jueves, enero 25, 2007
En la sierra, la nieve, me mostró una nueva dimensión, vieja como el mundo, desconocida para muchos y a duras penas superviviente. Reza así: "Día de nieve, día de fiesta"
Claro. No podía ser de otra manera.
Los cepillos y palas se desperezan temprano para abrir caminos, limpiar terrazas, puertas, coches, aceras... pero ya hace años que, más tarde o más temprano, según el estado de las carreteras, todo recobra el ritmo habitual.
Esta mañana, la dependienta del super, se ha retirado el teléfono de la oreja, un momento, al verme entrar en la tienda, para decirme "No ha venido el pan".
Una amplia sonrisa de satisfacción a brotado de mis labios desde el inicio de la frase con la palabra "no".
Acto seguido, me han llamado del trabajo: "No vengas, ya nos apañamos".
He entrado al bar pegado a la panadería a tomar un café. Allí estaba P., contento por la nieve, como un niño de párbulos y C., como una cara de asqueo hasta el suelo por el mismo motivo.
"Antiguamente", me cuenta este hombre, como cada invierno "cuando nevaba, todos abandonaban sus tareas. No había colegio, se hacia pausa en el trabajo... nos juntábamos todos y lo pasábamos tan bien.. comiendo, alternando, jugando en la calle... No había quitanieves". Cocluye su explicación y observa desde la barra, por la puerta abierta del local, como ajisca. Palabra que no he encontrado en el diccionario. Luego alza la bara que le sirve de apoyo para desperdirse y se marcha.
Yo, después de revolcarme por la nieve con los perros, decido irme a trabajar: sé que ni el autobús escolar ni el de línea han pasado esta mañana por su ruta, pero también sé que, despacito, puedo llegar con el coche cuatro pueblos más allá.
Hemos pactado: hoy sólo trabajo de mañana. Esta tarde, me voy a recuperar tradiciones.
smc.
Claro. No podía ser de otra manera.
Los cepillos y palas se desperezan temprano para abrir caminos, limpiar terrazas, puertas, coches, aceras... pero ya hace años que, más tarde o más temprano, según el estado de las carreteras, todo recobra el ritmo habitual.
Esta mañana, la dependienta del super, se ha retirado el teléfono de la oreja, un momento, al verme entrar en la tienda, para decirme "No ha venido el pan".
Una amplia sonrisa de satisfacción a brotado de mis labios desde el inicio de la frase con la palabra "no".
Acto seguido, me han llamado del trabajo: "No vengas, ya nos apañamos".
He entrado al bar pegado a la panadería a tomar un café. Allí estaba P., contento por la nieve, como un niño de párbulos y C., como una cara de asqueo hasta el suelo por el mismo motivo.
"Antiguamente", me cuenta este hombre, como cada invierno "cuando nevaba, todos abandonaban sus tareas. No había colegio, se hacia pausa en el trabajo... nos juntábamos todos y lo pasábamos tan bien.. comiendo, alternando, jugando en la calle... No había quitanieves". Cocluye su explicación y observa desde la barra, por la puerta abierta del local, como ajisca. Palabra que no he encontrado en el diccionario. Luego alza la bara que le sirve de apoyo para desperdirse y se marcha.
Yo, después de revolcarme por la nieve con los perros, decido irme a trabajar: sé que ni el autobús escolar ni el de línea han pasado esta mañana por su ruta, pero también sé que, despacito, puedo llegar con el coche cuatro pueblos más allá.
Hemos pactado: hoy sólo trabajo de mañana. Esta tarde, me voy a recuperar tradiciones.
smc.
martes, enero 23, 2007
A saber:
La siguiente información, recogida de diversas fuentes, procede de un intento de satisfacer cierta curiosidad a cerca de hasta que punto el enamoramiento es algo químico, que la disfruteis.
1. Sí existe electricidad en tal ¿proceso?, en forma de descargas neuronales.
2. El hipotálamo le dice a las glándulas suprarrenales, a través del sistema nervioso, que suba los niveles de adrenalina y noradrenalina, que son neurotransmisores.
3. Se ha calificado el amor de enfermedad, puesto que, en su primera fase, se produce, atención, FENILETILAMINA, DOPAMINA, NOREPINEFRINA Y OXITICINA( estimulante esta última del deseo sexual), que son sustancias, para los ajenos a prospectos, de la familia de las anfetaminas. Por lo tanto, enamorarse es permanecer en un estado de dopaje que hasta los científicos no han dudado en apodar como "imbecilidad transitoria".
