martes, octubre 31, 2006
localizada página indispensable. contiene más de 3000 relatos de autores de diferentes épocas, y del mundo entero, y es de libre acceso. http://www.ciudadseva.com/bibcuent.htm
martes, octubre 24, 2006
BUSTARVIEJO, 18 OCT 06
Oigo la fuerte lluvia golpeando todo fuera. Dentro, un cada vez más apacible, cada vez menos descorazonador silencio, acompaña. Se revela, vestido de un contorno desconocido en una habitación extraña, que respira calor y me extremece.
Prefiero no preguntar más.
Permanezco tímida y atenta, mientras desgrano acontecimientos. Observo las piezas del dominó, enfiladas, marcando un sendero-antes invisible-con su caída "clac, clac, clac": tres pasos.
Te quiero.
Te busco
queriendo y sin querer,
como una suave inercia
entre dos polos.
Pero jamás has sido
tú el protagonista
de mis confesiones
escritas de amor.
Oigo la fuerte lluvia golpeando todo fuera. Dentro, un cada vez más apacible, cada vez menos descorazonador silencio, acompaña. Se revela, vestido de un contorno desconocido en una habitación extraña, que respira calor y me extremece.
Prefiero no preguntar más.
Permanezco tímida y atenta, mientras desgrano acontecimientos. Observo las piezas del dominó, enfiladas, marcando un sendero-antes invisible-con su caída "clac, clac, clac": tres pasos.
Te quiero.
Te busco
queriendo y sin querer,
como una suave inercia
entre dos polos.
Pero jamás has sido
tú el protagonista
de mis confesiones
escritas de amor.
lunes, octubre 23, 2006
A TIENTAS
Damazin 15/10/06
CITA A CIEGAS, A CIEGAS?, VAYA CIEGO?
Un tal Hans Dippel era el remitente del aerograma. En el matasellos a duras penas se distinguía la procedencia; Kitui. En pocas palabras y con una caligrafía prácticamente indescifrable formulaba su deseo de encontrarse conmigo y para tal pensaba viajar hasta Sega. Me extrañó que tuviera la certeza de encontrarme en el pueblo y que además que estuviera convencido de que le quisiera alojar sin conocerle. Para ser alemán pensé mostraba bastante desparpajo a la hora de presentarse así sin más.
En dos días llegaría. Teniendo en cuenta que la carta había tardado más de una semana y que no tenía otros planes decidí esperar al jueves.
El trabajo y mis quehaceres diarios me hicieron olvidar la cita a ciegas hasta que el jueves por la tarde reparé en el trozó de papel azul claro que asomaba por debajo de la mesa del comedor y recordé que Hans debía estar a punto de caer por allá. El sábado por la mañana empecé a estar preocupada. No había dado señales de hallarse por los alrededores. El domingo por la noche llamaron a la puerta y allí estaba escoltado entre Odiambo y Paul. El conjunto se asemejaba a un código de barras.
- Salíamos del bar cuando vimos que un mzungu descendía con cierta dificultad del matatu-. Dijo Paul. – supusimos que venía a verte.
- Karibuni sana-. Repuse sorprendida.
Odiambo y Paul se anticiparon y retiraron de su paso, los taburetes, cestas y demás objetos que sembraban el suelo de mi salón-comedor. Hans entró moviendo su palo como un detector de metales.
De su pequeño macuto sacó una cinta de casete y tendiéndola al aire me dijo.- espero que te guste, la he grabado para ti-. Las cumbias colombianas llenaron la minúscula habitación. Mientras Odiambo y Paul se acercaron a comprar unas cervezas, Hans decidió refrescarse un poco. Insistió en llevar el mismo el barreño hasta el cuartucho de la ducha. Para ello debía a atravesar todo el compaound, esquivar niños, animales, cacharros subir un montículo y detrás se hallaban los choos: dos cubículos con letrinas y otros dos para lavarse.
Por el fuerte olor a sudor que reinó durante la noche, supuse que en la aproximación al choo había perdido la mayor parte del agua.
- Siento llegar con días de retraso. Igual estabas inquieta-. Dijo dando un largo sorbo de cerveza.- He sufrido un percance en Kisumu-.
Al parecer perdió el último matatu hacia Sega y decidió pasar la noche allí. En su camino al hotel se cayó en una zanja tan profunda que alguien, previo pago, tuvo que bajar, atarle una cuerda a la cintura e izarle.
-Una vez en el hotel.- prosiguió- salí de la habitación para pedir algo de comer a un camarero y al volver me di cuenta que no tenía la cartera. Tuve que esperar un día entero para poder sacar dinero del banco. Le di un abrazo. Me estrechó por la cintura. Creí notar una erección incipiente
Odiambo y Paul se ofrecieron como lazarillos de Hans mientras estuviera por allá.- Me gustaría “ver” alguno de los proyectos que estas haciendo.- Ya discutiremos esto mañana.
