sábado, enero 06, 2007
LLEGA LA NOCHE
Llega la noche y descorre el telón con su oscura mano,
como una llave de oro que abre una ciudad distinta
amable-mente invita con la complicidad necesaria.
Salimos pues a cubrir nuestras necesidades.
Tú buscas los trazos que los otros dejaron escritos,
con la fe en los vientos, paciente,metódico.
Yo rastreo los versos que ofrecen la lluvia, la noche,
los rastros que permanecen ocultos en la confusión de la luz
se ofrecen ahora nítidos como estrellas en mano.
Las calles de mi infancia solicitan a los recuerdos
de un tiempo alejado,
obedientes como tú ya llegan, les veo acudir en tropel
como una muchedumbre de muchachos,
locos de una alegría inocente
que no necesita razones,
tallos sedientos
que arremeten a la vida hasta adueñarse de ella.
Cada farola ilumina el pasado, ensanchando
el camino de vuelta de un niño a su reino perdido.
Llueve suave en mi atalaya de antaño,
de pie observo; ahora crecen en nuestro feudo
tiloS, ólmos, cesped y orden
en una tierra abonada con sudor y arañazos
y todavía flotan las voces tras el balón disputado
en el silencio de la ciudad dormida,
solitaria y hermosa como la vida.
Quizás tu tambien en cada trazo escrito
cruzas la frontera del tiempo,
encuentras la complicidad de los recuerdos,
la belleza de una noche y su lluvia,
el rumor agradable de los coches lejanos,
el paso silencioso de la vida.
como una llave de oro que abre una ciudad distinta
amable-mente invita con la complicidad necesaria.
Salimos pues a cubrir nuestras necesidades.
Tú buscas los trazos que los otros dejaron escritos,
con la fe en los vientos, paciente,metódico.
Yo rastreo los versos que ofrecen la lluvia, la noche,
los rastros que permanecen ocultos en la confusión de la luz
se ofrecen ahora nítidos como estrellas en mano.
Las calles de mi infancia solicitan a los recuerdos
de un tiempo alejado,
obedientes como tú ya llegan, les veo acudir en tropel
como una muchedumbre de muchachos,
locos de una alegría inocente
que no necesita razones,
tallos sedientos
que arremeten a la vida hasta adueñarse de ella.
Cada farola ilumina el pasado, ensanchando
el camino de vuelta de un niño a su reino perdido.
Llueve suave en mi atalaya de antaño,
de pie observo; ahora crecen en nuestro feudo
tiloS, ólmos, cesped y orden
en una tierra abonada con sudor y arañazos
y todavía flotan las voces tras el balón disputado
en el silencio de la ciudad dormida,
solitaria y hermosa como la vida.
Quizás tu tambien en cada trazo escrito
cruzas la frontera del tiempo,
encuentras la complicidad de los recuerdos,
la belleza de una noche y su lluvia,
el rumor agradable de los coches lejanos,
el paso silencioso de la vida.