miércoles, abril 22, 2009

 

EL BOXEADOR Y UN ÁNGEL (FRANCISCO AYALA)

Las muchachas, cogidas del brazo, lanzaban discos de risa: arandelas eléctricas, giratorias, a lo largo de los alambres del telégrafo.
Los trenes -despeinados, heridos- se doblaban sobre un costado. Abrían gritos de espanto. Desgarraban el paisaje.
Los camiones pasaban revista a cristaleras sobrecogidas.
Y campos rectangulares -con jersey a rayas blancas y azules- cazaban en red frutos deportivos…

En cambio su sonrisa (la misma de todos los días) era quieta, al dictado del ángel. Quieta y densa, como el humo de la fábrica que la chimenea inyectaba tan penosamente. (La fábrica aplastada bajo el cielo, le clavaba su puñal. El cielo: cómo se desangraba por dentro. Cómo se iba quedando anémico.)
Sin sentir, entre vías, caminaba el púgil. Se le escapaba el alma, como un niño, por los senderos ferroviarios, para regresar a cada momento. Mientras su gesto se aclaraba de intimidad sobre líneas escuetas del traje azul mecánico.
A su lado -la cérea cabeza sobre su propio hombro, con suavidad de serpiente- captaba sueños el ángel compañero.
La sirena de la fábrica se retorció con angustia, esquivadora. Latigazo reprimido sobre su espalda.
La tarde, exangüe, se cogía a las paredes. No podría levantarse ya, víctima del contrincante negro.
Había caído, naufragio de la esponja, en un cubo de agua la luna, despedazada. (El crimen de anoche.)
Un estremecimiento.
– ¡Ay, ángel! Vamos a investigar la suerte. Mi suerte en el combate, ángel compañero.

Se acercó al hombre del oráculo: pájaros sabios, y el destino enjaulado. (El mercader de presagios era judío.)
Le rodeaban soldados, marineros y niñas ya curiosas del porvenir.
Sitio. Sitio.
El héroe -conquistador de planos- les marginalizó. Tantas miradas, empujaron su imagen a un primer término. Entre sus dedos giró una moneda: el estipendio.
– A ver. Mi suerte.
Dobladas, ordenadas -verdes, rojas, amarillas- todas las suertes, en dosis farmacéuticas. Un gran stock.
– ¿Qué pájaro prefiere?
– Aquél. (Aquél, que había desplegado un conato de vuelo metálico.)
El corazón -puño de Dios- le golpeaba dura y eficazmente, con terrible persistencia.
Mientras que el pájaro, sobre la caja polícroma, clavaba el pico en el Destino, y extraía, pinzado como una frutilla, un papelito rojo.
Soldados, marineros y niñas: -¡Ya. Del color que siempre!- exclamaron. Y el judío lo entregó. Con más: una sonrisa de doble fondo, multirrefleja.
Se desperezó con delicia el papelito rojo. Tembloroso, entre dedos tamborileantes…
Y: buena, buena suerte: vencerás. Así -…vencerás… - había saltado del texto. La palabra, desprendida, le había saltado a los ojos.
– Vencerás -dijo el ángel, palmoteando-. Bien claro lo pone.
Y lo repitió cerrándole el paso una y otra vez -perrillo alegre- con figuras de baile.
– Ya me lo figuraba yo, que habías de vencer. Sí. Sí. Sí. Sí. Sí.
Iba llenando el aire de afirmaciones, que estallaban en lluvia verde.
Todavía, una palmada en el hombro.
– Vencerás, maestro. Al fin y al cabo, no se trata sino de un negro. De un miserable negro.
…El púgil, complacido. El ángel, borracho de optimismo.
Ya la estación -erizada de transparentes escalenos- había quedado atrás.
La ciudad se agolpaba en superficies inasibles, desnudas, cristalizadas. De glacial blindaje.
Un aire trepidante sacudió la melena, que pinchaba como mil alfileres.

II

Bata azul: calma, inocencia.
Y enfrente -en su esquina, apoyado en los cables del ring - el negro -fuego y jazmines- con todo su cuerpo envuelto en amarillo.
Sonrisa de jazmines. Sonrisa de… Pero ¡ya verás, negro! (Sin embargo, un hombre blanco parece como que pelea más al descubierto.)
– Vencerás, no te apures. Tienes la profecía.
Ya. El martillo dilató ondas sonoras en el acuario espectador.
Avance diagonal. Cruzaron los guantes en saludo gatuno, y comenzó el combate.
¡Ah! ¡Hop!… ¡Ah! ¡Hop!… ¡Ah! ¡Hop!… No había manera de enrojecer los jazmines. No podía borrarle al negro su gesto afrentoso; quebrar la línea irónica de su esquivada.
Allí. Allí. Ahora. Contra las cuerdas. ¡Hip!…
¿No?…No. ¡De goma! Un negro de goma.
El ángel, cruzado de brazos, perseguía los movimientos con su anhelo, de un ángulo a otro.
Pálido, pálido, y casi llorando… Extendió las manos con una imploración de maniquí. (Temblaba la seda tierna de su pecho.)
– Ahora, ahora, imbécil. Dale ahora -le gritó al púgil.
Pero ya el martillo había arrancado haz de flechas -mitad cortas y mitad largas-.
Los boxeadores volvían -diagonal- a sus esquinas. A las esquinas transformadas.
La esponja, ante su rostro, le electrizó de agua fría. (Alto voltaje.)
El aire abanderaba la proa del navío anclado. (Tempestad de aplausos.) Bajo el pabellón violento se prolongaban los brazos en cuerdas trémulas. Bajaba y subía, neumático, el pecho reluciente.
Y el ángel aconsejaba con misterio en la oreja. (Al otro lado, el manager.)