4. Es más, la siguiente fase, una vez que el enamoramiento decae, la de la seguridad, la paz, el apego, etc. en la pareja, viene estimulada por las ENDORFINAS (parientes de la morfina y los opiáceos). Ahí queda eso.
5. Respecto al desamor, que quede claro que el chocolate, en particular, es una gran fuente de FENILETINAMINA; acudir a los atracones, es solo una manera de pasar el síndrome de abstinencia cuando se corta el grifo de las anfetaminas naturales.
Claro que, a parte de la pura química, existen más teorías que son o no compatibles, según quien juzge.
Como por ejemplo que, entre los 5 y 8 años, se construye el mapa cerebral que determinará de quien nos enamoraremos, en base a un montón de factores entre los que incluso se incluye el karma.
Conclusión: "¿querías caldo? Toma dos tazas".
Y para rizar el rizo: "Excusatio non petita, acusatio manifiesta".
sara m.
(A ver si escribis algo jodíos, que me teneis aburría)
La siguiente información, recogida de diversas fuentes, procede de un intento de satisfacer cierta curiosidad a cerca de hasta que punto el enamoramiento es algo químico, que la disfruteis.
1. Sí existe electricidad en tal ¿proceso?, en forma de descargas neuronales.
2. El hipotálamo le dice a las glándulas suprarrenales, a través del sistema nervioso, que suba los niveles de adrenalina y noradrenalina, que son neurotransmisores.
3. Se ha calificado el amor de enfermedad, puesto que, en su primera fase, se produce, atención, FENILETILAMINA, DOPAMINA, NOREPINEFRINA Y OXITICINA( estimulante esta última del deseo sexual), que son sustancias, para los ajenos a prospectos, de la familia de las anfetaminas. Por lo tanto, enamorarse es permanecer en un estado de dopaje que hasta los científicos no han dudado en apodar como "imbecilidad transitoria".
4. Es más, la siguiente fase, una vez que el enamoramiento decae, la de la seguridad, la paz, el apego, etc. en la pareja, viene estimulada por las ENDORFINAS (parientes de la morfina y los opiáceos). Ahí queda eso.
5. Respecto al desamor, que quede claro que el chocolate, en particular, es una gran fuente de FENILETINAMINA; acudir a los atracones, es solo una manera de pasar el síndrome de abstinencia cuando se corta el grifo de las anfetaminas naturales.
Claro que, a parte de la pura química, existen más teorías que son o no compatibles, según quien juzge.
Como por ejemplo que, entre los 5 y 8 años, se construye el mapa cerebral que determinará de quien nos enamoraremos, en base a un montón de factores entre los que incluso se incluye el karma.
Conclusión: "¿querías caldo? Toma dos tazas".
Y para rizar el rizo: "Excusatio non petita, acusatio manifiesta".
sara m.
(A ver si escribis algo jodíos, que me teneis aburría)
jueves, enero 11, 2007
YO NO HE PODIDO GUARDAR LOS MENSAJES, NI CORRER HASTA EL MAR
Llevo cinco horas y treinta y dos segundos delante del ordenador. Tengo el teléfono móvil cargado en la mesa de la izquierda. La puerta del edificio abierta.
Nadie me contesta. Solo una persona ha mandado unas líneas a las que yo, he contestado de manera más escueta imposible.
Es la saturación de expresión, el querer y no poder, ni saber como...
El astio resultante de la comunicación frustrada. La incapacidad de concentración en una sola cosa concreta durante más de un minuto sin que pierda su interés inicial, si lo había.
Me encantan los pures. Esto pienso mientras como frente al ventanal y una emisora de radio online murmura las mismas canciones en su parrilla diaria. Cualquier alimento subceptible de convertirse en puré para ser ingerido, lo será entre mis manos. Por eso creo que cuando sea viejita seré feliz. Espero no descubrir , a avanzada edad, que lo que de verdad me ha gustado siempre es masticar, me digo con horror. No, me reafirmo. De esto estoy segura: me encantan los pures.
A la vuelta del café, abro la puerta del edificio vacio, para variar, y tarareo. Disfruto tanto con ello que me sorprendo, tararear improvisaciones en espacios cerrados de hueca sonoridad, con un eco grave, apenas perceptible.
