela, y se han que dado a jugar con el agua tirándosela unos a otros con las manos, riendo y gritando.
Las gotas de agua dispersadas saltan y rompen la luz en colores en el aire.
La pequeña gota de sangre se funde con el líquido castaño en el interior de la jeringa y el cuerpo entero de Mauricio se relaja mientras aprieta el émbolo que empuja la mezcla hacia el interior de su torrente sanguíneo.
Una señora de edad mediana cargada con un bebé intenta cruzar la calle inundada levantando exageradamente los pies, lo que no impide que, chapoteando y casi resbalando moje sus zapatos, sus medias y sus piernas hasta media pantorrilla antes de que alcance de nuevo la acera, a la que el agua está llegando.
Ondina pide otro martini, esta vez con soda, y el ecuatoriano, que está en su primera semana de trabajo en este bar, corre solícito a pedírselo en la barra, espoleado por la culpa de su confusión entre cruasanes y napolitanas, nomenclatura pastelera que aún no consigue memorizar con la perfección que requiere su servicio.
- Un “martín-con-soda” para la mesa sinco y otro café, solo.
- Enseguida…Oye, Parónimo, has cobrado a la mesa que se fue, la dos, creo que era…
- Si, hefe, aquí está, 4,35 y 10 séntimos de propina.
- Joder, con las propinas, impresionan, las propinas en este barrio, luego se quejan del redondeo…
El sonido de una sirena se hace más y más próximo en el aire hasta que ya se siente en la manzana de al lado.
- Oye, Ondina, en cuanto tome este café subo al estudio y tú, cocida o no de martinis, deberías subir conmigo, tenemos un plazo que cumplir y ya sabes que me gusta tenerlo todo acabado uno o dos días antes, para que no nos pille el toro con imprevistos.
- Si Martín, si, ahora subimos, pero no me has contestado y me gusta que me respondas cuando te pregunto algo, sobre todo a estas horas.
- Pues qué quieres que te diga, chica, si me he preguntado yo esas cosas, si me parece un milagro eso que a ti, a tu edad y con tu formación, te parece: Pues no, creo que no me lo he preguntado nunca, me parece muy habitual, lógico y coherente tener una forma con límites, que mi coche tenga una forma limitada, que esta mesa sea redonda y cinco dedos en cada mano.
Simplemente estoy acostumbrado a esto, si me apuras, no se como sería la realidad si todo cambiara o pudiera cambiar de forma continuamente, pero creo que sería mucho más difícil elegir qué coche te compras, con quién quieres casarte, los zapatos que te pones, por qué calle vas a tu casa…
Joder, y el coito se convertiría en una especie de amasijo de carnes y sensaciones completamente caótico, si es que comprendo tu idea.
- Pues, a medias, Martín, la estás comprendiendo a medias, lo que yo me pregunto, o mejor, lo que yo deseo, es poder mantener o no mantener los límites de mi cuerpo a voluntad, cuando yo quiera tocar o rozar y cuando no quiera, simplemente traspasar, la piel, la materia, o lo que sea que forma a las cosas que no soy yo.
- Si, eso, en todo caso tú, o los humanos, por que si esperas que un coche, un edificio, una taza de café, quieran cambiar de forma de vez en cuando…
- El agua cambia de forma ¿No?
Mauricio sale del portal y se encuentra con la acera ya completamente inundada de agua que corre en masa por la avenida sin cuestas en todas direcciones, introduciéndose en los portales, en las alcantarillas anegadas y en todos lo agujeros que encuentra en su camino. Los bomberos, enfrente, han acordonado la zona e intentan parar el escape, pero, por lo que se ve, aún no han dado con la llave de paso para poder cerrarla.
Algunos coches de policía llegan para apartar a los curiosos y desviar el tráfico, imposible ya el circular de coches.
La cara de Mauricio refleja un relajamiento que la sorpresa no logra alterar demasiado, murmura algo para si mismo y cuando consigue acordarse de su moto, aparcada en una esquina próxima, echa a correr impulsivamente.
Sus piernas chapotean deprisa haciendo saltar el agua alrededor de su carrera y en un invisible bordillo resbala y cae hacia un lado en la parte de la calle que ya ha sido desalojada de coches por su dueños.
Cae de medio lado, sumergiéndose por un momento en el torrente, y salta apoyándose en las manos, impresionado por el frío del líquido que el sol no ha tenido tiempo de templar.