Puse a su disposición la única cama que tenía. Después de todos los avatares que había sufrido por lo menos que durmiera cómodo.- Vale. Pero no duermas en el sillón, al fin y al cabo es tuya. La podemos compartir-.
Me desnudé a la luz de una vela. Sus ojos abiertos se clavaron en mi cuerpo.- Lala salama, que descanses- dije soplando la llama.
En mi opinión, Hans se acostumbró a la caótica situación, en muy pocos días. Al hombre le costaba menos evitar todas las trampas de mi casa, siempre he sido muy desordenada, que a mi, intentar despejar las tres habitaciones que componían mi hogar. Aun así, me sentía incómoda.
Pasados los primeros momentos de cansancio no mostró interés alguno por dormir en el sofá. El colchón y mi compañía le reconfortaban. La tenue luz de la vela incidía en el hueco ocular dándole un aspecto fantasmagórico. Una calavera nocturna me observa como me desvestía.
En varias ocasiones había conseguido dormir sola aduciendo que no me encontraba bien, pero Hans acababa por tropezarse en sus correrías en solitario al mercado o al bar y, magullado, no tenía fuerzas para echarle de la cama. ¿Hasta cuando iba a aguantar los accidentes de un ciego en mitad de África?
Pasaba el tiempo y Hans no parecía tener prisa por continuar su viaje. En varias ocasiones ofrecí llevarle en mi pikipiki hasta Lugulu, donde vivía Michel. Al fin y al cabo éste era el que había insistido para que Hans viniera a visitarme, y ahora se tendría que hacer cargo del ciego. La situación me sobrepasaba.
Richard, big boy, apareció una tarde con un par de botellas de ginebra y varias tónicas. – ¿Y ese?-. Hans se abría paso, enarbolando su palo, entre los boda-boda y los carros de mano.- No puedo más. Quiero que desaparezca de casa-. Big boy me miró con cara de sorpresa.
Hacía semanas que no veía a Richard, tenía ganas de follar con él. . No me apetecía compartir una copa con Hans, pero tampoco sabía como quitármele de encima. La conversación en alemán desde luego no ayudaba a poner fin a mis problemas. Los dos se fueron animando. En una situación de borrachera como la que se presumía, Hans tendría ventaja. Seguro. Me serví otro gin tonic mientras los alemanes eufóricos entonaban canciones. Sin dejar el vaso, busqué refugio en la habitación. Desnuda, sobre la cama, escuchaba las risas de los dos. Al poco tiempo sentí como Richard encima de mí separaba mis muslos con urgencia. Demasiado borracha para tomar la iniciativa, me abandoné a sus deseos. Me penetró sin preámbulo alguno. Se movía con ansia. Con furia. Sus envites me hacían gritar y entonces, como si las voces le molestaran, se abalanzaba sobre mí, sellando mi boca con la suya. En un instante, sentí que otra polla jugueteaba con mis labios.
Una de las veces que Richard me fue a besar escuché una voz a mi espalda- Estas ciego o ¿que? Al final vas a terminar comiéndotela.
CITA A CIEGAS, A CIEGAS?, VAYA CIEGO?
Un tal Hans Dippel era el remitente del aerograma. En el matasellos a duras penas se distinguía la procedencia; Kitui. En pocas palabras y con una caligrafía prácticamente indescifrable formulaba su deseo de encontrarse conmigo y para tal pensaba viajar hasta Sega. Me extrañó que tuviera la certeza de encontrarme en el pueblo y que además que estuviera convencido de que le quisiera alojar sin conocerle. Para ser alemán pensé mostraba bastante desparpajo a la hora de presentarse así sin más.
En dos días llegaría. Teniendo en cuenta que la carta había tardado más de una semana y que no tenía otros planes decidí esperar al jueves.
El trabajo y mis quehaceres diarios me hicieron olvidar la cita a ciegas hasta que el jueves por la tarde reparé en el trozó de papel azul claro que asomaba por debajo de la mesa del comedor y recordé que Hans debía estar a punto de caer por allá. El sábado por la mañana empecé a estar preocupada. No había dado señales de hallarse por los alrededores. El domingo por la noche llamaron a la puerta y allí estaba escoltado entre Odiambo y Paul. El conjunto se asemejaba a un código de barras.
- Salíamos del bar cuando vimos que un mzungu descendía con cierta dificultad del matatu-. Dijo Paul. – supusimos que venía a verte.
- Karibuni sana-. Repuse sorprendida.