Vuelta a empezar, a entender el significado de lo que hago, abrochense los cinturones.
Estas líneas van a ser lo más productivo del día, si ni tan siquiera E. descuelga.
A trancas y barrancas, despacio. Queriendo y sin querer. Exhalando y succionando sentimiento.
La completa negación.
Si dijera todo lo que pienso y siento, nada de lo que hago tendría sentido.
"Fuck them all"
Y un saco de sonrisas para tí, buena suerte y, al fin, libertad.
Sara.
Nadie me contesta. Solo una persona ha mandado unas líneas a las que yo, he contestado de manera más escueta imposible.
Es la saturación de expresión, el querer y no poder, ni saber como...
El astio resultante de la comunicación frustrada. La incapacidad de concentración en una sola cosa concreta durante más de un minuto sin que pierda su interés inicial, si lo había.
Me encantan los pures. Esto pienso mientras como frente al ventanal y una emisora de radio online murmura las mismas canciones en su parrilla diaria. Cualquier alimento subceptible de convertirse en puré para ser ingerido, lo será entre mis manos. Por eso creo que cuando sea viejita seré feliz. Espero no descubrir , a avanzada edad, que lo que de verdad me ha gustado siempre es masticar, me digo con horror. No, me reafirmo. De esto estoy segura: me encantan los pures.
A la vuelta del café, abro la puerta del edificio vacio, para variar, y tarareo. Disfruto tanto con ello que me sorprendo, tararear improvisaciones en espacios cerrados de hueca sonoridad, con un eco grave, apenas perceptible.
Vuelta a empezar, a entender el significado de lo que hago, abrochense los cinturones.
Estas líneas van a ser lo más productivo del día, si ni tan siquiera E. descuelga.
A trancas y barrancas, despacio. Queriendo y sin querer. Exhalando y succionando sentimiento.
La completa negación.
Si dijera todo lo que pienso y siento, nada de lo que hago tendría sentido.
"Fuck them all"
Y un saco de sonrisas para tí, buena suerte y, al fin, libertad.
Sara.
sábado, enero 06, 2007
LLEGA LA NOCHE
Llega la noche y descorre el telón con su oscura mano,
como una llave de oro que abre una ciudad distinta
amable-mente invita con la complicidad necesaria.
Salimos pues a cubrir nuestras necesidades.
Tú buscas los trazos que los otros dejaron escritos,
con la fe en los vientos, paciente,metódico.
Yo rastreo los versos que ofrecen la lluvia, la noche,
los rastros que permanecen ocultos en la confusión de la luz
se ofrecen ahora nítidos como estrellas en mano.
Las calles de mi infancia solicitan a los recuerdos
de un tiempo alejado,
obedientes como tú ya llegan, les veo acudir en tropel
como una muchedumbre de muchachos,
locos de una alegría inocente
que no necesita razones,
tallos sedientos
que arremeten a la vida hasta adueñarse de ella.
Cada farola ilumina el pasado, ensanchando
el camino de vuelta de un niño a su reino perdido.
Llueve suave en mi atalaya de antaño,
de pie observo; ahora crecen en nuestro feudo
tiloS, ólmos, cesped y orden
en una tierra abonada con sudor y arañazos
y todavía flotan las voces tras el balón disputado
en el silencio de la ciudad dormida,
solitaria y hermosa como la vida.
Quizás tu tambien en cada trazo escrito
cruzas la frontera del tiempo,
encuentras la complicidad de los recuerdos,
la belleza de una noche y su lluvia,
el rumor agradable de los coches lejanos,
el paso silencioso de la vida.
como una llave de oro que abre una ciudad distinta
amable-mente invita con la complicidad necesaria.
Salimos pues a cubrir nuestras necesidades.
Tú buscas los trazos que los otros dejaron escritos,
con la fe en los vientos, paciente,metódico.
Yo rastreo los versos que ofrecen la lluvia, la noche,
los rastros que permanecen ocultos en la confusión de la luz
se ofrecen ahora nítidos como estrellas en mano.
Las calles de mi infancia solicitan a los recuerdos
de un tiempo alejado,
obedientes como tú ya llegan, les veo acudir en tropel
como una muchedumbre de muchachos,
locos de una alegría inocente
que no necesita razones,
tallos sedientos
que arremeten a la vida hasta adueñarse de ella.
Cada farola ilumina el pasado, ensanchando
el camino de vuelta de un niño a su reino perdido.
