lunes, octubre 23, 2006
A TIENTAS
Damazin 15/10/06
CITA A CIEGAS, A CIEGAS?, VAYA CIEGO?
Un tal Hans Dippel era el remitente del aerograma. En el matasellos a duras penas se distinguía la procedencia; Kitui. En pocas palabras y con una caligrafía prácticamente indescifrable formulaba su deseo de encontrarse conmigo y para tal pensaba viajar hasta Sega. Me extrañó que tuviera la certeza de encontrarme en el pueblo y que además que estuviera convencido de que le quisiera alojar sin conocerle. Para ser alemán pensé mostraba bastante desparpajo a la hora de presentarse así sin más.
En dos días llegaría. Teniendo en cuenta que la carta había tardado más de una semana y que no tenía otros planes decidí esperar al jueves.
El trabajo y mis quehaceres diarios me hicieron olvidar la cita a ciegas hasta que el jueves por la tarde reparé en el trozó de papel azul claro que asomaba por debajo de la mesa del comedor y recordé que Hans debía estar a punto de caer por allá. El sábado por la mañana empecé a estar preocupada. No había dado señales de hallarse por los alrededores. El domingo por la noche llamaron a la puerta y allí estaba escoltado entre Odiambo y Paul. El conjunto se asemejaba a un código de barras.
- Salíamos del bar cuando vimos que un mzungu descendía con cierta dificultad del matatu-. Dijo Paul. – supusimos que venía a verte.
- Karibuni sana-. Repuse sorprendida.
Odiambo y Paul se anticiparon y retiraron de su paso, los taburetes, cestas y demás objetos que sembraban el suelo de mi salón-comedor. Hans entró moviendo su palo como un detector de metales.
De su pequeño macuto sacó una cinta de casete y tendiéndola al aire me dijo.- espero que te guste, la he grabado para ti-. Las cumbias colombianas llenaron la minúscula habitación. Mientras Odiambo y Paul se acercaron a comprar unas cervezas, Hans decidió refrescarse un poco. Insistió en llevar el mismo el barreño hasta el cuartucho de la ducha. Para ello debía a atravesar todo el compaound, esquivar niños, animales, cacharros subir un montículo y detrás se hallaban los choos: dos cubículos con letrinas y otros dos para lavarse.
Por el fuerte olor a sudor que reinó durante la noche, supuse que en la aproximación al choo había perdido la mayor parte del agua.
- Siento llegar con días de retraso. Igual estabas inquieta-. Dijo dando un largo sorbo de cerveza.- He sufrido un percance en Kisumu-.
Al parecer perdió el último matatu hacia Sega y decidió pasar la noche allí. En su camino al hotel se cayó en una zanja tan profunda que alguien, previo pago, tuvo que bajar, atarle una cuerda a la cintura e izarle.
-Una vez en el hotel.- prosiguió- salí de la habitación para pedir algo de comer a un camarero y al volver me di cuenta que no tenía la cartera. Tuve que esperar un día entero para poder sacar dinero del banco. Le di un abrazo. Me estrechó por la cintura. Creí notar una erección incipiente
Odiambo y Paul se ofrecieron como lazarillos de Hans mientras estuviera por allá.- Me gustaría “ver” alguno de los proyectos que estas haciendo.- Ya discutiremos esto mañana.
Puse a su disposición la única cama que tenía. Después de todos los avatares que había sufrido por lo menos que durmiera cómodo.- Vale. Pero no duermas en el sillón, al fin y al cabo es tuya. La podemos compartir-.
Me desnudé a la luz de una vela. Sus ojos abiertos se clavaron en mi cuerpo.- Lala salama, que descanses- dije soplando la llama.
En mi opinión, Hans se acostumbró a la caótica situación, en muy pocos días. Al hombre le costaba menos evitar todas las trampas de mi casa, siempre he sido muy desordenada, que a mi, intentar despejar las tres habitaciones que componían mi hogar. Aun así, me sentía incómoda.
Pasados los primeros momentos de cansancio no mostró interés alguno por dormir en el sofá. El colchón y mi compañía le reconfortaban. La tenue luz de la vela incidía en el hueco ocular dándole un aspecto fantasmagórico. Una calavera nocturna me observa como me desvestía.