Odiambo y Paul se anticiparon y retiraron de su paso, los taburetes, cestas y demás objetos que sembraban el suelo de mi salón-comedor. Hans entró moviendo su palo como un detector de metales.
De su pequeño macuto sacó una cinta de casete y tendiéndola al aire me dijo.- espero que te guste, la he grabado para ti-. Las cumbias colombianas llenaron la minúscula habitación. Mientras Odiambo y Paul se acercaron a comprar unas cervezas, Hans decidió refrescarse un poco. Insistió en llevar el mismo el barreño hasta el cuartucho de la ducha. Para ello debía a atravesar todo el compaound, esquivar niños, animales, cacharros subir un montículo y detrás se hallaban los choos: dos cubículos con letrinas y otros dos para lavarse.
Por el fuerte olor a sudor que reinó durante la noche, supuse que en la aproximación al choo había perdido la mayor parte del agua.
- Siento llegar con días de retraso. Igual estabas inquieta-. Dijo dando un largo sorbo de cerveza.- He sufrido un percance en Kisumu-.
Al parecer perdió el último matatu hacia Sega y decidió pasar la noche allí. En su camino al hotel se cayó en una zanja tan profunda que alguien, previo pago, tuvo que bajar, atarle una cuerda a la cintura e izarle.
-Una vez en el hotel.- prosiguió- salí de la habitación para pedir algo de comer a un camarero y al volver me di cuenta que no tenía la cartera. Tuve que esperar un día entero para poder sacar dinero del banco. Le di un abrazo. Me estrechó por la cintura. Creí notar una erección incipiente
Odiambo y Paul se ofrecieron como lazarillos de Hans mientras estuviera por allá.- Me gustaría “ver” alguno de los proyectos que estas haciendo.- Ya discutiremos esto mañana.
Puse a su disposición la única cama que tenía. Después de todos los avatares que había sufrido por lo menos que durmiera cómodo.- Vale. Pero no duermas en el sillón, al fin y al cabo es tuya. La podemos compartir-.
Me desnudé a la luz de una vela. Sus ojos abiertos se clavaron en mi cuerpo.- Lala salama, que descanses- dije soplando la llama.
En mi opinión, Hans se acostumbró a la caótica situación, en muy pocos días. Al hombre le costaba menos evitar todas las trampas de mi casa, siempre he sido muy desordenada, que a mi, intentar despejar las tres habitaciones que componían mi hogar. Aun así, me sentía incómoda.
Pasados los primeros momentos de cansancio no mostró interés alguno por dormir en el sofá. El colchón y mi compañía le reconfortaban. La tenue luz de la vela incidía en el hueco ocular dándole un aspecto fantasmagórico. Una calavera nocturna me observa como me desvestía.
En varias ocasiones había conseguido dormir sola aduciendo que no me encontraba bien, pero Hans acababa por tropezarse en sus correrías en solitario al mercado o al bar y, magullado, no tenía fuerzas para echarle de la cama. ¿Hasta cuando iba a aguantar los accidentes de un ciego en mitad de África?
Pasaba el tiempo y Hans no parecía tener prisa por continuar su viaje. En varias ocasiones ofrecí llevarle en mi pikipiki hasta Lugulu, donde vivía Michel. Al fin y al cabo éste era el que había insistido para que Hans viniera a visitarme, y ahora se tendría que hacer cargo del ciego. La situación me sobrepasaba.
Richard, big boy, apareció una tarde con un par de botellas de ginebra y varias tónicas. – ¿Y ese?-. Hans se abría paso, enarbolando su palo, entre los boda-boda y los carros de mano.- No puedo más. Quiero que desaparezca de casa-. Big boy me miró con cara de sorpresa.
Hacía semanas que no veía a Richard, tenía ganas de follar con él. . No me apetecía compartir una copa con Hans, pero tampoco sabía como quitármele de encima. La conversación en alemán desde luego no ayudaba a poner fin a mis problemas. Los dos se fueron animando. En una situación de borrachera como la que se presumía, Hans tendría ventaja. Seguro. Me serví otro gin tonic mientras los alemanes eufóricos entonaban canciones. Sin dejar el vaso, busqué refugio en la habitación. Desnuda, sobre la cama, escuchaba las risas de los dos. Al poco tiempo sentí como Richard encima de mí separaba mis muslos con urgencia. Demasiado borracha para tomar la iniciativa, me abandoné a sus deseos. Me penetró sin preámbulo alguno. Se movía con ansia. Con furia. Sus envites me hacían gritar y entonces, como si las voces le molestaran, se abalanzaba sobre mí, sellando mi boca con la suya. En un instante, sentí que otra polla jugueteaba con mis labios.