Llueve suave en mi atalaya de antaño,
de pie observo; ahora crecen en nuestro feudo
tiloS, ólmos, cesped y orden
en una tierra abonada con sudor y arañazos
y todavía flotan las voces tras el balón disputado
en el silencio de la ciudad dormida,
solitaria y hermosa como la vida.
Quizás tu tambien en cada trazo escrito
cruzas la frontera del tiempo,
encuentras la complicidad de los recuerdos,
la belleza de una noche y su lluvia,
el rumor agradable de los coches lejanos,
el paso silencioso de la vida.
jueves, enero 04, 2007
INTENTAR ALGO OLVIDADO
QUERER ALGO IMPOSIBLE
ESTUDIAR LO INCOMPRENSIBLE
QUEBRANTAR LO INDEFINIDO
SOSTENER LO PROMETIDO
olvidar lo intentado
anhelar lo querido
no comprender lo estudiado
indefinir lo quebrantado
prometer lo sostenido
DeVoRaR tOdO lO dIcHo Y, dEcIr ToDo Lo dEvOrAdO.
SmC.
QUERER ALGO IMPOSIBLE
ESTUDIAR LO INCOMPRENSIBLE
QUEBRANTAR LO INDEFINIDO
SOSTENER LO PROMETIDO
olvidar lo intentado
anhelar lo querido
no comprender lo estudiado
indefinir lo quebrantado
prometer lo sostenido
DeVoRaR tOdO lO dIcHo Y, dEcIr ToDo Lo dEvOrAdO.
SmC.
martes, enero 02, 2007
Lo sé.
Tú también quieres largarte.
La consciencia se ha ido acumulando en esos momentos donde, creyéndote libre, buscas algo que agarrar. Acaba siendo un antídoto corrosivo para el malestar.
Me han dicho que mejor no me acerque a la gente. Que no invada espacios que no me pertenecen. Que no acepte nada que no pueda pagar. Me han insinuado que me calle con una caricia, con una sonrisa afilada dispuesta a destriparme mientras duermo.
No te duermas, por favor, tú no te duermas.
Todos esos muertos andantes, con los que compartes el perfil de los edificios en esta preciosa caja acondicionada, dormían el día de su asesinato. Se suicidaron con los ojos cerrados.
Tú no te duermas, amor, aguanta.
Chatarra
No sé si alguna vez has estado cerca de la vía del tren. Muy cerca cuando pasa un tren de mercancías. Como una apisonadora a trescientos kilómetros por hora. Como las imágenes enlazadas de una guerra a gran velocidad en la pequeña pantalla.
Como un golpe rotundo que levanta el aire, que agita todo alrededor.
Jugábamos a atravesar el puente de la vía, en ambos sentidos, quinientos metros sobre traviesas. Abajo estaba el río.
Había un pequeño semáforo en uno de los extremos del puente. Si se ponía rojo, había que correr por aquellos tablones flotantes hasta tierra firme, antes de que pasara el tren. Era imposible echarse a un lado: dos paredes de metal oxidado acompañaban la vía todo el tramo. Nunca supe si hubiera podido colarme por entre dos de las traviesas, hasta el agua, en caso necesario.
En eso consistía el juego.
Los trenes de mercancías pasan a toda leche y te revuelven el pelo y la ropa, te dejan cara de pasmad@.
Luego llega tu tren. Escoges uno de los vagones más vacíos, para poder sentarte donde quieras, ver sólo los asientos alrededor y poder mirarte sin reparos en el cristal de enfrente.
No da igual el lugar en el que te sientes en el tren, como no da igual el lugar dónde estás cuando un tren de mercancías pasa por delante de tus narices.
Éramos S, N, L, G, B (más conocida como “hueso loco”) y yo.
S era el furor de los chicos, pero apenas se daba cuenta. G es la hermana mayor de N, dos de ocho; L es la hija de mi madrina (personaje de la España profunda) y B... no sé muy bien de donde salió, pero hacía gimnasia deportiva muy en serio. También se pillaba unas cogorzas de impresión. Bueno, en realidad todas lo hacíamos.
Los trenes de mercancías llevan los pensamientos de la gente a otro lugar, donde reposan amontonados como en un viejo cementerio de coches. Chatarra.