En varias ocasiones había conseguido dormir sola aduciendo que no me encontraba bien, pero Hans acababa por tropezarse en sus correrías en solitario al mercado o al bar y, magullado, no tenía fuerzas para echarle de la cama. ¿Hasta cuando iba a aguantar los accidentes de un ciego en mitad de África?
Pasaba el tiempo y Hans no parecía tener prisa por continuar su viaje. En varias ocasiones ofrecí llevarle en mi pikipiki hasta Lugulu, donde vivía Michel. Al fin y al cabo éste era el que había insistido para que Hans viniera a visitarme, y ahora se tendría que hacer cargo del ciego. La situación me sobrepasaba.
Richard, big boy, apareció una tarde con un par de botellas de ginebra y varias tónicas. – ¿Y ese?-. Hans se abría paso, enarbolando su palo, entre los boda-boda y los carros de mano.- No puedo más. Quiero que desaparezca de casa-. Big boy me miró con cara de sorpresa.
Hacía semanas que no veía a Richard, tenía ganas de follar con él. . No me apetecía compartir una copa con Hans, pero tampoco sabía como quitármele de encima. La conversación en alemán desde luego no ayudaba a poner fin a mis problemas. Los dos se fueron animando. En una situación de borrachera como la que se presumía, Hans tendría ventaja. Seguro. Me serví otro gin tonic mientras los alemanes eufóricos entonaban canciones. Sin dejar el vaso, busqué refugio en la habitación. Desnuda, sobre la cama, escuchaba las risas de los dos. Al poco tiempo sentí como Richard encima de mí separaba mis muslos con urgencia. Demasiado borracha para tomar la iniciativa, me abandoné a sus deseos. Me penetró sin preámbulo alguno. Se movía con ansia. Con furia. Sus envites me hacían gritar y entonces, como si las voces le molestaran, se abalanzaba sobre mí, sellando mi boca con la suya. En un instante, sentí que otra polla jugueteaba con mis labios.
Una de las veces que Richard me fue a besar escuché una voz a mi espalda- Estas ciego o ¿que? Al final vas a terminar comiéndotela.
CITA A CIEGAS, A CIEGAS?, VAYA CIEGO?
Un tal Hans Dippel era el remitente del aerograma. En el matasellos a duras penas se distinguía la procedencia; Kitui. En pocas palabras y con una caligrafía prácticamente indescifrable formulaba su deseo de encontrarse conmigo y para tal pensaba viajar hasta Sega. Me extrañó que tuviera la certeza de encontrarme en el pueblo y que además que estuviera convencido de que le quisiera alojar sin conocerle. Para ser alemán pensé mostraba bastante desparpajo a la hora de presentarse así sin más.
En dos días llegaría. Teniendo en cuenta que la carta había tardado más de una semana y que no tenía otros planes decidí esperar al jueves.
El trabajo y mis quehaceres diarios me hicieron olvidar la cita a ciegas hasta que el jueves por la tarde reparé en el trozó de papel azul claro que asomaba por debajo de la mesa del comedor y recordé que Hans debía estar a punto de caer por allá. El sábado por la mañana empecé a estar preocupada. No había dado señales de hallarse por los alrededores. El domingo por la noche llamaron a la puerta y allí estaba escoltado entre Odiambo y Paul. El conjunto se asemejaba a un código de barras.
- Salíamos del bar cuando vimos que un mzungu descendía con cierta dificultad del matatu-. Dijo Paul. – supusimos que venía a verte.
- Karibuni sana-. Repuse sorprendida.
Odiambo y Paul se anticiparon y retiraron de su paso, los taburetes, cestas y demás objetos que sembraban el suelo de mi salón-comedor. Hans entró moviendo su palo como un detector de metales.
De su pequeño macuto sacó una cinta de casete y tendiéndola al aire me dijo.- espero que te guste, la he grabado para ti-. Las cumbias colombianas llenaron la minúscula habitación. Mientras Odiambo y Paul se acercaron a comprar unas cervezas, Hans decidió refrescarse un poco. Insistió en llevar el mismo el barreño hasta el cuartucho de la ducha. Para ello debía a atravesar todo el compaound, esquivar niños, animales, cacharros subir un montículo y detrás se hallaban los choos: dos cubículos con letrinas y otros dos para lavarse.