Una de las veces que Richard me fue a besar escuché una voz a mi espalda- Estas ciego o ¿que? Al final vas a terminar comiéndotela.
jueves, octubre 12, 2006
AL EID
10-10-06 Khartoum
AL EID
Un policía de un blanco impoluto, así se percibía de lejos, con galones y gorra azul, levantó la mano, el coche se desplazó a la derecha. Rabía, el conductor, dudó unos instantes antes de precipitarse bajo el sol aplastante.- cien mil dh sudaneses-. Dijo. Los papeles estaban en regla excepto el permiso del vehículo.- cien mil dh o el coche se tiene que quedar en la comisaría-. Explicó Hanan. El policía se acomodó al lado de los niños y retrocedimos unos cuantos kilómetros hasta las oficinas.
Ahmed, el mayor, se colocó el bebe en las caderas, y buscó una inexistente sombra entre las decenas de coches que se hallaban retenidos.
- Ayer en la televisión advirtieron que con motivo, Al Eid, el final del Ramadam, los controles policiales se iban a intensificar. Veinte mil pero el coche no puede continuar hasta Damazin, tenemos que volver a Khartoum -. Dijo Hanan después de unas cuantas horas de regateo.
Recordé entonces una conversación con Alfredo.- El hecho de que, por ejemplo, esté tomando café con alguien y al cabo de un rato me la esté chupando, no deja de sorprenderme…-. Ante mis escandalosas risotadas añadió- no me mal interpretes, lo que quiero decir es que es muy fácil cambiar de papel a lo largo del día, ¿nunca te has sorprendido haciendo algo que nunca lo hubieras pensado? No se si me perdí alguna frase. Creí que todo aquello no tenía sentido, que estaba borracho.
Saqué los billetes del bolso y pagué.
Paramos a dejar a Hanan y los niños en casa. El vapor de meados calientes, fermentados, ascendió hasta mi cerebro. . El involuntario mecanismo de la respiración se torno voluntario ante el hedor. Me asfixiaba. La madre, más hinchada que gorda, se incorporó al verme y escupió en el suelo. El hollejo de la uva fue a caer en uno de los nauseabundos charcos que tenía la habitación. A nadie pareció importarle. Prometí volver otro día con más calma y una máscara.
Una vez en Khartoum, tenía varias opciones para la tarde-noche. Rabía me gustaba cada vez más, pero el Ramadam continuaba. No estaba dispuesta a pasar las horas muertas haciendo que comprendía tratar a Rabía mientras esperábamos la primera comida del día y regresar a casa sin más. Me despedí de él. Al final pensé en ir a visitar a Alfredo para que me aclarara la pregunta.
La puerta no parecía encajada, la empujé, entré sigilosamente.
Alfredo, desnudo y bocabajo, descansaba sobre dos sillas. En una reposaba la cabeza y parte del abdomen y sobre la otra la parte inferior de las piernas. Alzó la cabeza a modo de saludo y siguió dormitando. Empecé a comprender la cuestión de Alfredo. De una de las jardineras de la terraza cogí unas flores pequeñas rojas, algo parecido a mini petunias y las esparcí por toda la espalda. El agua que dejé caer sobre sus hombros se canalizó en la columna hasta alcanzar el culo. Separé las dos mitades, como si partiera un albaricoque y el líquido atravesó el canalillo para llegar a la base de los testículos, después a la base del pene, y finalizó en un goteo desde la punta del capullo al suelo.
Sin dejar de mirar la fuentecilla, me senté fuera del área de visión de Alfredo. ¿Nunca hubiera pensado que “un gota a gota” me excitara? Me reí. Comencé a masturbarme.
Alfredo mientras, movía la polla. Pretendía dirigirme con ella hacia el sitio donde me debía colocar. La entendía mucho mejor que a él - ¿Estas desnuda? Quiero verte-.
-Cállate. Ni se te ocurra tocarte-. Obedeció sin rechistar.
Las prohibiciones excitaban a Alfredo, comprendí que no quisiera abandonar un país tan restrictivo como este. Mis suspiros parecieron animarle. Empezó a moverse, guardando el equilibrio entre las sillas, como si estuviera penetrando a alguien. Al principio los movimientos eran lentos incluso delicados. Mis gemidos y los suyos se entremezclaron, al cabo de unos minutos follaba con alguien o algo invisible.
-Ven túmbate aquí debajo-. Dijo alargando su mano como si me quisiera coger.- no te voy a tocar.
-Noooooooooooooo-. Respondí - Voy a preparar un café.
AL EID
Un policía de un blanco impoluto, así se percibía de lejos, con galones y gorra azul, levantó la mano, el coche se desplazó a la derecha. Rabía, el conductor, dudó unos instantes antes de precipitarse bajo el sol aplastante.- cien mil dh sudaneses-. Dijo. Los papeles estaban en regla excepto el permiso del vehículo.- cien mil dh o el coche se tiene que quedar en la comisaría-. Explicó Hanan. El policía se acomodó al lado de los niños y retrocedimos unos cuantos kilómetros hasta las oficinas.