- ¡¡La ostia!! Joder, lo que me faltaba, ahora volver empapado al curro… ¿Dónde cojones está la moto? Tengo que salir de esta jodida sopa.
Se levanta, nervioso y busca con la mirada la moto entre el barullo de cintas amarillas policiales, las luces de sirena, los cascos y el camión de los bomberos, pero resbala y vuelve a caer, esta vez, de espaldas, y el agua le envuelve completamente.
El último trago de martini con soda entra en ese momento en la garganta de Ondina, su socio se está levantando para irse.
- Entonces, ¿vienes o te vas a quedar aquí todo el día?
- Voy, voy, no serán dos copitas las que me hagan desistir de acabar el proyecto con mi terrenal, bien formado y limitado socio, por lo menos, no hoy.
Oye ¿Qué es todo esa agua que viene corriendo por el suelo?
- Es verdad, que río, y yo con mis zapatos nuevos, vámonos antes de que llegue hasta aquí.
Mira, mira, quizá sea la nueva voluntad de las cosas por expandirse y transformar su forma, aburridas del viejo y trasnochado orden de cada cosa en su sitio y cada oveja con su pareja…
- Muy gracioso, Martín, muy gracioso…
Atraviesan la pequeña plaza mientras el agua que llega de la avenida va ocupando todo su suelo, algunos perros que corretean bajo la mirada de sus dueños se abalanzan hacia ella hundiendo el hocico, otros beben a lametones en cuanto avanza la corriente entre sus patas, los dueños empiezan a llamarlos, porque, como Martín, tampoco se quieren mojar los zapatos.
A esta hora los bomberos están a punto de descubrir cual es la llave que conseguirá cerrar el escape, después de encontrar una de ellas inutilizada y de partir ellos mismos la siguiente.
En el momento que cierran la espita y la boca de riego cesa de fluir con unos cuantos borbotones finales antes de parar del todo, los empleados de la compañía del agua aparecen, apresurados y nerviosos, bajándose de su camioneta casi en marcha y saltando directamente al enorme charco.
El camarero recoge de la mesa las tazas de café y el vaso vacío de martini, los coloca en la bandeja y la levanta con una mano, pasa el trapo húmedo por la superficie redonda con la otra y vuelve al bar, evitando al andar los charcos que se unen con arroyos en un lago bajo las mesas de la terraza.
El ascensor llega al portal donde esperan Ondina y Martín, éste abre la puerta y cede el paso a su socia soltando una carcajada.
- Desde luego, Ondina, no hay quien se aburra contigo, venía desganado esta mañana a trabajar, pensando en todo lo que nos falta por hacer del proyecto y se me hacía un mundo el día, y ahora, parece que la mañana comienza de nuevo.
- Todavía crees que bromeaba, ¿Eh?, pues esta cuestión es algo que me ha hecho pensar mucho, imaginar mucho y que todavía no encuentro lógica ni sentido común, ni ley física que me lo justifique.
Al fin y al cabo, todo se compone de átomos en su parte más quintaesencial, y esos átomos se mueven, las moléculas de absolutamente todo están en continuo movimiento todo el tiempo.
De lo que te hablo es de eso, de un posible trasvase molecular entre las cosas, de una voluntad que haría no sólo nuestra realidad más inmediata, si no todo el universo, más versátil, más dinámico, más comprensivo, mejor…
Tengo la certeza de que incluso nos haría más humanos, en el sentido humanístico de la palabra… No habría tanta diferencia entre el tú y el yo, entre tu idea del tú y mi idea del yo, ni entre mi idea del tú y tu idea del yo, y así sucesivamente…
- Claro, claro, y yo en este momento podría disfrutar del calor matutino de dos martinis en mi cabeza sin haberlos bebido ni pagado. ¿No? Por ejemplo, digo…
- Joder, Martín, siempre serás un frívolo impenetrable…
El ascensor sube dejando atrás piso tras piso hasta llegar al ático, donde se ubica el estudio de arquitectura Perocópulas & Bonasera y desde cuyas ventanas se puede observar como, en la plaza, una figura completamente empapada con la ropa pegada al cuerpo, empuja una moto.
El agua empieza, muy poco a poco, a desaparecer, absorbida por la tierra y por los agujeros de la calle o evaporada por un sol primaveral que calienta más según avanza la mañana.
