lunes, diciembre 04, 2006

 

BOND

Abrí la ventana con la misma languidez con la que apagué el deuvedé. Recostado de nuevo sobre el sofá, castigado, maloliente a tabaco y sudor, fijé mi vista en el juego de simetrías que la luz reflejada desde la calle estampaba sobre las pared del cuartucho. La violencia de este nuevo domingo de soledad se dibujaba a la perfección en la luz que reberberan los charcos de la acera sobre mi habitación: líneas rectas de disciplina con sobrerreflejos de algodón enclaustrado. Como me rayo. “¿O es rallo?”, dije en alto buscando mi yo periodista al otro lado del cuarto, tal vez en la cocina.

Acabó así, de esa manera incierta y apocalíptica, la sesión de cine monográfico a la que nuevamente sometí la noche del sábado. En vez de buscar miradas, abrazos cálidos y bocas de fresa en la noche de Madrid, enturbié mis horas en la compañía de la obra completa de Bond. James, me refiero. Y ese sabor pestilente que el mal cine y el peor vodka deja en la boca me vino como un vómito al comprobar la alegría que el mundo escupía, delante de mi ventana, la mañana de este domingo. El Rastro bullía, lo menos tanto como mi cabeza. Volví la vista hacia el tablero de damas dibujado en el techo y sombras alargadas lo atravesaron ,con la indolencia familiar de una mañana de compras en el corazón de Madrid . Y decidí que el domingo debía ser domingo, aunque fuera por una vez en la vida.

Un mundo en el que “London calling” forma parte de la banda sonora de una película de Bond es, necesariamente, un mundo enfermo. Así es que no sentí temor al salir a la calle: de enfermo a enfermo el contagio funciona en tarifa plana; osea: no funciona. Tras la ducha reparadora salté al encuentro de las soledades anunciadas , que encontré convenientemente distribuidas por la acera. Era evidente que el gel y el calor del agua, esa sensación de limpieza tras el sudor nocturno, habían contribuido a despertar el optimismo en mis pasos, pero el mal vodka dejó en mi boca un inadecuado aliento que decidí enterrar con una mañanera dosis de chinchón seco, al uso de la zona.

Que bar más viejo. El mostrador me pareció un enano de circo: se prolongaba a lo ancho, pero no lograba levantar su altura real, entre otras cosas gracias a la densa nube de humo que parecía empujarlo hacia el suelo, enterrarlo más bien diría. La imagen de un yermo en el que surgían botellas, en vez de flores, se me antojó lo suficientemente poética como para procurarme doble dosis de aguardiente. Perpetré el primer trago - no se trataba de aguardiente, sino de una desconocida mezcla de “soberano” de garrafa con anís seco “la cordobesa” ,de igual calaña- y fijé mi vista en la lámina ¿enmarcada? , al fondo del tugurio. Le venía al pelo, en una extraña comunión de pasado y presente, en una pérfida muestra de que , por esta vez y no más, el mañana nuca muere: ayer, igual que hoy, el desorden forma parte inseparable, soluble, del orden universal. “La habitación en Arlés”, arrugada gracias a la paciente acción de la humedad en aquel bareto, mostraba a las claras el sentido matemático de la existencia, siempre subordinada al tiempo. Profunda reflexión acerca del devenir de los días que no conseguía separame de la pésima calidad del brebaje con el que me estaba envenenando. Volví la vista al sol enmarcado en la puerta ruinosa del local y decidí que con Bond había tenido suficiente dosis de autodestrucción. Esquivé un par de parroquianos , ya tambaleantes a las 10 de la mañana y abordé la acera con animosa sensación de alivio.