S vino a Madrid. Paseamos durante dos horas y después cogió un taxi al aeropuerto. Llevaba dos años en Dusseldorf, pero antes de eso ya vivía en la punta de la península opuesta a la mía.
Es aún más guapa. A veces nos parecía bastante remilgada, a N, G y a mí; pero, es que ella era así.
Dejan, al pasar, un silencio extenso, un vacío opaco en el gesto, y la profundidad clavada en los ojos.
Son como un grito anclado.
G terminó su carrera algunos años más tarde de lo previsto y se fue a Londres. Luego estuvo en Zaragoza y, ahora, lleva seis meses aquí. Apenas nos vemos, trabaja mucho.
N tiene dos hijos. De dos y tres años, con nombres difíciles de pronunciar. Detestaba el colegio, ni siquiera acabó el instituto.
Siempre lleva un poco de buena ironía en algún bolsillo.
Los pensamientos se amontonan como chatarra en un lugar donde las vías se acaban. No podrás recuperarlos. Una vez que el tren pasa has perdido el hilo, por muy importante que consideres lo que estás pensando.
Lo único que permanece es la canción que baila en la cabeza. Tararear, una y otra vez, el mismo fragmento.
R era el mellizo de G. Yo le adoraba. A veces lo acompañaba a regar, por la tarde; pasábamos horas hablando, o en silencio. Fumábamos, mientras se hacía de noche y el agua recorría un surco tras otro. Siempre se nos escapaba por algún lado, “¡corre, cierra allí!”.
R podía decir el alfabeto entero eructando. Estaba loco por S.
Los pensamientos acaban en un viejo cementerio de coches, cuando ya te han llevado al lugar donde has de coger otro nuevo automóvil, cuando ya no pueden llevarte más allá; y se desmontan por propia inercia, dejando piezas que enmarañar en un nuevo puzzle durante el camino real; en un vagón medio vacío.
G nunca ha tenido pareja. La verdad es que no sé lo que haría durante su estancia en Londres. Cuando salíamos de fiesta y algún chaval le decía a R lo buenas que estaban sus hermanas, él le apostaba un banquete a que no era capaz de quedar con ninguna de las dos. G y N tenían bastante mala hostia, sobre todo con los tíos.
El puzzle de tu propia figura en el cristal oscuro de enfrente.
Una postura; la figura de un ser lejano que reconoces, como otras veces, ante el espejo, pero que aún te sorprende asociar contigo mismo. Te fascina descubrir que así es como eres.
Miras tu expresión varada y permaneces inmóvil, desafiante, intentando encontrarte al final de la oscuridad de tus propios ojos.
Yo tenía mucha suerte, dormía en la cocina, donde estaba la única fuente de calor de toda la casa, y la ventana con el poyato interior. Podían verse las cortinas de lúpulo tras la tapia del patio, y la vía del tren que cruzaba el pueblo.
Componer el puzzle a oscuras, palpando piezas con cuidado.
Entrar y salir de un túnel.
Sin alguna de las piezas, que se llevó el vagón de mercancías junto con tus pensamientos.
Hay lugares que nunca vuelven a ser los mismos, después de que algo concreto te suceda en ellos. Como aquel único banco del frontón, donde me esperaba E una noche. Cuando yo volvía con la certeza de que le amaba más que a mi azarosa y promiscua vida y él me esperaba con la certeza de que ya no podía más.
O esa esquina de un cruce junto a Plaza Castilla, en la que me dejó mi hermano con su coche, tras una tarde en la que ambos estábamos hechos mierda y, ambos, fingimos que éramos felices.
Entonces viene el capullo del revisor y te pide que bajes los pies del otro asiento. Buscas con prisa el Abono en los bolsillos del abrigo arrugado a tu lado y todo se reduce a los mismos gestos.
Mi madre dice – tú también tienes “poderes”- tras relatarme como le han sacado, por tercera vez en su vida, un ente del cuerpo, en sus prolíferas clases de Reiki.
Joder madre, pienso.
Reprimo mi curiosidad por conocer que clase de poderes poseo y según quién. Acabaría lloriqueando si no lo hiciera, y no es esa clase de conversación.
Cuando se abren las puertas, el frío te golpea el cuerpo y, por un momento, el barullo de la gente saliendo del vagón te sitúa de nuevo en su mismo suelo. Los golpes metálicos de las taquillas de salida y pisadas de sombras que se disuelven.
Luego la calle, como una larga alfombra al frente. Quieta, callada.