John Merryck
comparte este cuento y agradece (mucho) vuestros comentarios
un árbol o una roca, distinguían las partes frontal
o trasera, las posiciones derecha y oblicua, etc.
No descuidaban ninguna pincelada, pero
siempre tenían en cuenta la visión del conjunto.
Si se trataba de representar un profundo bosque o
un río serpenteante, recurrían a brumas y nubes
para acentuar la impresión de profundidad, y a las
piedras dispersas y a los bancos de arena
para marcar la distancia."
Li Rihua (1565-1635)
Ondina se preguntaba a menudo por la ley de la impenetrabilidad cuando era niña y se lo seguía preguntando ahora, que ya había crecido lo suficiente para que los hombres se pusieran razonablemente nerviosos ante una mirada sostenida de sus ojos violetas.
El hecho de chocarse con las personas o las cosas al andar, la maravillosa sensación de acariciar su peluche favorito, el frío tacto del cristal de la mesa, la cuchara entrando en su postre de gelatina roja, los fuertes abrazos de su abuela y los apretones de la mano sudorosa de su primer novio adolescente, todo eso le proporcionaba una sensación de extrañeza, casi psicodélica:
¿Por qué no puedo atravesar el cristal de la mesa con los dedos?
¿Por qué tengo que esquivar a las personas cuando ando por la calle?
Yo debería poder elegir cuando quiero tocar algo, agarrar algo, o simplemente pasar a través de ello, se decía, me ahorraría, nos ahorraría muchos problemas y un montón de energía, por no hablar de sensaciones desagradables.
Su raciocinio seguía cabalgando sobre la imaginación que nunca le faltaba y podía imaginar enormes ventajas y muchas aplicaciones para la medicina, la fontanería doméstica, las telecomunicaciones… e incluso, como descubrió más tarde, para el sexo, al poder convertir cualquier órgano en zona erógena sin necesidad de profundas meditaciones tántricas ni fatigosos ejercicios yógicos.
Ondina Perocópulas es arquitecta y, hoy, en los largos cálculos de resistencia de materiales que sus proyectos necesitan, sigue teniendo esa sensación extraña que la lógica de la matemática y la física aplicadas debería haberle desterrado.
Sentada en una silla de la terraza en el café de la plaza donde tiene su estudio compartido con Martín Bonasera, su compañero de facultad y actual socio, Ondina lee en las páginas dedicadas a moda y complementos del suplemento del periódico:
“Asistimos a una renovación urbana que se gesta en las ciudades. Y en el centro de esa multitud está un nuevo hombre. La ciudad es su lugar de diversión, de posibilidades ilimitadas donde materializar su potencial y lograr sus aspiraciones. Es un adicto a ese mundo de acero y cristal que besa en cada esquina un cielo infinito. Fragancias con energía, armonía de aldehídos metálicos que evocan el brillo del acero y de las transparencias del cristal.”
(EPS 16/03/2003)
- Buenos días. Oh, oh... ¿Un martini tan temprano? Espero que te acuerdes de que hoy tenemos que acabar la primera fase y ultimar detalles de los planos del auditorio.
Martín aparece de pronto tras la revista, silueta borrosa sobre el sol que ya supera la línea del cielo, del otro lado de la plaza.
- Martín: ¿tu puedes imaginar una renovación urbana que no se geste el las ciudades? ¿Eres adicto al acero que besa el cristal que a su vez besa el cielo?
- Oh, oh, divino martini mañanero, creo que ya has decidido dejarme solo con el trabajo de hoy, veamos, al primera pregunta: solo tienes que echar un vistazo a los barrios de aluvión de los 50/60´s e incluso a los de ahora…A la segunda pregunta solo podría contestarte cuando me ponga tan divino y metafísico como tu, y creo que actualmente es demasiado temprano, amiguita. Tráigame un café y una napolitana, por favor.
- Enseguida, señor.
Mientras el camarero ecuatoriano, vestido con una chaqueta blanca demasiado grande para él se aleja, Ondina reprime un mohín entre coqueto y enfadado.
- Pues yo creo que si, viejo escolástico, eres un buen adicto al acero que besa tanto el cielo como el suelo, lo que dudo es que te importe más el cielo infinito que los aldehídos metálicos. Buenos días.
