jueves, octubre 12, 2006
AL EID
10-10-06 Khartoum
AL EID
Un policía de un blanco impoluto, así se percibía de lejos, con galones y gorra azul, levantó la mano, el coche se desplazó a la derecha. Rabía, el conductor, dudó unos instantes antes de precipitarse bajo el sol aplastante.- cien mil dh sudaneses-. Dijo. Los papeles estaban en regla excepto el permiso del vehículo.- cien mil dh o el coche se tiene que quedar en la comisaría-. Explicó Hanan. El policía se acomodó al lado de los niños y retrocedimos unos cuantos kilómetros hasta las oficinas.
Ahmed, el mayor, se colocó el bebe en las caderas, y buscó una inexistente sombra entre las decenas de coches que se hallaban retenidos.
- Ayer en la televisión advirtieron que con motivo, Al Eid, el final del Ramadam, los controles policiales se iban a intensificar. Veinte mil pero el coche no puede continuar hasta Damazin, tenemos que volver a Khartoum -. Dijo Hanan después de unas cuantas horas de regateo.
Recordé entonces una conversación con Alfredo.- El hecho de que, por ejemplo, esté tomando café con alguien y al cabo de un rato me la esté chupando, no deja de sorprenderme…-. Ante mis escandalosas risotadas añadió- no me mal interpretes, lo que quiero decir es que es muy fácil cambiar de papel a lo largo del día, ¿nunca te has sorprendido haciendo algo que nunca lo hubieras pensado? No se si me perdí alguna frase. Creí que todo aquello no tenía sentido, que estaba borracho.
Saqué los billetes del bolso y pagué.
Paramos a dejar a Hanan y los niños en casa. El vapor de meados calientes, fermentados, ascendió hasta mi cerebro. . El involuntario mecanismo de la respiración se torno voluntario ante el hedor. Me asfixiaba. La madre, más hinchada que gorda, se incorporó al verme y escupió en el suelo. El hollejo de la uva fue a caer en uno de los nauseabundos charcos que tenía la habitación. A nadie pareció importarle. Prometí volver otro día con más calma y una máscara.
Una vez en Khartoum, tenía varias opciones para la tarde-noche. Rabía me gustaba cada vez más, pero el Ramadam continuaba. No estaba dispuesta a pasar las horas muertas haciendo que comprendía tratar a Rabía mientras esperábamos la primera comida del día y regresar a casa sin más. Me despedí de él. Al final pensé en ir a visitar a Alfredo para que me aclarara la pregunta.
La puerta no parecía encajada, la empujé, entré sigilosamente.
Alfredo, desnudo y bocabajo, descansaba sobre dos sillas. En una reposaba la cabeza y parte del abdomen y sobre la otra la parte inferior de las piernas. Alzó la cabeza a modo de saludo y siguió dormitando. Empecé a comprender la cuestión de Alfredo. De una de las jardineras de la terraza cogí unas flores pequeñas rojas, algo parecido a mini petunias y las esparcí por toda la espalda. El agua que dejé caer sobre sus hombros se canalizó en la columna hasta alcanzar el culo. Separé las dos mitades, como si partiera un albaricoque y el líquido atravesó el canalillo para llegar a la base de los testículos, después a la base del pene, y finalizó en un goteo desde la punta del capullo al suelo.
Sin dejar de mirar la fuentecilla, me senté fuera del área de visión de Alfredo. ¿Nunca hubiera pensado que “un gota a gota” me excitara? Me reí. Comencé a masturbarme.
Alfredo mientras, movía la polla. Pretendía dirigirme con ella hacia el sitio donde me debía colocar. La entendía mucho mejor que a él - ¿Estas desnuda? Quiero verte-.
-Cállate. Ni se te ocurra tocarte-. Obedeció sin rechistar.
Las prohibiciones excitaban a Alfredo, comprendí que no quisiera abandonar un país tan restrictivo como este. Mis suspiros parecieron animarle. Empezó a moverse, guardando el equilibrio entre las sillas, como si estuviera penetrando a alguien. Al principio los movimientos eran lentos incluso delicados. Mis gemidos y los suyos se entremezclaron, al cabo de unos minutos follaba con alguien o algo invisible.
-Ven túmbate aquí debajo-. Dijo alargando su mano como si me quisiera coger.- no te voy a tocar.