Bajé la calle al encuentro de vida fresca. Una cara arrugada , el ceño fruncido y los ojos entreabiertos, pedía de malas formas alpiste para su canario. Un padre – soy un listo- y su hijo cruzan de la mano Carnero y encaran la subida de la Ribera con miradas de complicidad y sonrisas; no lejos , alguien deja caer un paquete con mochilas , entre el griterío de los niños y los reproches de los tenderos vecinos. Unos ojos chocan con los míos, y todos me miran sin verme. Paso rozando la geométrica existencia de una pareja, empeñada en demostrarse que el amor existe, pero a precios de hipoteca . Me cruzo con la melena negra de una mujer contundente, bastante mayor, destino sin saberlo de todos mis deseos por un segundo. Eso hago: desear, soñar: me envuelvo en la penumbra de mi cuarto, agarrando con fuerza sus caderas, empujándolas hacia mí mientras me sumerjo en su cuello, lo hiero, lo marco, lo separo de su pecho en un beso certero, conciso. Rompo la disciplina de su ropa interior. Y me dice que me quiere, que entre en ella. Y le digo que si, que su olor y su sabor me anclan a la vida. Le pido que cure mi soledad. Me dice que si y pone sus pezones negros al alcance de mi lengua, que no desaprovecha ni un segundo en dirigirlos un beso Y me vacío en caricias.

El mundo pasa en efecto túnel por mi lado y soy incapaz de agarrarme y volar con él. Tengo la sensación de caer en el vacío en medio de tanta gente, de no saber ni entender, de olvidar qué es un amigo, que sé de la amistad; de que el tiempo pasa sin posibilidad de compartir, sin verme en el otro. Como odio el solysombra , Bond, las láminas de Van Gogh, las mujeres de pelo negro. Como odio todo lo que me refleja en la soledad y , sobre todo, como odio el paso del tiempo, esperar cada sábado, cada domingo para esperar , nuevamente, el próximo sábado, el próximo domingo.

Tras bordear la pila de sillas de sillas y mesas de forja me dio de bruces con mi proveedor. Tiene clientela fija y vende o cambia frenéticamente paquetes cuidadosamente atados con pita, sin identificar a simple vista.

- ¿Tienes “El ojo público”?.
- Macho: yo tengo todo – y lo pronuncia con mayúsculas- el cine negro en deuvedé. Pide y se te dará, aunque esa, precisamente, no es de las baratas...
- Me da lo mismo, dámela.

Una vez provisto de la dosis necesaria, vuelo Curtidores arriba y con auténtica fruición devoro las escaleras, abro la puerta y sin cerrarla, me vuelco sobre el montón desordenado de carcasas. Con precisión quirúrgica, extraigo una, la meto en el comecede´s y subo el volumen al ocho, hasta que me alivia la estridencia de los primeros compases de The Clash, mítico “London Calling”, punkrock de combate puro para el reino de la derrota . Mientras, cierro la puerta : me separo por incontable vez del mundo que me salvaría, de la vida simple que emerge, que bulle a unos metros de mi desesperanza y grito como un poseso .

Las primeras imágenes, la secuencias lentas y el sabor sepia de esas fotos del tiempo de la ley seca. Mi mundo se encierra , se limita, a la vida de otros, a la mirada del extraño sobre lo que me rodea.

Ya se ha hecho casi de noche.

Comments:
¡¡ayayay!!
Así querría yo saber contarlo cuando me preguntan por qué me fui a vivir a la sierra... Aquí no hace falta encerrarse en casa, porque aunque salgas te rodea la nada, o mejor nadie. ´Todavía no sé qué es peor.
Me gusta la naturalidad con que se explica el hablar solo. Me gusta esa mañana de domingo de resaca, pero resaca de uno mismo, muy madrileña también, como la otra; aunque más madrileña aún porque uno se compara con lo que habrán hecho los demás ésa noche, con lo que uno "se ha perdido": ahí, a un tiro de piedra, estaban pasando cosas.
Me gusta el huir a una casa en pleno centro de Madrid, en pleno domingo, en pleno rastro, cuando está huyendo de todo eso. La soledad dentro del bullicio, de la vidilla.
Me gusta el "London calling" salvador.
No me gustan ciertas frases muy largas, que me pierdo.
Ni tampoco me gusta nada el vodka, ni siquiera el vozca.
 
london calling, el ojo público, sí señor. y esa frase, magnífica: "Paso rozando la geométrica existencia de una pareja, empeñada en demostrarse que el amor existe, pero a precios de hipoteca".
aunque también suscribo lo dicho en el comentario anterior acerca de algunas frases muy largas y enrevesadas. pero no por lo que respecta al vodka. pásate al zubrowka o, mejor todavía, pregúntale a johanna.
bienvenido de nuevo.
l.
 
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