- Pero bueno, ¿de donde viene toda esta pregunta y estos ataques a estas horas de la mañana?
- Vienen de que, por lo que aquí dice, eres el perfecto público objetivo de estas fragancias para el hombre ombligomaníaco de nuestro tiempo.
Del otro lado de la plaza sale una calle que va a desembocar en la pequeña avenida que hace de columna vertebral en este barrio céntrico. Allí, a dos portales de la esquina, una boca de incendios acaba de reventar de pronto, poniendo como una sopa a dos ancianas y a un grupo de escolares camino del colegio.
En la cabina de teléfonos de la esquina de enfrente, Mauricio golpea furioso el aparato que se ha tragado, por segunda vez, sus monedas.
Al cuarto golpe, la máquina decide reaccionar al castigo y refleja en la pantalla, aparentando expresión de sorpresa en sus ojos de cristal líquido, crédito de un euro para la próxima llamada. Mauricio lo ve y, asombrado, para de golpear y marca el número de teléfono de su camello.
Al otro lado del hilo suena una voz al rato como salida de una grabación ralentizada.
- ¿Si? ¿Quién es?
- Soy yo, Mauricio, perdona que te despierte, tío, pero necesito que me sirvas dos micras, me he escapado del curro y tengo que volver rápido.
- Mira, tío, estoy durmiendo, llama más tarde. ¿Vale?
- No, joder, Dedos, no me dejes colgado ahora, no me voy a poder escapar después y estoy todo engorilado, no puedo volver así a trabajar, ya sudo como un cerdo, tío.
- Que llames después, coño, que ahora no voy a abrirte ni a bajar ni hostias, si estás de mono es tu problema no el mío.
- Ostia, Dedos, no me dejes colgado, joder, es solo un momento, subo, me sirves y me voy, hazme el favor…Luego te llamo por la tarde y te pillo más.
- Joder, ostia, me cago en tu madre, tío, que pesado eres, ya me has despertado, sube, ostia, pero que no te vean los vecinos, te sirvo y te vas, ¿eh?
- Si, si , si, gracias, tío, subo rápido, gracias, joder, ya estoy ahí.
El camarero llega sosteniendo a duras penas la bandeja, donde lleva un café con leche y un cruasán.
- Aquí tiene, señor
- ¿Un cruasán? No, no, yo te he pedido una napolitana, una napolitana de crema, no un cruasán.
- Disculpe, señor, enseguida se lo cambio, disculpe, ¿si?
- ¿Ves lo que te digo? Si miraras más al cielo te importarían menos esas menudencias, cruasán o napolitana, napolitana o cruasán…
- ¿Ah, si? Entonces también importarán poco las insignificantes diferencias entre 4 metros de cielo raso o 2, o entre 7 pulgadas más o menos de hormigón de resistencia en los cimientos, o entre voladizos de aluminio o madera, o entre tu martini y un campari, y, ya puestos a minimizar, entre ganar o no el concurso para el auditorio.
Veo que me va a tocar a mi trabajar hoy y que tu te vas a quedar aquí, mirando al cielo infinito y tirándole besos.
- ………
- ¿Tienes algún problema o es que te has levantado soviética, simplemente?
- ………
- Mmmm…ya veo, este es uno de tus días místicos…
- Estaba pensando…¿Te has planteado alguna vez que es un jodido milagro el hecho de que las cosas sean como son, tengan la forma que tienen y no cambien al contacto con otras cosas? Quiero decir, yo te agarro con mi mano del hombro y tú sigues siendo tú, con tu forma, y mi mano sigue siendo mi mano, mi brazo no pasa a formar parte de tu forma ni tú de la forma de mi brazo…
- Ni un cruasán puede tener la forma de una napolitana, aunque coquetee con ella en la bandeja de la pastelería, no, mira, pues si que es curioso…
- No te pongas irónico, Martín, estoy hablando en serio
- Aquí tiene, señor, su napolitana…
Mauricio sale del primer piso letra C y la puerta se cierra tras él, su cara ha sufrido una transformación, ya no suda y una media sonrisa aparece y desaparece de su cara, a intervalos de décimas de segundo. Baja las escaleras atropellado y atraviesa el portal, su mano tira de la manija de la puerta y cuando ésta llega a la mitad del recorrido para abrirse, se para. Una idea ha atravesado de pronto su cabeza, suelta la puerta, da media vuelta y vuelve a subir las escaleras. Supera el primer piso, el descansillo del segundo, el tercero, el cuarto y sigue subiendo hasta llegar a una puerta de reja cerrada que da paso a los trasteros del edificio y al tejado, se para en los últimos escalones, desabrocha la hebilla de su cinturón, tira de él hasta que sale completamente de las trabillas y se sienta en ellos, abre con cuidado su chaqueta y saca del bolsillo interior una bolsa de plástico con cierre hermético, mientras se arremanga el brazo izquierdo y anuda el cinturón en él.