Por el fuerte olor a sudor que reinó durante la noche, supuse que en la aproximación al choo había perdido la mayor parte del agua.
- Siento llegar con días de retraso. Igual estabas inquieta-. Dijo dando un largo sorbo de cerveza.- He sufrido un percance en Kisumu-.
Al parecer perdió el último matatu hacia Sega y decidió pasar la noche allí. En su camino al hotel se cayó en una zanja tan profunda que alguien, previo pago, tuvo que bajar, atarle una cuerda a la cintura e izarle.
-Una vez en el hotel.- prosiguió- salí de la habitación para pedir algo de comer a un camarero y al volver me di cuenta que no tenía la cartera. Tuve que esperar un día entero para poder sacar dinero del banco. Le di un abrazo. Me estrechó por la cintura. Creí notar una erección incipiente
Odiambo y Paul se ofrecieron como lazarillos de Hans mientras estuviera por allá.- Me gustaría “ver” alguno de los proyectos que estas haciendo.- Ya discutiremos esto mañana.
Puse a su disposición la única cama que tenía. Después de todos los avatares que había sufrido por lo menos que durmiera cómodo.- Vale. Pero no duermas en el sillón, al fin y al cabo es tuya. La podemos compartir-.
Me desnudé a la luz de una vela. Sus ojos abiertos se clavaron en mi cuerpo.- Lala salama, que descanses- dije soplando la llama.
En mi opinión, Hans se acostumbró a la caótica situación, en muy pocos días. Al hombre le costaba menos evitar todas las trampas de mi casa, siempre he sido muy desordenada, que a mi, intentar despejar las tres habitaciones que componían mi hogar. Aun así, me sentía incómoda.
Pasados los primeros momentos de cansancio no mostró interés alguno por dormir en el sofá. El colchón y mi compañía le reconfortaban. La tenue luz de la vela incidía en el hueco ocular dándole un aspecto fantasmagórico. Una calavera nocturna me observa como me desvestía.
En varias ocasiones había conseguido dormir sola aduciendo que no me encontraba bien, pero Hans acababa por tropezarse en sus correrías en solitario al mercado o al bar y, magullado, no tenía fuerzas para echarle de la cama. ¿Hasta cuando iba a aguantar los accidentes de un ciego en mitad de África?
Pasaba el tiempo y Hans no parecía tener prisa por continuar su viaje. En varias ocasiones ofrecí llevarle en mi pikipiki hasta Lugulu, donde vivía Michel. Al fin y al cabo éste era el que había insistido para que Hans viniera a visitarme, y ahora se tendría que hacer cargo del ciego. La situación me sobrepasaba.
Richard, big boy, apareció una tarde con un par de botellas de ginebra y varias tónicas. – ¿Y ese?-. Hans se abría paso, enarbolando su palo, entre los boda-boda y los carros de mano.- No puedo más. Quiero que desaparezca de casa-. Big boy me miró con cara de sorpresa.
Hacía semanas que no veía a Richard, tenía ganas de follar con él. . No me apetecía compartir una copa con Hans, pero tampoco sabía como quitármele de encima. La conversación en alemán desde luego no ayudaba a poner fin a mis problemas. Los dos se fueron animando. En una situación de borrachera como la que se presumía, Hans tendría ventaja. Seguro. Me serví otro gin tonic mientras los alemanes eufóricos entonaban canciones. Sin dejar el vaso, busqué refugio en la habitación. Desnuda, sobre la cama, escuchaba las risas de los dos. Al poco tiempo sentí como Richard encima de mí separaba mis muslos con urgencia. Demasiado borracha para tomar la iniciativa, me abandoné a sus deseos. Me penetró sin preámbulo alguno. Se movía con ansia. Con furia. Sus envites me hacían gritar y entonces, como si las voces le molestaran, se abalanzaba sobre mí, sellando mi boca con la suya. En un instante, sentí que otra polla jugueteaba con mis labios.
Una de las veces que Richard me fue a besar escuché una voz a mi espalda- Estas ciego o ¿que? Al final vas a terminar comiéndotela.