Ahmed, el mayor, se colocó el bebe en las caderas, y buscó una inexistente sombra entre las decenas de coches que se hallaban retenidos.
- Ayer en la televisión advirtieron que con motivo, Al Eid, el final del Ramadam, los controles policiales se iban a intensificar. Veinte mil pero el coche no puede continuar hasta Damazin, tenemos que volver a Khartoum -. Dijo Hanan después de unas cuantas horas de regateo.
Recordé entonces una conversación con Alfredo.- El hecho de que, por ejemplo, esté tomando café con alguien y al cabo de un rato me la esté chupando, no deja de sorprenderme…-. Ante mis escandalosas risotadas añadió- no me mal interpretes, lo que quiero decir es que es muy fácil cambiar de papel a lo largo del día, ¿nunca te has sorprendido haciendo algo que nunca lo hubieras pensado? No se si me perdí alguna frase. Creí que todo aquello no tenía sentido, que estaba borracho.
Saqué los billetes del bolso y pagué.
Paramos a dejar a Hanan y los niños en casa. El vapor de meados calientes, fermentados, ascendió hasta mi cerebro. . El involuntario mecanismo de la respiración se torno voluntario ante el hedor. Me asfixiaba. La madre, más hinchada que gorda, se incorporó al verme y escupió en el suelo. El hollejo de la uva fue a caer en uno de los nauseabundos charcos que tenía la habitación. A nadie pareció importarle. Prometí volver otro día con más calma y una máscara.
Una vez en Khartoum, tenía varias opciones para la tarde-noche. Rabía me gustaba cada vez más, pero el Ramadam continuaba. No estaba dispuesta a pasar las horas muertas haciendo que comprendía tratar a Rabía mientras esperábamos la primera comida del día y regresar a casa sin más. Me despedí de él. Al final pensé en ir a visitar a Alfredo para que me aclarara la pregunta.
La puerta no parecía encajada, la empujé, entré sigilosamente.
Alfredo, desnudo y bocabajo, descansaba sobre dos sillas. En una reposaba la cabeza y parte del abdomen y sobre la otra la parte inferior de las piernas. Alzó la cabeza a modo de saludo y siguió dormitando. Empecé a comprender la cuestión de Alfredo. De una de las jardineras de la terraza cogí unas flores pequeñas rojas, algo parecido a mini petunias y las esparcí por toda la espalda. El agua que dejé caer sobre sus hombros se canalizó en la columna hasta alcanzar el culo. Separé las dos mitades, como si partiera un albaricoque y el líquido atravesó el canalillo para llegar a la base de los testículos, después a la base del pene, y finalizó en un goteo desde la punta del capullo al suelo.
Sin dejar de mirar la fuentecilla, me senté fuera del área de visión de Alfredo. ¿Nunca hubiera pensado que “un gota a gota” me excitara? Me reí. Comencé a masturbarme.
Alfredo mientras, movía la polla. Pretendía dirigirme con ella hacia el sitio donde me debía colocar. La entendía mucho mejor que a él - ¿Estas desnuda? Quiero verte-.
-Cállate. Ni se te ocurra tocarte-. Obedeció sin rechistar.
Las prohibiciones excitaban a Alfredo, comprendí que no quisiera abandonar un país tan restrictivo como este. Mis suspiros parecieron animarle. Empezó a moverse, guardando el equilibrio entre las sillas, como si estuviera penetrando a alguien. Al principio los movimientos eran lentos incluso delicados. Mis gemidos y los suyos se entremezclaron, al cabo de unos minutos follaba con alguien o algo invisible.
-Ven túmbate aquí debajo-. Dijo alargando su mano como si me quisiera coger.- no te voy a tocar.
-Noooooooooooooo-. Respondí - Voy a preparar un café.