La luz de la mañana entra por la pequeña ventana de la escalera haciendo bailar millones de motas de polvo flotando en suspensión mientras Mauricio vierte el contenido de dos bolsitas de plástico diminutas en una cuchara sopera.
El agua de la boca de incendios reventada alcanza ya a cubrir la avenida hasta dos calles a un lado y a otro del chorro que sale y se eleva cinco metros desde el suelo, los coches que tienen que pasar a su lado lo hacen aumentando la velocidad en ese tramo y haciendo sonar sus motores a causa de una segunda o tercera marcha forzada, hasta que, completamente duchados, salen del radio de acción del poderoso chorro.
Algunos de los escolares han decidido que, ya que estaban empapados, no había más que perder que la primera hora de escuela, y se han que dado a jugar con el agua tirándosela unos a otros con las manos, riendo y gritando.
Las gotas de agua dispersadas saltan y rompen la luz en colores en el aire.
La pequeña gota de sangre se funde con el líquido castaño en el interior de la jeringa y el cuerpo entero de Mauricio se relaja mientras aprieta el émbolo que empuja la mezcla hacia el interior de su torrente sanguíneo.
Una señora de edad mediana cargada con un bebé intenta cruzar la calle inundada levantando exageradamente los pies, lo que no impide que, chapoteando y casi resbalando moje sus zapatos, sus medias y sus piernas hasta media pantorrilla antes de que alcance de nuevo la acera, a la que el agua está llegando.
Ondina pide otro martini, esta vez con soda, y el ecuatoriano, que está en su primera semana de trabajo en este bar, corre solícito a pedírselo en la barra, espoleado por la culpa de su confusión entre cruasanes y napolitanas, nomenclatura pastelera que aún no consigue memorizar con la perfección que requiere su servicio.
- Un “martín-con-soda” para la mesa sinco y otro café, solo.
- Enseguida…Oye, Parónimo, has cobrado a la mesa que se fue, la dos, creo que era…
- Si, hefe, aquí está, 4,35 y 10 séntimos de propina.
- Joder, con las propinas, impresionan, las propinas en este barrio, luego se quejan del redondeo…
El sonido de una sirena se hace más y más próximo en el aire hasta que ya se siente en la manzana de al lado.
- Oye, Ondina, en cuanto tome este café subo al estudio y tú, cocida o no de martinis, deberías subir conmigo, tenemos un plazo que cumplir y ya sabes que me gusta tenerlo todo acabado uno o dos días antes, para que no nos pille el toro con imprevistos.
- Si Martín, si, ahora subimos, pero no me has contestado y me gusta que me respondas cuando te pregunto algo, sobre todo a estas horas.
- Pues qué quieres que te diga, chica, si me he preguntado yo esas cosas, si me parece un milagro eso que a ti, a tu edad y con tu formación, te parece: Pues no, creo que no me lo he preguntado nunca, me parece muy habitual, lógico y coherente tener una forma con límites, que mi coche tenga una forma limitada, que esta mesa sea redonda y cinco dedos en cada mano.
Simplemente estoy acostumbrado a esto, si me apuras, no se como sería la realidad si todo cambiara o pudiera cambiar de forma continuamente, pero creo que sería mucho más difícil elegir qué coche te compras, con quién quieres casarte, los zapatos que te pones, por qué calle vas a tu casa…
Joder, y el coito se convertiría en una especie de amasijo de carnes y sensaciones completamente caótico, si es que comprendo tu idea.
- Pues, a medias, Martín, la estás comprendiendo a medias, lo que yo me pregunto, o mejor, lo que yo deseo, es poder mantener o no mantener los límites de mi cuerpo a voluntad, cuando yo quiera tocar o rozar y cuando no quiera, simplemente traspasar, la piel, la materia, o lo que sea que forma a las cosas que no soy yo.