De L ni siquiera tengo un número de teléfono. Hace tres años, cuando volvía a dormir a casa de la abuela, al final del pueblo, un coche cruzó la carretera a toda velocidad. Casi me atropella. Frenó unos metros más adelante con la misma intensidad. L bajó de él. Me había reconocido, se alegró mucho de verme. Yo, creo haber visto a pocas personas más enzarpadas en mi vida.
Hacía viajes relámpago a Asturias y limpiaba en el antiguo molino, convertido en una victoriana casa rural.
Si le contaras a alguien de dónde vienes, no se creería que hasta allí pueden llevarte los trenes.
“EMPLAZAMIENTO”: El ser revisor es un curro como otro cualquiera. Lo de capullo, tiene su sentimiento.
S. M. C.
Como un golpe rotundo que levanta el aire, que agita todo alrededor.
Jugábamos a atravesar el puente de la vía, en ambos sentidos, quinientos metros sobre traviesas. Abajo estaba el río.
Había un pequeño semáforo en uno de los extremos del puente. Si se ponía rojo, había que correr por aquellos tablones flotantes hasta tierra firme, antes de que pasara el tren. Era imposible echarse a un lado: dos paredes de metal oxidado acompañaban la vía todo el tramo. Nunca supe si hubiera podido colarme por entre dos de las traviesas, hasta el agua, en caso necesario.
En eso consistía el juego.
Los trenes de mercancías pasan a toda leche y te revuelven el pelo y la ropa, te dejan cara de pasmad@.
Luego llega tu tren. Escoges uno de los vagones más vacíos, para poder sentarte donde quieras, ver sólo los asientos alrededor y poder mirarte sin reparos en el cristal de enfrente.
No da igual el lugar en el que te sientes en el tren, como no da igual el lugar dónde estás cuando un tren de mercancías pasa por delante de tus narices.
Éramos S, N, L, G, B (más conocida como “hueso loco”) y yo.
S era el furor de los chicos, pero apenas se daba cuenta. G es la hermana mayor de N, dos de ocho; L es la hija de mi madrina (personaje de la España profunda) y B... no sé muy bien de donde salió, pero hacía gimnasia deportiva muy en serio. También se pillaba unas cogorzas de impresión. Bueno, en realidad todas lo hacíamos.
Los trenes de mercancías llevan los pensamientos de la gente a otro lugar, donde reposan amontonados como en un viejo cementerio de coches. Chatarra.
S vino a Madrid. Paseamos durante dos horas y después cogió un taxi al aeropuerto. Llevaba dos años en Dusseldorf, pero antes de eso ya vivía en la punta de la península opuesta a la mía.
Es aún más guapa. A veces nos parecía bastante remilgada, a N, G y a mí; pero, es que ella era así.
Dejan, al pasar, un silencio extenso, un vacío opaco en el gesto, y la profundidad clavada en los ojos.
Son como un grito anclado.
G terminó su carrera algunos años más tarde de lo previsto y se fue a Londres. Luego estuvo en Zaragoza y, ahora, lleva seis meses aquí. Apenas nos vemos, trabaja mucho.
N tiene dos hijos. De dos y tres años, con nombres difíciles de pronunciar. Detestaba el colegio, ni siquiera acabó el instituto.
Siempre lleva un poco de buena ironía en algún bolsillo.
Los pensamientos se amontonan como chatarra en un lugar donde las vías se acaban. No podrás recuperarlos. Una vez que el tren pasa has perdido el hilo, por muy importante que consideres lo que estás pensando.
Lo único que permanece es la canción que baila en la cabeza. Tararear, una y otra vez, el mismo fragmento.
R era el mellizo de G. Yo le adoraba. A veces lo acompañaba a regar, por la tarde; pasábamos horas hablando, o en silencio. Fumábamos, mientras se hacía de noche y el agua recorría un surco tras otro. Siempre se nos escapaba por algún lado, “¡corre, cierra allí!”.
R podía decir el alfabeto entero eructando. Estaba loco por S.
Los pensamientos acaban en un viejo cementerio de coches, cuando ya te han llevado al lugar donde has de coger otro nuevo automóvil, cuando ya no pueden llevarte más allá; y se desmontan por propia inercia, dejando piezas que enmarañar en un nuevo puzzle durante el camino real; en un vagón medio vacío.