domingo, octubre 08, 2006
RAMADAM KAREEM
7-10-06 Khaourtum
RAMADAM KAREEM
Desde hace dos semanas, a media mañana, se repite el ritual. El hombre cierra el ordenador portátil y lo aparta a un lado de su escritorio. Al contable, Ahmed, y a la secretaria, Howaida, la musiquita de “apagar el sistema” parece precipitarles hacia un trabajo hasta ahora inexistente. Ansiosos por perderse en los números y cartas, fijan los ojos en los papeles. El hombre extiende una servilleta de papel en la mesa. De la mochila saca uno de esos panes redondos. Mira hacia delante. Tan solo se encuentra mi cara. Me guiña un ojo.-Hoy toca chorizo de Guijuelo. Esto no os puede dar envidia. Es cerdo- Informa al resto del equipo. El olor a embutido invade la pequeña habitación. Se pega a los clips y graparadoras.- También tengo agua fresquita, directa del congelador-. Abre un termo y da un ruidoso sorbo. Howaida eleva los ojos pero la “visera” del velo, le impide seguir los movimientos del hombre. Su pituitaria reconoce el olor del pan. Su oído percibe el sonido de los trozos de hielo al chocar con los dientes del hombre. Los intestinos se mueven, parece que están exigiendo comida. El hombre termina el almuerzo. Limpia las migas y vuelve a colocar el ordenador en su sitio. -De postre, lo mejor -. Dice sacando un cigarro de la cajetilla mientras se dirige hacia la puerta.
RAMADAM KAREEM
Desde hace dos semanas, a media mañana, se repite el ritual. El hombre cierra el ordenador portátil y lo aparta a un lado de su escritorio. Al contable, Ahmed, y a la secretaria, Howaida, la musiquita de “apagar el sistema” parece precipitarles hacia un trabajo hasta ahora inexistente. Ansiosos por perderse en los números y cartas, fijan los ojos en los papeles. El hombre extiende una servilleta de papel en la mesa. De la mochila saca uno de esos panes redondos. Mira hacia delante. Tan solo se encuentra mi cara. Me guiña un ojo.-Hoy toca chorizo de Guijuelo. Esto no os puede dar envidia. Es cerdo- Informa al resto del equipo. El olor a embutido invade la pequeña habitación. Se pega a los clips y graparadoras.- También tengo agua fresquita, directa del congelador-. Abre un termo y da un ruidoso sorbo. Howaida eleva los ojos pero la “visera” del velo, le impide seguir los movimientos del hombre. Su pituitaria reconoce el olor del pan. Su oído percibe el sonido de los trozos de hielo al chocar con los dientes del hombre. Los intestinos se mueven, parece que están exigiendo comida. El hombre termina el almuerzo. Limpia las migas y vuelve a colocar el ordenador en su sitio. -De postre, lo mejor -. Dice sacando un cigarro de la cajetilla mientras se dirige hacia la puerta.
el milagro
30-09-06 Khaourtum
EL MILAGRO
La estación de lluvias me dejó a su paso una “cama de agua” y un ataque de ciática. Las gotas del techo rebotaban sobre el plástico que la cubría mientras yo, dentro, me cocía.
Dimas sugirió que me mudara a la misión católica. -El lugar es muy seguro. El compaound tiene un guarda, un askari de toda confianza. Creo que hay una casa libre en frente a los aposentos del Padre Joseph-. Comentó con alegría- tendrás la Iglesia cerca.-dijo aquello como si fuera una suerte. La idea de vivir rodeada de curas y monjas no me seducía en absoluto: desde la primera comunión no había vuelto a tener contacto con el clero. Sabía que encontrar un hogar donde pudiera vivir una blanca era complicado y más, en la temporada de colegio en la que las pocas casas que se alquilaban estaban ocupadas por los profesores venidos de otros distritos.
Siguiendo las recomendaciones de Dimas me acerqué a la misión para conocer al padre Joseph. El compaound parecía haberse abstraído al caos exterior: setos delicadamente podados custodiaban el camino hasta la Iglesia. Grupos de jóvenes con sus catequistas, sentados a la sombra de los árboles, discutían la palabra de Dios. Tuve la impresión de entrar en un mundo perfecto: el hambre y la miseria no traspasaban la puerta principal.
Sister Mary salió a mi encuentro.- el padre Joseph no está en este momento, pero la casa disponible es esa-. Me escrutaba desde su gris cofia con cara de pocos amigos.- vosotros los blancos no podéis vivir como nosotros-. Comentó con desprecio. Giré la cabeza y me pareció ver que la entrada del convento se hallaba por encima de los estándares africanos. La mujer me aclaró que el Padre Joseph era muy estricto con ciertas normas.- ¿Cuales?-. Ya te lo explicará-. Me dio la mano y desapareció.
Philip fue el encargado de enseñarme la casa. Sus grandes manos abrieron la puerta a mi nueva vida. Me gustó. La casa, espaciosa, luminosa, poseía un jardín privado.- además tiene luz eléctrica, el agua viene de ese tanque-. Explicó. Su sonrisa terminó por convencerme. Me sentí segura a su lado. A partir de entonces Philip pasó a ser la persona más importante de mi vida. El padre Joseph le hacía trabajar día y noche por 5 chelines: el precio por estar cerca de la Iglesia. A veces comía o cenaba conmigo. Rellenó mis solitarias tardes con simple frases.