-Noooooooooooooo-. Respondí - Voy a preparar un café.
AL EID
Un policía de un blanco impoluto, así se percibía de lejos, con galones y gorra azul, levantó la mano, el coche se desplazó a la derecha. Rabía, el conductor, dudó unos instantes antes de precipitarse bajo el sol aplastante.- cien mil dh sudaneses-. Dijo. Los papeles estaban en regla excepto el permiso del vehículo.- cien mil dh o el coche se tiene que quedar en la comisaría-. Explicó Hanan. El policía se acomodó al lado de los niños y retrocedimos unos cuantos kilómetros hasta las oficinas.
Ahmed, el mayor, se colocó el bebe en las caderas, y buscó una inexistente sombra entre las decenas de coches que se hallaban retenidos.
- Ayer en la televisión advirtieron que con motivo, Al Eid, el final del Ramadam, los controles policiales se iban a intensificar. Veinte mil pero el coche no puede continuar hasta Damazin, tenemos que volver a Khartoum -. Dijo Hanan después de unas cuantas horas de regateo.
Recordé entonces una conversación con Alfredo.- El hecho de que, por ejemplo, esté tomando café con alguien y al cabo de un rato me la esté chupando, no deja de sorprenderme…-. Ante mis escandalosas risotadas añadió- no me mal interpretes, lo que quiero decir es que es muy fácil cambiar de papel a lo largo del día, ¿nunca te has sorprendido haciendo algo que nunca lo hubieras pensado? No se si me perdí alguna frase. Creí que todo aquello no tenía sentido, que estaba borracho.
Saqué los billetes del bolso y pagué.
Paramos a dejar a Hanan y los niños en casa. El vapor de meados calientes, fermentados, ascendió hasta mi cerebro. . El involuntario mecanismo de la respiración se torno voluntario ante el hedor. Me asfixiaba. La madre, más hinchada que gorda, se incorporó al verme y escupió en el suelo. El hollejo de la uva fue a caer en uno de los nauseabundos charcos que tenía la habitación. A nadie pareció importarle. Prometí volver otro día con más calma y una máscara.
Una vez en Khartoum, tenía varias opciones para la tarde-noche. Rabía me gustaba cada vez más, pero el Ramadam continuaba. No estaba dispuesta a pasar las horas muertas haciendo que comprendía tratar a Rabía mientras esperábamos la primera comida del día y regresar a casa sin más. Me despedí de él. Al final pensé en ir a visitar a Alfredo para que me aclarara la pregunta.
La puerta no parecía encajada, la empujé, entré sigilosamente.
Alfredo, desnudo y bocabajo, descansaba sobre dos sillas. En una reposaba la cabeza y parte del abdomen y sobre la otra la parte inferior de las piernas. Alzó la cabeza a modo de saludo y siguió dormitando. Empecé a comprender la cuestión de Alfredo. De una de las jardineras de la terraza cogí unas flores pequeñas rojas, algo parecido a mini petunias y las esparcí por toda la espalda. El agua que dejé caer sobre sus hombros se canalizó en la columna hasta alcanzar el culo. Separé las dos mitades, como si partiera un albaricoque y el líquido atravesó el canalillo para llegar a la base de los testículos, después a la base del pene, y finalizó en un goteo desde la punta del capullo al suelo.
Sin dejar de mirar la fuentecilla, me senté fuera del área de visión de Alfredo. ¿Nunca hubiera pensado que “un gota a gota” me excitara? Me reí. Comencé a masturbarme.
Alfredo mientras, movía la polla. Pretendía dirigirme con ella hacia el sitio donde me debía colocar. La entendía mucho mejor que a él - ¿Estas desnuda? Quiero verte-.
-Cállate. Ni se te ocurra tocarte-. Obedeció sin rechistar.
Las prohibiciones excitaban a Alfredo, comprendí que no quisiera abandonar un país tan restrictivo como este. Mis suspiros parecieron animarle. Empezó a moverse, guardando el equilibrio entre las sillas, como si estuviera penetrando a alguien. Al principio los movimientos eran lentos incluso delicados. Mis gemidos y los suyos se entremezclaron, al cabo de unos minutos follaba con alguien o algo invisible.
-Ven túmbate aquí debajo-. Dijo alargando su mano como si me quisiera coger.- no te voy a tocar.
-Noooooooooooooo-. Respondí - Voy a preparar un café.