miércoles, noviembre 29, 2006
LA CAÍDA (de Joanna)
A veces sueño que me caigo desde una altura considerable. Tanta que tengo tiempo suficiente de calcular el lugar exacto en el que voy a estamparme. Nunca me hago daño durante la caída, pero siempre me despierto sudado y temblando. Detesto la sensación de piernas de algodón que entonces experimento: la impotencia es terrible y el miedo se multiplica. Dicen que, cuando nos pasa, es porque nuestros huesos se estiran y crecemos. ¿Ose refieren, más bien, a caer por un precipicio no identificado cuando a punto estamos de dormirnos?
Durante aquel fin de semana que pasé con Loreto volví a tener el mismo sueño. Me extrañó que, en el momento de aterrizar, se escuchara un fuerte golpe y que la luz me invadiera por completo. Normalmente, justo antes de recuperar la consciencia, permanecía sumido en la oscuridad.
Se escucharon gritos, llamadas de socorro. Empecé a extrañarme al ver el perro de Loreto que me miraba desde arriba, a través de un agujero enorme rodeado por ladrillos rotos y vigas de hierro al descubierto. Algo me golpeó la cabeza y entonces, al sentir el dolor, me di cuenta de que me encontraba en el hall del hotel, encima del mostrador de recepción. Sin embargo, seguía acostado en la enorme cama que habíamos reservado unas semanas antes. No entendía nada.
-Loreto, ¡despierta!
-Estoy despierta, Juan –contestó con la cabeza tapada-. Muy despierta.
-Sal de ahí debajo y mira qué lío se ha montado.
-Juan, ¿no te acuerdas? No puedo moverme.
Ahora sí, empecé a sudar: la minúscula llave que abría las esposas seguía en la mesita de noche de la planta de arriba.
Durante aquel fin de semana que pasé con Loreto volví a tener el mismo sueño. Me extrañó que, en el momento de aterrizar, se escuchara un fuerte golpe y que la luz me invadiera por completo. Normalmente, justo antes de recuperar la consciencia, permanecía sumido en la oscuridad.
Se escucharon gritos, llamadas de socorro. Empecé a extrañarme al ver el perro de Loreto que me miraba desde arriba, a través de un agujero enorme rodeado por ladrillos rotos y vigas de hierro al descubierto. Algo me golpeó la cabeza y entonces, al sentir el dolor, me di cuenta de que me encontraba en el hall del hotel, encima del mostrador de recepción. Sin embargo, seguía acostado en la enorme cama que habíamos reservado unas semanas antes. No entendía nada.
-Loreto, ¡despierta!
-Estoy despierta, Juan –contestó con la cabeza tapada-. Muy despierta.
-Sal de ahí debajo y mira qué lío se ha montado.
-Juan, ¿no te acuerdas? No puedo moverme.
Ahora sí, empecé a sudar: la minúscula llave que abría las esposas seguía en la mesita de noche de la planta de arriba.
Comments:
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Me ha gustado leer tanto de golpe Johana, en pocas líneas.
Me intriga ahora saber con quién pasé el fin de semana en aquel Parador;
y sobre todo, reafirmo mi idea de que, las mesillas de noche, por muy inocentes que parezcan, tienen siempre la culpa de todo.
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Me intriga ahora saber con quién pasé el fin de semana en aquel Parador;
y sobre todo, reafirmo mi idea de que, las mesillas de noche, por muy inocentes que parezcan, tienen siempre la culpa de todo.
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