El contrincante, crecido como una hoguera -fuego y jazmines- atacaba. ¡Plac! ¡Plac!
Le sintió sobre sí, huracán desértico henchido -ahora, él- del aire que guardaba la sábana en sus pliegues… Sobre sí… Implacable… Y había que ir cediendo, esquivando… Un momento; eso era todo lo que deseaba; un momento para reponerse.
Las cuerdas del ring marcaron regiones paralelas en su espalda. Y el atroz mazazo le llegó antes -casi- en la exclamación del público que en el puño del contrario. (Sensación líquida, confusa. El cerebro, ceñido como por una anilla. Nada: discos rojos, naranja. Las luces, estrellas fugaces: de verbena.)
Cayó con una rodilla en tierra. La cabeza inclinada… A su lado bajaba segundos el árbitro con mano de verdugo: 1, 2, 3.
Pero el ángel -crispación terrible- se precipitó en ayuda del caído. (Sudaba el boxeador gotas de sangre.) En amparo de su agonía. (El cuello, tronchado, flojo.)
Sujetó por las axilas el cuerpo desmoronado -4, 5, 6…-. Y dijo, con voz oscilatoria de fleje:
– Anda. Un esfuerzo. Puedes. Puedes levantarte. Anda: ¿Aup!…-7, 8.
Se organizó la figura en guardia cerrada, perfecta.
El alífero, persuasivo, animaba al boxeador. Hubo casi iniciativa de ataque…

Aire. Agua de limón. Talco en el suelo. En la cara, un barniz.
… Ultimo round. Obstinado el negro en su risa sinvergüenza, de biseles blancos; en su juego de puñales.
El otro le opuso una risa nueva, de aurora boreal. Se fue el adversario. Tres pasos seguros y un golpe en la mandíbula.
Se le suicidó la sonrisa al negro, cortada -rabo de flor- entre los dientes. Se le voló al cielo. ¡Por fin!
Y el cuerpo, descentrado, cayó como un globo sin gas, bajo los aplausos del ángel. Dos vueltas -color café- en el cuadrado. (El dedo conminatorio del arbitro descendía respiraciones expectantes.)
Trataba de incorporarse, pálido como el acero. Pero la mirada voluntariosa del pugilista blanco le apretaba -pértiga eficaz- contra el tablado. Un soplo de energía -globo anémico- le alzó, vacilante.
Nuevo golpe. ¡Al suelo!
Corrían los segundos. Y un hilo de sangre por su cara. 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7…
El ángel puso su pie rosado sobre el pecho del negro boxeador. (Alborozo de alas y palmadas.) Mientras levantaba el árbitro -indicador lineal del cielo victorioso y centro de aclamaciones- el puño vencedor del púgil.
Vencedor por k. o.

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jueves, abril 09, 2009

 
Texto extraído del blog de Félix de Azúa, que os recomiendo vivamente (http://www.elboomeran.com/blog/1/felix-de-azua/)

Alabanza impúdica de la letra
Ya va para tres veces que me topo en alguna cadena de televisión con reportajes alarmadísimos sobre la violencia juvenil. Los crueles crímenes de jóvenes machos sobre hembras desvalidas o las palizas que hembras menos desvalidas propinan a otras hembras vaya usted a saber si desvalidas o no. El locutor y la más frecuente locutora suelen disponer un gesto de consternación impagable cuando se preguntan, señoras y señores, por las causas de tanta barbarie. Pues se las voy a decir.
Son varias. Algunas muy antiguas, como la pobreza, la ideología tradicionalista, el criminógeno paternalismo mediterráneo. Pero otras son nuevas y sobre ellas vale la pena detenerse. Una de las más elementales tengo la seguridad de que es el nuevo modelo de conducta que se impone a los chavales desde el cine y la televisión. ¿Les parece un tópico? ¡Naturalmente!, pero sólo porque nadie sabe cómo acabar con él. Es indudable que esos machitos perforados con metales, rapados y resentidos, han aprendido que la máxima elegancia es llevar, además, un buen punzón y zurrar a las chavalas, como en la tele. Y son iguales aquí, en Nápoles, Ecuador o Marruecos. Idénticos. Todos ven el mismo programa.
La única vacuna es la lectura, actividad que no pueden garantizar nuestros maestros. Mientras los modelos de conducta se construyeron con urdimbre literaria, la estructura moral del personaje imitado estaba garantizada. La lectura da forma a la experiencia, pero le añade reflexión propia y autónoma. La imagen no. Por eso la lectura no es una actividad técnica superada, sino una de las fuentes del aprendizaje más reprimida por unas élites que desprecian la inteligencia.
Recomiendo (sobre todo a los maestros) la lectura de ¿Para qué sirve la literatura?, de Antoine Compagnon (Acantilado) si quieren recuperar un poco de fe en sí mismos. Es ventajoso proteger al cachalote bizco y a la rana lunera, pero si tuviéramos un gobierno medianamente sensato financiaría una ONG para extender la lectura por este desolado país. Con que picaran cien al año, estábamos salvados.

domingo, abril 05, 2009

 

Esto es un concurso, amigos/as.


Si, habéis oido bien.

Quien adivine quien es este señor ganará una ovación y posiblemente un premio, ya veremos.
Dos pistas: Es escritor, está, en el momento de la foto, "sirviendo a su país" en el batallón de los Canadian Gordon Highlanders y corre el año 1917.
Y ya van tres.

Es fácil, sus novelas son muy conocidas y a él se le considera un clásico de cierto tipo de literatura.
Hay que arriesgar, decir nombres y firmar para que el blog pueda haceros llegar la ovación y el premio.

Buena suerte.

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