Sister Mary interceptó mi camino hacia el pueblo.- Tres chicas han dejado el internado del convento. El padre Joseph y yo hemos pensado que se podrían alojar en tu casa-.
-¿saben los padres que han dejado el colegio?- fue lo primero que se me ocurrió preguntar.
- Las chicas tienen dones especiales-. Respondió sin miedo. El padre Joseph, es una excelente persona, se siente responsable y quiere guiarlas personalmente.
Le intenté hacer comprender que yo pagaba un alquiler, para vivir sola. ¿Por qué el padre Joseph no me lo dice a mi directamente?-. Pensé. No me apetecía mezclarme en lo que para mi era una especie de secuestro de menores. Sister Mary no insistió ante mi negativa- En casa de Dios hay que someterse a sus reglas-. Sentenció la hermana.
- El padre Joseph quiere pedirte un favor-. Dijo Philip en una de las sobremesas.
- Si se trata de dar alojamiento a las niñas, no hay más que hablar- respondí un poco harta de la historia.
- Una de las chicas tiene poderes.- Philp intentaba transmitirme su entusiasmo.- Una de ellas, Margaret entra en trance. Tiene visones-. Una expresión de asombro cubrió su cara. Es mejor que permanezca cerca del Padre.
- No en mi casa-. Movió su cabeza de un lado a otro con una mueca de tristeza y se marchó.
Al cabo de los días aparecieron los cuatro en casa, Margaret, la de los poderes, era baja y gorda. Algo en ella resultaba anormal a primera vista. Ruth una auténtica belleza, alta, esbelta, elegante, inspeccionó cada rincón de la casa con una actitud altanera. La tercera actuaba de sirvienta de las otras dos. Philip las trataba con sumo respeto a Margaret, en especial, con devoción.-Vienen a saludarte, el padre ha decidido que vivan en la habitación que tienes al final de tu jardín-. Aunque la idea no me gustó no pude negarme, era una dependencia completamente separada de la casa.
Al principio las niñas pasaban horas rezando con el padre en la Iglesia. Las sesiones espirituales fueron alargándose a la par que se reducían sus asistencias al colegio. Alguna vez vi a la hermana encerrarse en casa del padre para seguir de cerca los progresos de las alumnas.
Los rumores se empezaron a extender por toda la comunidad: Margaret hacía milagros. Su asistencia a las misas de curación de los martes, era esperada por los cientos de enfermos que llegaban todos los lugares.
Una de las tardes Philip entró corriendo en casa.- Margaret ha entrado en trance, el padre Joseph se ha ido a Kisumu. Ven-. Así te convencerás le faltó añadir.
El espectáculo de Margaret retorciéndose en el suelo y echando espuma por la boca, me pareció preocupante. Con cuidado abrí la boca e inmovilicé la lengua con un pañuelo. Sujeté su cabeza temiendo que se golpeara. Al cabo de un rato se incorporó.- La Virgen me ha dicho que se encuentra sola-. Los tres cayeron de rodillas en actitud de recogimiento. Salí de la habitación conteniéndome la risa. En el fondo sentí una inmensa pena.
- Phlip, Margaret necesita visitar a un médico. Yo diría que es epiléptica.- Philip clavó sus redondos ojos en mí.- Es una Santa-. Soltó. Comprendí que había alcanzado el límite del entendimiento. A partir de ahí todo lo que dijera constituiría una ofensa.
La panza de Ruth aumentó tanto en aquellos meses, que tuvo que dejar de utilizar el uniforme del colegio.
EL MILAGRO
La estación de lluvias me dejó a su paso una “cama de agua” y un ataque de ciática. Las gotas del techo rebotaban sobre el plástico que la cubría mientras yo, dentro, me cocía.
Dimas sugirió que me mudara a la misión católica. -El lugar es muy seguro. El compaound tiene un guarda, un askari de toda confianza. Creo que hay una casa libre en frente a los aposentos del Padre Joseph-. Comentó con alegría- tendrás la Iglesia cerca.-dijo aquello como si fuera una suerte. La idea de vivir rodeada de curas y monjas no me seducía en absoluto: desde la primera comunión no había vuelto a tener contacto con el clero. Sabía que encontrar un hogar donde pudiera vivir una blanca era complicado y más, en la temporada de colegio en la que las pocas casas que se alquilaban estaban ocupadas por los profesores venidos de otros distritos.
Siguiendo las recomendaciones de Dimas me acerqué a la misión para conocer al padre Joseph. El compaound parecía haberse abstraído al caos exterior: setos delicadamente podados custodiaban el camino hasta la Iglesia. Grupos de jóvenes con sus catequistas, sentados a la sombra de los árboles, discutían la palabra de Dios. Tuve la impresión de entrar en un mundo perfecto: el hambre y la miseria no traspasaban la puerta principal.