- Si, eso, en todo caso tú, o los humanos, por que si esperas que un coche, un edificio, una taza de café, quieran cambiar de forma de vez en cuando…
- El agua cambia de forma ¿No?
Mauricio sale del portal y se encuentra con la acera ya completamente inundada de agua que corre en masa por la avenida sin cuestas en todas direcciones, introduciéndose en los portales, en las alcantarillas anegadas y en todos lo agujeros que encuentra en su camino. Los bomberos, enfrente, han acordonado la zona e intentan parar el escape, pero, por lo que se ve, aún no han dado con la llave de paso para poder cerrarla.
Algunos coches de policía llegan para apartar a los curiosos y desviar el tráfico, imposible ya el circular de coches.
La cara de Mauricio refleja un relajamiento que la sorpresa no logra alterar demasiado, murmura algo para si mismo y cuando consigue acordarse de su moto, aparcada en una esquina próxima, echa a correr impulsivamente.
Sus piernas chapotean deprisa haciendo saltar el agua alrededor de su carrera y en un invisible bordillo resbala y cae hacia un lado en la parte de la calle que ya ha sido desalojada de coches por su dueños.
Cae de medio lado, sumergiéndose por un momento en el torrente, y salta apoyándose en las manos, impresionado por el frío del líquido que el sol no ha tenido tiempo de templar.
- ¡¡La ostia!! Joder, lo que me faltaba, ahora volver empapado al curro… ¿Dónde cojones está la moto? Tengo que salir de esta jodida sopa.
Se levanta, nervioso y busca con la mirada la moto entre el barullo de cintas amarillas policiales, las luces de sirena, los cascos y el camión de los bomberos, pero resbala y vuelve a caer, esta vez, de espaldas, y el agua le envuelve completamente.
El último trago de martini con soda entra en ese momento en la garganta de Ondina, su socio se está levantando para irse.
- Entonces, ¿vienes o te vas a quedar aquí todo el día?
- Voy, voy, no serán dos copitas las que me hagan desistir de acabar el proyecto con mi terrenal, bien formado y limitado socio, por lo menos, no hoy.
Oye ¿Qué es todo esa agua que viene corriendo por el suelo?
- Es verdad, que río, y yo con mis zapatos nuevos, vámonos antes de que llegue hasta aquí.
Mira, mira, quizá sea la nueva voluntad de las cosas por expandirse y transformar su forma, aburridas del viejo y trasnochado orden de cada cosa en su sitio y cada oveja con su pareja…
- Muy gracioso, Martín, muy gracioso…
Atraviesan la pequeña plaza mientras el agua que llega de la avenida va ocupando todo su suelo, algunos perros que corretean bajo la mirada de sus dueños se abalanzan hacia ella hundiendo el hocico, otros beben a lametones en cuanto avanza la corriente entre sus patas, los dueños empiezan a llamarlos, porque, como Martín, tampoco se quieren mojar los zapatos.
A esta hora los bomberos están a punto de descubrir cual es la llave que conseguirá cerrar el escape, después de encontrar una de ellas inutilizada y de partir ellos mismos la siguiente.
En el momento que cierran la espita y la boca de riego cesa de fluir con unos cuantos borbotones finales antes de parar del todo, los empleados de la compañía del agua aparecen, apresurados y nerviosos, bajándose de su camioneta casi en marcha y saltando directamente al enorme charco.
El camarero recoge de la mesa las tazas de café y el vaso vacío de martini, los coloca en la bandeja y la levanta con una mano, pasa el trapo húmedo por la superficie redonda con la otra y vuelve al bar, evitando al andar los charcos que se unen con arroyos en un lago bajo las mesas de la terraza.
El ascensor llega al portal donde esperan Ondina y Martín, éste abre la puerta y cede el paso a su socia soltando una carcajada.
- Desde luego, Ondina, no hay quien se aburra contigo, venía desganado esta mañana a trabajar, pensando en todo lo que nos falta por hacer del proyecto y se me hacía un mundo el día, y ahora, parece que la mañana comienza de nuevo.
- Todavía crees que bromeaba, ¿Eh?, pues esta cuestión es algo que me ha hecho pensar mucho, imaginar mucho y que todavía no encuentro lógica ni sentido común, ni ley física que me lo justifique.