G nunca ha tenido pareja. La verdad es que no sé lo que haría durante su estancia en Londres. Cuando salíamos de fiesta y algún chaval le decía a R lo buenas que estaban sus hermanas, él le apostaba un banquete a que no era capaz de quedar con ninguna de las dos. G y N tenían bastante mala hostia, sobre todo con los tíos.
El puzzle de tu propia figura en el cristal oscuro de enfrente.
Una postura; la figura de un ser lejano que reconoces, como otras veces, ante el espejo, pero que aún te sorprende asociar contigo mismo. Te fascina descubrir que así es como eres.
Miras tu expresión varada y permaneces inmóvil, desafiante, intentando encontrarte al final de la oscuridad de tus propios ojos.
Yo tenía mucha suerte, dormía en la cocina, donde estaba la única fuente de calor de toda la casa, y la ventana con el poyato interior. Podían verse las cortinas de lúpulo tras la tapia del patio, y la vía del tren que cruzaba el pueblo.
Componer el puzzle a oscuras, palpando piezas con cuidado.
Entrar y salir de un túnel.
Sin alguna de las piezas, que se llevó el vagón de mercancías junto con tus pensamientos.
Hay lugares que nunca vuelven a ser los mismos, después de que algo concreto te suceda en ellos. Como aquel único banco del frontón, donde me esperaba E una noche. Cuando yo volvía con la certeza de que le amaba más que a mi azarosa y promiscua vida y él me esperaba con la certeza de que ya no podía más.
O esa esquina de un cruce junto a Plaza Castilla, en la que me dejó mi hermano con su coche, tras una tarde en la que ambos estábamos hechos mierda y, ambos, fingimos que éramos felices.
Entonces viene el capullo del revisor y te pide que bajes los pies del otro asiento. Buscas con prisa el Abono en los bolsillos del abrigo arrugado a tu lado y todo se reduce a los mismos gestos.
Mi madre dice – tú también tienes “poderes”- tras relatarme como le han sacado, por tercera vez en su vida, un ente del cuerpo, en sus prolíferas clases de Reiki.
Joder madre, pienso.
Reprimo mi curiosidad por conocer que clase de poderes poseo y según quién. Acabaría lloriqueando si no lo hiciera, y no es esa clase de conversación.
Cuando se abren las puertas, el frío te golpea el cuerpo y, por un momento, el barullo de la gente saliendo del vagón te sitúa de nuevo en su mismo suelo. Los golpes metálicos de las taquillas de salida y pisadas de sombras que se disuelven.
Luego la calle, como una larga alfombra al frente. Quieta, callada.
De L ni siquiera tengo un número de teléfono. Hace tres años, cuando volvía a dormir a casa de la abuela, al final del pueblo, un coche cruzó la carretera a toda velocidad. Casi me atropella. Frenó unos metros más adelante con la misma intensidad. L bajó de él. Me había reconocido, se alegró mucho de verme. Yo, creo haber visto a pocas personas más enzarpadas en mi vida.
Hacía viajes relámpago a Asturias y limpiaba en el antiguo molino, convertido en una victoriana casa rural.
Si le contaras a alguien de dónde vienes, no se creería que hasta allí pueden llevarte los trenes.
“EMPLAZAMIENTO”: El ser revisor es un curro como otro cualquiera. Lo de capullo, tiene su sentimiento.
S. M. C.
lunes, enero 01, 2007
***
Un nuevo día
de un nuevo año
aguarda todavía
tras las persianas.
El porvenir,
está ya definido-
sólo puede haber
pequeños cambios
en la intensidad de las lluvias,
en los días nublados
o los del cielo despejado.
La presión atmosférica
puede subir o bajar ligeramente,
influyendo en mi estado de ánimo.
Entre las rendijas entreabiertas
se cuelan, seguros e impertinentes,
los primeros rayos de incertidumbre.
Pereza de otro comienzo.
Fuerte marejada.
de un nuevo año
aguarda todavía
tras las persianas.
El porvenir,
está ya definido-
sólo puede haber
pequeños cambios
en la intensidad de las lluvias,
en los días nublados
o los del cielo despejado.
La presión atmosférica
puede subir o bajar ligeramente,
influyendo en mi estado de ánimo.
Entre las rendijas entreabiertas
se cuelan, seguros e impertinentes,
los primeros rayos de incertidumbre.
Pereza de otro comienzo.
Fuerte marejada.
Joanna, 1 de enero de 2007