Sister Mary salió a mi encuentro.- el padre Joseph no está en este momento, pero la casa disponible es esa-. Me escrutaba desde su gris cofia con cara de pocos amigos.- vosotros los blancos no podéis vivir como nosotros-. Comentó con desprecio. Giré la cabeza y me pareció ver que la entrada del convento se hallaba por encima de los estándares africanos. La mujer me aclaró que el Padre Joseph era muy estricto con ciertas normas.- ¿Cuales?-. Ya te lo explicará-. Me dio la mano y desapareció.
Philip fue el encargado de enseñarme la casa. Sus grandes manos abrieron la puerta a mi nueva vida. Me gustó. La casa, espaciosa, luminosa, poseía un jardín privado.- además tiene luz eléctrica, el agua viene de ese tanque-. Explicó. Su sonrisa terminó por convencerme. Me sentí segura a su lado. A partir de entonces Philip pasó a ser la persona más importante de mi vida. El padre Joseph le hacía trabajar día y noche por 5 chelines: el precio por estar cerca de la Iglesia. A veces comía o cenaba conmigo. Rellenó mis solitarias tardes con simple frases.
Sister Mary interceptó mi camino hacia el pueblo.- Tres chicas han dejado el internado del convento. El padre Joseph y yo hemos pensado que se podrían alojar en tu casa-.
-¿saben los padres que han dejado el colegio?- fue lo primero que se me ocurrió preguntar.
- Las chicas tienen dones especiales-. Respondió sin miedo. El padre Joseph, es una excelente persona, se siente responsable y quiere guiarlas personalmente.
Le intenté hacer comprender que yo pagaba un alquiler, para vivir sola. ¿Por qué el padre Joseph no me lo dice a mi directamente?-. Pensé. No me apetecía mezclarme en lo que para mi era una especie de secuestro de menores. Sister Mary no insistió ante mi negativa- En casa de Dios hay que someterse a sus reglas-. Sentenció la hermana.
- El padre Joseph quiere pedirte un favor-. Dijo Philip en una de las sobremesas.
- Si se trata de dar alojamiento a las niñas, no hay más que hablar- respondí un poco harta de la historia.
- Una de las chicas tiene poderes.- Philp intentaba transmitirme su entusiasmo.- Una de ellas, Margaret entra en trance. Tiene visones-. Una expresión de asombro cubrió su cara. Es mejor que permanezca cerca del Padre.
- No en mi casa-. Movió su cabeza de un lado a otro con una mueca de tristeza y se marchó.
Al cabo de los días aparecieron los cuatro en casa, Margaret, la de los poderes, era baja y gorda. Algo en ella resultaba anormal a primera vista. Ruth una auténtica belleza, alta, esbelta, elegante, inspeccionó cada rincón de la casa con una actitud altanera. La tercera actuaba de sirvienta de las otras dos. Philip las trataba con sumo respeto a Margaret, en especial, con devoción.-Vienen a saludarte, el padre ha decidido que vivan en la habitación que tienes al final de tu jardín-. Aunque la idea no me gustó no pude negarme, era una dependencia completamente separada de la casa.
Al principio las niñas pasaban horas rezando con el padre en la Iglesia. Las sesiones espirituales fueron alargándose a la par que se reducían sus asistencias al colegio. Alguna vez vi a la hermana encerrarse en casa del padre para seguir de cerca los progresos de las alumnas.
Los rumores se empezaron a extender por toda la comunidad: Margaret hacía milagros. Su asistencia a las misas de curación de los martes, era esperada por los cientos de enfermos que llegaban todos los lugares.
Una de las tardes Philip entró corriendo en casa.- Margaret ha entrado en trance, el padre Joseph se ha ido a Kisumu. Ven-. Así te convencerás le faltó añadir.
El espectáculo de Margaret retorciéndose en el suelo y echando espuma por la boca, me pareció preocupante. Con cuidado abrí la boca e inmovilicé la lengua con un pañuelo. Sujeté su cabeza temiendo que se golpeara. Al cabo de un rato se incorporó.- La Virgen me ha dicho que se encuentra sola-. Los tres cayeron de rodillas en actitud de recogimiento. Salí de la habitación conteniéndome la risa. En el fondo sentí una inmensa pena.
- Phlip, Margaret necesita visitar a un médico. Yo diría que es epiléptica.- Philip clavó sus redondos ojos en mí.- Es una Santa-. Soltó. Comprendí que había alcanzado el límite del entendimiento. A partir de ahí todo lo que dijera constituiría una ofensa.
La panza de Ruth aumentó tanto en aquellos meses, que tuvo que dejar de utilizar el uniforme del colegio.