Al fin y al cabo, todo se compone de átomos en su parte más quintaesencial, y esos átomos se mueven, las moléculas de absolutamente todo están en continuo movimiento todo el tiempo.
De lo que te hablo es de eso, de un posible trasvase molecular entre las cosas, de una voluntad que haría no sólo nuestra realidad más inmediata, si no todo el universo, más versátil, más dinámico, más comprensivo, mejor…
Tengo la certeza de que incluso nos haría más humanos, en el sentido humanístico de la palabra… No habría tanta diferencia entre el tú y el yo, entre tu idea del tú y mi idea del yo, ni entre mi idea del tú y tu idea del yo, y así sucesivamente…
- Claro, claro, y yo en este momento podría disfrutar del calor matutino de dos martinis en mi cabeza sin haberlos bebido ni pagado. ¿No? Por ejemplo, digo…
- Joder, Martín, siempre serás un frívolo impenetrable…
El ascensor sube dejando atrás piso tras piso hasta llegar al ático, donde se ubica el estudio de arquitectura Perocópulas & Bonasera y desde cuyas ventanas se puede observar como, en la plaza, una figura completamente empapada con la ropa pegada al cuerpo, empuja una moto.
El agua empieza, muy poco a poco, a desaparecer, absorbida por la tierra y por los agujeros de la calle o evaporada por un sol primaveral que calienta más según avanza la mañana.
John Merryck
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Comments:
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hola Juanjo. Por fin he leído los dos relatos que me pasaste. Éste, en versión antigua, por lo de no leer en la pantalla del ordenador... He vistio que has modificado algunas cosas.
En primer lugar, me parece una buena muestra de diferentes mundos simultáneos, entre los que se establece cierta conexión, que parece alcanzar un climax junto con la inundación, y luego se evapora igual que ésta. Preciosa vista, como a través de una ranura.
Lo segundo, es que, además, comparto el gusto por el tema metafísico-existencial, que despliega Ondina, con muy buenas frases, a mi parecer.
Sin embargo, hay algunar repeticiones que me chirrían: imaginación-imaginar(4ºpárrafo), cae hacia un lado y cae de medio lado...
Creo que se puede mejorar la puntuación, incluyendo más comas y pausas,lo que, a su vez, mejoraría la comprensión y fluidez del texto; permitiéndote modificar algunas frasesque, sobretodo en las conversaciones, me resultan demasiado explicativas(a pesar de que el tema de fondo lo requiera).
Luego hay ciertas "incursiones" del narrador que se plantean como suposiciones, y me dejan un tanto perpleja. Quizá sea cuestión de gusto, pero, por ejemplo, en el último párrafo huviera preferido omitir ese "o", entre "calle" y "evaporada"; o un comentario como "por lo que se vé".
Por último, echo de menos la inclusión de gestos y expresiones de los personajes en los diálogos, que quizá disminuirían la densidad de la conversación.
He pasado muy buen rato con él, gracias.
SaraMC.
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En primer lugar, me parece una buena muestra de diferentes mundos simultáneos, entre los que se establece cierta conexión, que parece alcanzar un climax junto con la inundación, y luego se evapora igual que ésta. Preciosa vista, como a través de una ranura.
Lo segundo, es que, además, comparto el gusto por el tema metafísico-existencial, que despliega Ondina, con muy buenas frases, a mi parecer.
Sin embargo, hay algunar repeticiones que me chirrían: imaginación-imaginar(4ºpárrafo), cae hacia un lado y cae de medio lado...
Creo que se puede mejorar la puntuación, incluyendo más comas y pausas,lo que, a su vez, mejoraría la comprensión y fluidez del texto; permitiéndote modificar algunas frasesque, sobretodo en las conversaciones, me resultan demasiado explicativas(a pesar de que el tema de fondo lo requiera).
Luego hay ciertas "incursiones" del narrador que se plantean como suposiciones, y me dejan un tanto perpleja. Quizá sea cuestión de gusto, pero, por ejemplo, en el último párrafo huviera preferido omitir ese "o", entre "calle" y "evaporada"; o un comentario como "por lo que se vé".
Por último, echo de menos la inclusión de gestos y expresiones de los personajes en los diálogos, que quizá disminuirían la densidad de la conversación.
He pasado muy buen rato con él, gracias.
SaraMC.
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